21 horas
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El domingo pasado fue el día más largo en el sureño hogar. El reloj marcó las 4 de la madrugada y 40 minutos después, tres tristes canes me vieron partir. Su Adelita, regresaría a la una de la mañana del día siguiente con tremenda noticia: "Bruno, Maka, Canuta hemos pasado de la República calva y rasa (no se emocionen que no hablo del luk de nuestro mandamás, sino de la vocación verde militar de esta administración) a la República del copete y del oropel.
Huelga decir que en la noticia quedó implícita que la República del amor, que incluía amor de perros y amos, se había ido a pasear. Y no precisamente al rancho que alguna vez citó el mismo López Obrador, La Chingada, sino a la casa de campaña en la Roma donde están ahora mismo, querido fabuler@, juntando pruebas para rasurar el mechón de 6 puntos porcentuales que lleva el ganador.
Pero esa es harina de otro costal. Yo me refiero al día más largo de la familia Adelina. El día en que casi 50 millones de mexicanos acudieron a las urnas; día en que la que escribe acudió a su esquina en la Alameda -¡ehhh! sin albur - desde donde cubrió la votación; y día en que los canes meditaron sobre su vida en la soledad de la cochera.
Pasadas las 6 AM, yo estaba apostada en el centro histórico, a las afueras del Hotel Hilton, donde se nos negó el acceso hasta las 5PM al salón Don Alberto que acondicionó el PRD como `sede alterna' para el domingo del voto. Los días previos a la jornada electoral los ánimos en el partido amarillo corrieron con lo que algunos llaman `exceso de confianza' y otros tildan de `ingenuidad'. Las doctas conciencias de la nación leían encuestas; estas pintaban una derrota titánica para las izquierdas y a la verdad numérica no la desmentía nada. excepto la necia e inconveniente realidad. Su Adelita reconoce que sus interlocutores pejistas tenían la boca llena de razón respecto al fallido papel de los encuestadores, aunque la urna no se les llenó como querían. Pero ellos arrancaron con los ánimos inflados. Se les oía contentos y seguros del triunfo. De hecho, su Adelita pensó que el autoengaño los había inundado, pero falso: pegarle al `Melate' hubiera sido más fácil que pegarle al resultado con una encuesta en la mano.
Durante el trascurso de la mañana intercambié mensajes con zambranistas, amloistas y manceristas para darle sabor e información a mis enlaces televisivos. Los reporteros que cubrimos para Azteca, nos manteníamos de pie frente a la cámara. Cuando aparecía `a cuadro' la mega pantalla del centro de operaciones de Azteca Noticias, se nos veía, a cada uno, como un recuadro del mosaico gigante de reporteros desplegados. Yo tuve a mi cargo al cuartel de las izquierdas. Por la mañana todo ocurrió como se preveía. AMLO votó, lo acompañó su esposa y Jesús Zambrano, presidente del PRD. No habrían conferencias. No reportaron incidentes mayores, excepto agresiones menores a perredistas de Zacatecas y San Luis Potosí.
Para las 2 de la tarde, cuando empezaron a correr, lejos del ojo del ciudadano, pero muy cerca de los partidos políticos, de los equipos de campaña y de algunos comunicadores, las encuestas de salida la información comenzó a atropellarse. En el restaurante El Cardenal esperaban la llegada de una mesa de notables amarillos para compartir el pan y la sal pero no acudieron. Al parecer todo se hacía sal y pimienta en la calle Benjamin Franklin donde Zambrano, solo, recibía malas noticias. Rumores. Los `enterados' hablaban de una ventaja de 9 puntos a favor de Peña. El Cardenal encendido de comensales con camisas amarillas pasó del bullicio de comedero del centro a un especie de murmullo bajito de salón de clases. Se había especulado que a eso de las 6 llegaría Andrés Manuel a recibir datos en una de las tres habitaciones habilitadas como war room ahí mismo en el Hilton. En vez, operó -o más bien departió- Nico. El chofer-escolta-jefedeseguridad de López Obrador platicaba con algunos reporteros cercanos y trataba de mantener el ánimo hacia la noche. Afuera del Hilton se amontonaban seguidores del movimiento progresista, chavos con camisetas del Yo Soy 132 y curiosos. Ellos llevaban la fiesta dibujada en la cara y en las pancartas, lejanos al run-run de una posible derrota. En los monitores del salón Alberto se transmitían las coberturas de medios. A las 8, gente del movimiento y una cincuentena de reporteros escucharon los resultados de los `exit polls'. En segundos, nos deslizamos al mutismo. Algunos empezaron a mirar en dirección de las pantallas que mostraban resultados de un PREP con cifras de escalofrío. Durante largos minutos el bloque azul, que mostraba votos por el PAN, se mantuvo por encima de Andrés Manuel. Un grupo de jóvenes voluntarios con camisetas con el nombre del candidato abrían los ojos con desconfianza. En cualquier momento eso iba a cambiar susurraban. Empezaron a ingresar al salón, que lucía demasiado grande, miembros del que sería el gabinete progresista, gente del PT, PRD y Movimiento Ciudadano, luminarias como Muñoz Ledo, Jaime Cárdenas y el propio Zambrano. Medían sus palabras con medios y ocupaban asientos en una zona que se acordonó en las filas de frente al podio, que como única decoración tenía un atril con micrófono y estaba vacío. Discurrían los minutos. La espera devoraba los ánimos y desvanecía el brillo de las miradas. El Salón tomó un lúgubre aire de sala de espera de hospital. Caras inexpresivas, rictus fruncidos, gente abatida en su silla y mucho ir a venir de un lado a otro en silencio. Por momentos, el salón de una fiesta, que no fue, se vaciaba. Nadie. Así lo expresé en un enlace pasado las 10 de la noche. Llovían insultos en twitter: priístas reclamaban mi cara de desdicha -¿esperaban una Adelita derrochando alegría en medio de la desolación?- y perredistas matando al mensajero de una derrota recién anunciada en medios. A los Lopezobradoristas, como los votos, se los tragaba la tierra en el hotel. Se desvanecían.
El candidato llegó pasadas las 11 pm.
Las luces de las cámaras ya encendidas, en la pantalla junto al podio todavía solitario se emitía el mensaje de Felipe Calderón. Ironía: justo cuando el Presidente pronunció el nombre: Enrique Peña Nieto; explotaron los aplausos y los gritos: "¡Presidente!, ¡Presidente!". Es que en ese ingrato instante, Andrés Manuel hacía su arribo a la sala ocupada a media capacidad. Se enfiló saludando, pero sin detener su paso, directo al escenario. Ignoró a Calderón como durante cada día de su mandato. Soltó su mensaje. Nadie lo interrumpió. Se habría un compás de espera. Volvieron algunos aplausos y, tan fugaz como entró, López Obrador se fue. Dejó a todos expectantes. Le esperaron por horas, ya solo tenían que esperar días, horas, meses.
La perrada del sureño hogar también esperaba mi llegada. Sucedió una hora y media después. Ellos estallaron en júbilo al verme. Al menos ellos sí, pudieron festejar.