El espacio sideral

Opinión
/ 31 agosto 2013
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Maderas del Carmen está techado de estrellas cual naves siderales, de meteoritos y galaxias al alcance de nuestro pensamiento.

Cuando apenas tenía cinco años de edad, mi padre trajo a casa un telescopio. Entonces tenía sólo un hermano menor. Alcanzo hoy a comprender que detrás de aquella adquisición había mucho más que el gozo de mi progenitor de observar las estrellas, pues adicionalmente en la habitación que compartía con mi pequeño hermano, en la pared había dos carteles: la representación de la Galaxia de Andrómeda y la de nuestro sistema planetario. Tal vez lo que mi papá deseaba era internalizar en sus hijos la noción de que éramos parte del universo.

Con regularidad durante mi infancia observábamos el espacio sideral desde la terraza de la casa en un ritual que a veces retorna a mi mundo onírico. Estrellas como Polux, Castor, y Polaris me resultaban muy familiares y, aún sin telescopio, por mucho tiempo en las noches intentaba ubicarlas en el firmamento.

Recientemente estuve unos días en el noroeste de Coahuila, en la zona núcleo del "Area de Protección de Flora y Fauna, Maderas del Carmen" establecida bajo esa denominación en 1994 y designada en 2006 reserva de la biosfera, área que limita con el Big Bend National Park en Texas. Una de las noches de mi estancia me reencontré con el espacio sideral. Me quedé absorto de la grandeza de lo que veía y que me volvió a subyugar luego de tantos años de no detenerme a observar la belleza de las constelaciones que inspiraron a los antiguos griegos y romanos para representar en dioses y diosas sus propios talentos y debilidades. Ese contacto lo había perdido en el devenir de las prisas citadinas, entre tanto asfalto y olvido de ser urbano.

La zona núcleo de esta área lleva el nombre de Museo Maderas del Carmen A.C. desde el 30 de mayo de 1997 por una iniciativa del empresario regiomontano con raíces coahuilenses Alberto Garza Santos, quien adquirió el territorio con afanes conservacionistas.

Representa un verdadero privilegio caminar entre los barrancos y cañones de ese lugar en la parte más alta de la Sierra del Carmen, segmento de la Sierra Madre Oriental que está bordeado por el Río Bravo, cuyas formaciones datan de más de 24 millones de años. Agnósticos y creyentes por igual emplean el término bendición para representar lo que el ecosistema de Maderas del Carmen ofrece, ahora que se han reintroducido algunas de las especies que habían habitado su espacio y que desaparecieron en la década de los años cuarentas del siglo pasado, como es el caso del borrego cimarrón del desierto: aunque el lobo mexicano y el oso gris ya no volverán.

Mientras camino, el oxígeno va llenando mis pulmones ya desacostumbrados a la gracia de lo prístino. Cuido mucho mis pasos y aún así me caigo más de una vez en un suelo propicio para el andar de los cuadrúpedos monteses, y que transito como visitante furtivo pero respetuoso de su magnificencia. Cascadas de pronto, aguajes por doquier, la humedad que traspasa el cuerpo, el rostro escarpado de la sierra de colores verdes, azules y magentas. Y allí están ante mi vista conjuntos de guajolotes silvestres, algunas hembras de venado bora, un oso negro en la medianía de su desarrollo y, coronando el paisaje con la belleza de su vuelo, un águila real.    

Después del cansancio que ocasiona en un hombre sedentario caminar diurnamente por horas cerca del firmamento, a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar en una isla de cielo con abundancia de robles y pinos, vuelvo a recordar el éxtasis que produce observar el espacio sideral. Me pregunto si el resto de la gente que conozco ha dejado de contemplar como yo, por mucho tiempo, la visión nocturna de un cielo despejado, sin los distractores de la luz mercurial o de los sonidos de la ciudad. ¡Cuánto tiempo perdido!

Hay que retomar la contemplación de las estrellas como medio para internalizar el amor, el perdón y la compasión; para llegar a los acuerdos indispensables que cada ser humano tiene consigo mismo. No hay que desvincularnos de la fuente del barro cósmico del que estamos hechos, aunque tengamos muchas preguntas sobre nuestro origen como especie, aunque las dudas nos lleven a imaginarios que nos sostienen entre la fe y la esperanza.

Ser con las estrellas, estar en ellas mentalmente como viajeros para llegar de su mano a un destino común. Maderas del Carmen está techado de estrellas cual naves siderales, de meteoritos y galaxias al alcance de nuestro pensamiento. 



Columna: Mundo sustentable

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