Ucello y otros pájaros

Opinión
/ 25 julio 2015

Y quien cuida más de la perspectiva que de las figuras, cae en un estilo seco y lleno de perfiles, producido por la voluntad de desmenuzar demasiado las cosas. Además, a menudo se vuelve solitario, extraño, melancólico y conoce la pobreza, como le ocurrió a Paolo Uccello que, dotado por la naturaleza de un ingenio sofístico y sutil, no encontraba placer mayor que el de investigar problemas difíciles e imposibles de la perspectiva

Estas palabras, Ernesto, son del artista y biógrafo italiano Giorgio Vasari; las escribe acerca del célebre pintor florentino Paolo Ucello (1397-1475), de quien me hablas en tu reciente carta. Es estremecedora la forma en que Vasari se refiere a la soledad, el sentimiento de extrañeza y la melancolía que atacan a quien desmenuza demasiado las cosas. Esto recuerda lo que dice el Eclesiastés: el conocimiento hunde en la tristeza a los seres humanos.

La obsesión de Ucello fue la perspectiva: f. Técnica de representar en una superficie plana, como un papel o un lienzo, la tercera dimensión de los objetos, dando sensación de profundidad y volumen. (http://www.wordreference.com). Una de sus obras más reveladoras es el tríptico La batalla de san Romano (temple/tabla); otra, San Jorge y el dragón (Ídem). En ellas vemos la fusión del estilo gótico con el amanecer de una forma nueva de vivir o de entender la vida, ésa a la que los historiadores llaman Renacimiento.

Vasari cuenta que Ucello se encerraba en su casa durante días para estudiar concienzudamente este recurso que crea ilusiones ópticas. Porque eso es la perspectiva: la invención de espacios y puntos de vista imposibles en un plano. La perspectiva es también la imagen de la racionalización absoluta y el abismo de lo ilusorio, paradójicamente. Leonardo escribiría en sus cuadernos cosas muy interesantes acerca de ella, interesantes por controversiales. Durero sería otro obseso de la misma ilusión, como antes lo fueron Masaccio y Piero della Francesca, entre otros.

En el desarrollo del hombre, Ernesto, pareciera que la perspectiva se contrapone a otro descubrimiento humano: la risa. La primera representa el hipotético ascenso hacia esa razón que tanto exaltaron los ilustrados; la segunda, la inmersión en ciertos subterráneos donde la inteligencia se parodia a sí misma. Las dos Grecias: la blanca de Winckelmann, la oscura de los misterios de Eleusis; la negra del mito cifrado, la luminosa del racional Aristóteles. ¿Recuerdas el hilarante sarcasmo de Aristófanes, quien pulverizó el Olimpo y ridiculizó a Sócrates?

Ignoro si la razón y el humor sean opuestos. No sé si Ucello era un hombre que sabía reír: Vasari no lo dice. ¿Lo era? Ya no podremos averiguarlo, pero sabemos que Einstein y Churchill gozaban de un gran sentido del humor. Éste último dijo al final de su vida que le gustaría encontrarse con Oscar Wilde en el más allá, pues quería pasárselo muy bien escuchando al autor de La importancia de llamarse Ernesto.

¿Recuerdas que el centro de la trama en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, es nada menos que un presunto libro de Aristóteles sobre la risa; libro, según el novelista, prohibido por la Iglesia católica en la baja Edad Media? ¿Por qué fue censurado y anatematizado? ¿Y por qué por la Iglesia, la misma institución que patrocinaría las obras de muchos artistas magníficos, creadores de ilusiones plásticas tan arrobadoras gracias, entre otras razones, a la perspectiva?

Contempla, por ejemplo, La flagelación (c. 1451), de Piero della Francesca, tabla al temple en que la violencia contra Jesús es representada en un tercer plano, a la izquierda del cuadro, mientras a la derecha y en primer plano tres dignatarios conversan sin, aparentemente, hacer caso de la flagelación. O esa intrincada alegoría que constituye el retablo La Adoración del Cordero Místico, de Jan van Eyck: más allá de los recursos de la perspectiva y de la maestría del artista algo se hunde y estalla secretamente en nuestra conciencia.

¿A qué viene todo esto, amigo, cuando tú mencionas a mi admirado Walter Benjamin, a Hemingway, a John Reed y a Liu Ling? No tengo la menor idea. Mientras me lo pregunto y trato de formular una respuesta, veo la reproducción de una pintura que representa a los Siete sabios del bosque de bambú. Liu Ling canta: El frío o el calor no le afectan, / de ganancias o deseos no padece tirones, / mira hacia las cosas mundanas, con todos sus enredos, / como si pasaran hojitas flotando por el río Paolo Ucello, solitario, extraño y melancólico, trabaja entre puntos de fuga y horizontes virtuales.




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