'Doña Meche', aquella dama nocturna... (crónica)
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A la gente le da mucha risa cada vez que me oye contar la anécdota esa sobre la vida de una célebre prostituta, a quienes sus compañeras de oficio y sus clientes más asiduos llamaban con respeto: “Doña Meche”, así nomás.
Aquella que después de terminar sus faenas sexuales gustaba de ofrecer café con galletas de animalitos a sus parroquianos, que en su mayoría eran párvulos.
Le digo que andando en la calle se topa uno con cada personaje, con cada historia, que a veces es difícil discernir entre lo que es real y lo que no.
Yo no sabría que hubiera existido esa mujer y una historia tan singular como la suya, de no haber sido por un taxista que cierta noche me trasladó del centro a mi lugar de trabajo.
Platicábamos, por supuesto, de mujeres, ¿de qué más? y no recuerdo por qué carajos fue que el nombre de aquella señora nocturna, “Doña Meche”, vino a colación.
Era, me contó el ruletero, una meretriz veterana, que despachaba en una accesoria de la zona de tolerancia, en el tiempo en que este sector pecaminoso se mudó de la calle de Leza, en el corazón de la urbe, a unos terrenos de lo que hoy es la colonia González.
La doña había ganado fama por ser algo así como… la educadora sexual de los mozos, que a hurtadillas de la Policía, se internaban en el barrio sanitario ávidos de aprender las artes amatorias.
“Pasaba yo enfrente de su cuarto y ella me decía: ‘Ven, ven mijo’, y yo:‘No Doña Meche, ¿cómo cree?’”, me contaba entre risas ahogadas el chofer.
Sobra decir que el tema atrapó irresistiblemente mi atención.
A la mañana siguiente ya estaba yo recorriendo las calles de lo que hace más de 50 años fue el barrio de tolerancia, con sus muchachas, sus salones de baile, sus cantinas y sus restaurantes.
Nada quedaba ya de aquellas épocas a no ser de algunos testimonios de los antiguos vecinos del sector, ex cantineros y ex prostitutas metidas a honorables jefas de hogar, madres de familia.
Pero algo permanecía, sobrevivía, entre los escombros de aquel putero y era la historia de “Doña Meche”, una anciana de larga trenza, moreno rostro aindiado, chaparrita y rolliza, que les daba café con galletas de animalitos a los niños que osaban entrar en la zona para iniciarse con ella, porque aparte y como si algo faltara para completar su biografía, Doña Meche era la que cobraba más barato.
Doña Meche, descubrí con fascinación, era una de esas putas de las que habla el gran Gabriel García Márquez en sus cuentos y novelas, ni más ni menos.
“Tengo que contar esa historia”, me dije, y la conté. En el único espacio que el periódico me hubiera permitido hacerlo: Semanario.
Después, recibí algunos comentarios de lectores que se quejaban de que VANGUARDIA hubiera gastado tanto papel en publicar una historia como esa.
“Por qué mejor no investigan cómo es que va a quedar el sistema de pensiones de los trabajadores del Estado, después de lo de la Megadeuda”, alguien sugirió.
¿Usted qué dice?