La Papisa Juana
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Erase que se era una leyenda o tal vez una historia fina y verdadera, dolorosa y vergonzosa, ocultada a piedra y lodo por la Iglesia Católica (Busquen los eternos escépticos la fuentes en Internet: "Papisa Juana"), en que una pequeña, llamada Juana, hija de un monje, nacida en Ingelheim, Alemania, tuvo acceso a los libros y a la cultura de la que estaban excluidas las mujeres de la época. Habiéndose ganado la vida como copista bajo el nombre de Johannes Anglicus, Juan el inglés, se vio obligada a ocultar su sexo para poder trabajar, estudiar y avanzar en la carrera eclesial.
Juana, disfrazada como hombre, viajó de monasterio en monasterio, hasta llegar a sorprender a la mismísima curia romana con sus conocimientos. Su luminosa erudición le valió ser nombrada "secretario" del Papa León IV, a cuya muerte en 855, ella fue llamada a encabezar a la Iglesia Católica, cargo que ocupó con el nombre de Juan VIII. Dos años después, la Papisa, embarazada a raíz de sus relaciones amorosas con el embajador Lamberto de Sajonia, un privilegiado que compartía el lecho con un sumo pontífice, empezó a sufrir contracciones en medio de una procesión. Dio a luz y murió durante el alumbramiento solo para ser rematada a pedradas por los feligreses enloquecidos que hubieran deseado quemarla viva y, acto seguido, incinerar sus cenizas.
A partir de la Papisa Juana, cuya existencia y personalidad el clero esconde por pudor histórico, la iglesia en Roma construyó la "silla gestatoria" (los escépticos de nueva cuenta pueden buscar el dato en internet) una silla sin asiento -distinta de la que se usaba en las procesiones- diseñada para verificar la "santa" virilidad del Papa. Un sacerdote -¡Qué chamba, sweet Lord!- se encargaba de examinar los "sagrados genitales" del nuevo pontífice para declarar, una vez concluido el examen de rigor: "Duos habet et bene pendentes", es decir, "tiene dos y cuelgan bien", dicho sea en castellano de nuestros días. Sobra agregar, por razones obvias, que ningún Papa pasa frente a la iglesia de San Clemente, del Vaticano a Letrán, en donde parió la Papisa.
Lo anterior viene a cuento porque la institución más retardataria de la historia de la humanidad se niega no solo a que una mujer llegue a ocupar la silla de San Pedro -lo harían mejor que la mayoría de los hombres-, sino siquiera a que una monja pueda cantar la misa y administrar los sacramentos, salvo alguna que otra excepción. ¿Por qué las mujeres no pueden presidir la eucaristía si sacerdotes y monjas pueden tener la misma fe y la misma vocación y todos finalmente son iguales ante Dios? ¿Por qué no pueden recibir la ordenación de la misma manera en que la iglesia anglicana permite conferir el sacerdocio también a mujeres, una clara apertura del ecumenismo que no vemos por ningún lado en la iglesia Católica de extracción absolutamente machista? Jesucristo tenía que haber llamado a mujeres entre los 12 apóstoles, de la misma manera en que debería haberlas invitado a la última cena. Hubiera sido mucho más divertida.
¿Con qué me quedo? Si la Iglesia Católica niega la existencia de una Papisa, ¿por qué, hasta nuestros días, a un sacerdote encumbrado, se le pide que toque los genitales del nuevo pontífice, siempre y cuando no tenga las manos frías.?
@fmartinmoreno