Ochi

Opinión
/ 2 octubre 2015

La mejor pareja de un escritor no es una mujer, sino al parecer, sus gatos. Claro que perros, pero mejor aún, gatos

El gato salta, sí, con su agilidad felina. Me olisquea primero, luego brinca de un sillón al comedor familiar. Lame sus heridas, se olvida de los moradores. Vuelve entonces a saltar como un relámpago al trastero de la dueña de la casa. Husmea, reconoce su territorio, maúlla. Abre sus fauces, asoman sus colmillos afilados; salta al piso de la cocina. Se repliega. Se va a una recámara. Desaparece de la visita en un tris, o en un brinco, mejor escrito.

Es Ochi, el gato que vive en la residencia de la periodista Graciela Rodríguez. Cada vez que paso por la editora para ir a algún restaurante urbano y despachar una hamburguesa y un par de refrescos o cervezas, toco su puerta y quien primero llega, retoza en la ventana y me saluda es Ochi. Y en honor a la verdad, acabo de enterarme que no se llama Ochi, sino Ozzie, pero Graciela Rodríguez le dice de cariño Ochi. Y lo anterior me ha hecho gracia por lo siguiente, hace relativamente poco tiempo terminé la lectura del famoso Diario de Ana Frank y he vuelto a revisar algunas de sus páginas para encontrar que el gato de Peter Van Daam (Peter Van Pels, su nombre real) se llama Mouschi.

Le he peguntado a Graciela que si recordaba esto, a lo cual la editora ha soltado una risotada y dice que no. Grata y feliz coincidencia. En una de esas tardes en que no había mucho por hacer, Graciela me mandó un mensaje y propuso para variar, una hamburguesa y par de refrescos. Acepté sin chistar. La charla con ella es una delicia. Y sí, adivinó lector, la cháchara versó sobre gatos, periodistas, músicos y escritores.

Saltó el gato de nueva cuenta en nuestras palabras. Le dije a Graciela que Flor Magallanes de Reyes, esposa del sabio melómano, Alejandro Reyes-Valdés, tiene a la vez un par de hermosas gatas que corren lirondas y felices por una pelota, son Max y Dina. Entre risas, le conté a la editora que un día cualquiera, doña Flor de Reyes y mi maestro, me invitaron a cenar a su residencia. Estábamos tomando una copa de vino tinto en su amplio patio, cuando de salto, llegó Max. Flor ya para entonces había preguntado una y otra vez por ella.

¿Sabe usted lector con qué palabras recibió Flor a Max? las siguientes, juro que casi son textuales: ¡Hola Max! ¿Dónde andabas? Te están esperando para cenar. Anda, pásate. ¿Sabe usted lector que hizo la famosa gata Max? le ronroneo a su dueña, volteó a verla y entró a cenar. Así de sencillo, así de complicado. Ah.

Esquina-bajan

¿Usted tiene gato señor lector? Mi relación con los animales la verdad no es buena. Pero tampoco mala. Los tolero y creo que ellos me toleran. Así es Ochi que debido creo yo a que ya me conoce y olisquea, me gruñe y me rodea en círculos. Luego, se va. Los gatos de doña Flor Magallanes son más ríspidos. Andan libres como el viento y regresan, juegan con sus dueños, se echan la siesta, comen a llenar y a volver a los tejados.

La mejor pareja de un escritor no es una mujer, sino al parecer, sus gatos. Claro que perros, pero mejor aún, gatos. Es clásica la imagen del suicida Ernest Hemingway: con su plato de comida listo, una botella de vino a un lado, su gato acechando a un lado en la misma mesa, mientras el viejo maestro de barba sempiterna, realiza anotaciones en su libreta. Todo esto en la insular Habana de Fidel Castro.

Ochi para Graciela Rodríguez; Max y Dina para Flor Magallanes y Alejandro Reyes-Valdés. Mouschi para los ocho habitantes de la Casa de atrás donde vivieron dos años Ana Frank y su familia, tratando de escapar de la persecución nazi. Mr. Peter Wells para H.G. Wells. Alejandro Dumas tuvo a dos felinos, Mysouff I y Mysouff II. Lord Bayron tuvo a Beppo, Emily Bronte tuvo a Tiger.

Letras minúsculas

Cuando viví en los años 90 en Monterrey, hubo una epidemia de gatos de tres patas. Alguien se encargaba de mutilarlos. Fue ocho columnas por un buen tiempo.




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