Mirador

Opinión
/ 2 octubre 2015

Decía un saltillense:

-Yo no creo en Dios, pero en el Santo Cristo sí.
Un Cristo hermoso es ese Santo Cristo. El 6 de agosto de 1608 lo trajo de Xalapa un rico señor llamado Santos Rojo, comerciante, y desde entonces la doliente imagen preside con los brazos abiertos la vida de mi ciudad, Saltillo. En la muerte del Cristo hallamos vida; él nos da paz en las más fuertes tormentas, alivio en los tormentos más dolorosos.
Dicen que la fe sin obras está muerta. Pero las obras sin fe tampoco están muy vivas. Son cuerpo sin alma; materia sin espíritu.
Pasa el tiempo, los tiempos cambian, y el espíritu de mi ciudad, y su alma, siguen viviendo en la capilla del Santo Cristo, tesoro de arte, de tradición, de fe.

¡Hasta mañana!...

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