San Ramón, ponme un tapón
COMPARTIR
Si al día siguiente no sufro los efectos de la noche anterior voy los domingos en la mañana al mercado de la Madre. No está anca la madre ese mercado: está muy cerca, en la pequeña plaza dedicada a la mamá, en Saltillo Oriente. Ahí tiene la Madre una estatua de piedra que hizo decir a algún bellaco: Es mucha piedra y poca madre. En el pedestal de ese monumento se lee la palabra paradigma. ¡En la madre!
¿Por qué voy a ese mercado? Porque en él hallo cosas que en otra parte no hallo. He aquí algunas de ellas:
â Berro. Sólo puedo encontrarlo en el Potrero de Ábrego, al pie de la caída de agua que se llama El Salto. Vamos allá llevando por todo bastimento un salero y un par de limones, y disfrutamos el agreste picor de esa sabrosa hierba cuyas hojas parecen agua concretada en verde.
â Cuajada. Blanca a la vista y suave al tacto, esa especie de queso campesino es una delicia que pocas veces ya se ve. Mi padre la traía de los ranchos del Cañón de la Carbonera cuando trabajaba en los caminos de la sierra. Al comerla nos rechinaba en los dientes con gozoso ruido. En el mercado de la Madre la vende un señor que nunca se equivoca al dar el peso exacto. Un cuarto de kilo, por favor. Toma el señor su gran cuchillo y parte un trozo de cuajada. Lo pesa. Son 250 gramos exactos. Alguna vez le voy a pedir 378 gramos, a ver qué pasa.
â Flor de calabaza. Si yo fuera pintor no pintaría rosas, claveles, plúmbagos, crisantemos o cualquiera de las flores que don Rubén Herrera hacía pintar a sus discípulas. Pintaría flores de calabaza. Son amarillas, con ese amarillo que -decía Van Gogh- es el color de Dios. Las quesadillas de queso son muy buenas, pero las de flor de calabaza más.
â Nata. Si me voy al Cielo âpara Dios no hay imposiblesâ mi abuelita, mamá Lata, me recibirá en la puerta del paraíso y me dará una tortilla con nata. Manjar más celestial no he conocido. Con la leche pasteurizada desapareció la nata. Al hervir la leche que se llama bronca âha de ser leche independienteâ se hacía una gruesa nata de color crema, pues era casi crema. Tan rica era la leche que si se hervía otra vez daba otra capa de nata. Con ella se enriquecían las tortillas de harina, o se la ponías a los frijoles. ¿Me recibirá mamá Lata en las puertas del Cielo dándome una tortilla con nata? Esa esperanza ây en segundo lugar la de contemplar de Diosâ es lo único que me pone en la tentación de ya no caer en tentaciones.
â Santitos. Yo soy santero. Me volví hagiógrafo âaficionado, por supuestoâ desde que leí la Leyenda Dorada, de Santiago de la Vorágine. Me atrae mucho la vida los santos, y he lamentado su desaparición de las iglesias. Antes había muchos santos y santas, pero el Concilio âese congreso católico tan protestanteâ los mandó a destierro. En el mercado de la Madre, que es del pueblo, puede uno hallar santitos y santitas, y oír la relación de sus milagros. Ésta quita el dolor de muelas (Santa Apolonia). Ésta es pa mejorar la vista (Santa Lucía). Ésta es abogada de las causas difíciles y desesperadas (Santa Rita de Casia). Éste, la mera verdá, no sé pa qué sea´. (Es una estampa de Dios Padre).
Encontré ayer domingo una pequeña imagen de San Ramón Nonato. A él te debes encomendar cuando no quieres que de tu boca salgan palabras indiscretas: San Ramón, ponme un tapón. Yo le pido ese milagro todos los días, pero muy pocas veces me hace caso.
Armando Fuentes Aguirre