La verdadera historia de la Revolución Mexicana (1)
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Jesús Carranza
Siempre por estas fechas me acuerdo de los primeros años de instrucción Primaria, que cursé en una escuela llamada precisamente General Eulalio Gutiérrez Treviño. Previo a la histórica fecha, las maestras se esmeraban en organizar un desfile que recorría las calles de las inmediaciones del plantel, en el no menos histórico barrio del Topo Chico.
El día 20 de noviembre, pues, salíamos todos muy bien formaditos, atrás de un camión de la Coca Cola que iba abriéndonos paso y con su equipo de sonido reproducía la interminable, la clásica Marcha de Zacatecas, considerada nuestro segundo himno nacional.
Ese día nos disfrazaban con sombreros, chaparreras, bigotes y barbas postizas, unas carrilleras de cartón y unos rifles de madera. La indumentaria en que nos enfundaban, que equivalía a un auténtico equipamiento militar, nos impedía caminar con naturalidad, lo que volvía el desfile verdaderamente incómodo.
Por llevar el apellido Carranza, siempre me tocó personificar a don Venustiano. La maestra me vestía con ropa color caqui y me ponía en la cara una barba de Santa Claus, sacada de los cajones de adornos de la posada navideña.
Recuerdo que éramos los líderes del contingente, encabezado por compañeros que personificaban a Pancho Villa, Álvaro Obregón, Emiliano Zapata, Francisco I, Madero, inclusive a don Porfirio Díaz. No faltaban las bravas Adelitas, con sus trencitas muy coquetas (hoy podríamos imaginar un desfile chusco, como aquellos que efectuaban los estudiantes de la UAAAN, encabezado por Carlos Salinas de Gortari, Luis Donaldo Colosio, Ernesto Zedillo, Mario Ruiz Massieu, aderezado por Rosa Luz Alegría, Sasha Montenegro y Adela Noriega, en calidad de las flores más bellas del ejido).
Así de vívidas y aparatosas eran las clases de historia. Recuerdo que la profesora me decía con firmeza durante el desfile, cuando notaba que me distraía:
âHey, Carranza, no te le despegues a Alvarito (Obregón), váyanse juntitos, don Venustiano y el general Obregón eran muy amigos.
Eran mis primeras lecciones de realismo mágico mexicano.
En las primeras clases de historia que nos dieron, nos hacían creer que todos esos personajes de la Revolución eran grandes amigos. Nada más falso y alejado de la realidad: esos héroes se traicionaron y asesinaron entre ellos a balazos.
A Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez los asesinaron en la sonada Decena Trágica: a partir de ese momento las tragedias se sucedieron por decenas, durante los diez años siguientes.
Tiempo después, don Venustiano salió huyendo de los Convencionistas rumbo a Veracruz y en un paraje rural lo acribillaron, una noche lluviosa, en una choza: sus venerables barbas quedaron revueltas en el lodo. Mucho antes, generales le tendieron una cama ranchera a mi general Emiliano Zapata, en la hacienda de Chinameca, en donde fue ultimado.
A Obregón lo mataron mientras compartía el pan y la sal con sus jilgueros y colaboradores; meses antes le habían aventado un bombillo, pero de dinamita, atentado del que alcanzó a salir con vida. No le tocó igual suerte con los plomazos que le dispararon en el restaurante La Bombilla.
A Pancho Villa lo emboscaron en Parral, Chihuahua: el automóvil en que se transportaba âsiempre fue un hombre muy moderno, a pesar de sus orígenes ruralesâ quedó hecho una coladera.
Total, que la historia de la Revolución Mexicana está cargada de traiciones y ambiciones desmedidas en la lucha por el poder. Por estas fechas circula en los medios de comunicación una clásica fotografía, en la que aparece Francisco Villa sentado en la silla presidencial, acompañado de un cáustico, de un escéptico, de un amargado Emiliano Zapata, ambos entre un montón de sombrerudos y otros personajes vestidos con sus trajecitos al estilo porfiriano, bastón, bombín y bigotes afrancesados. Es la foto que se tomaron a propósito de la Convención de Aguascalientes: de allí salió ungido como Presidente el general Eulalio Gutiérrez, saltillense de origen zacatecano que duró en el cargo solamente 20 días. Con ese tiempo tuvo y le bastó para engendrar toda una prole de cachorros revolucionarios, que siguen haciendo las delicias de la política coahuilense. Tras la convención hidrocálida, Venustiano Carranza salió huyendo de la Ciudad de México rumbo a Veracruz, a donde nunca llegó. Llevaba en un tren el Tesoro de la Nación, los lingotes de oro y el sello para imprimir billetes: por eso lo perseguían.
La del estribo
De Porfirio Díaz se ocuparon profusamente Carlos Salinas de Gortari y Televisa. En maridaje de poderío y entretenimiento, mandaron al baúl de los tiliches a los héroes revolucionarios, a ese cajón de los recuerdos de donde los sacamos, muchos años después, para organizar nuestro inocente desfile escolar. Los señores del poder y los medios exaltaron la figura del dictador con aquella serie histórica-novelada acerca de la Revolución Mexicana, llamada El Vuelo del Águila. Serie producida con intenciones reeleccionistas Pero esa es otra historia que abordaremos en futura entrega.
@Jesus_CarranzaO