¡A darle, que pa’ nacer morimos!

Opinión
/ 11 agosto 2024

Los orientales son dueños de una gran sabiduría. Algo tiene el oriente, que orienta mucho. No en balde la zona alegre de Saltillo ha estado siempre hacia Levante, excepción hecha del breve tiempo en que estuvo por el lado del ocaso, en un lugar llamado “Los Padres Santos”. ¡Un congal llamado “Los Padres Santos”! Magnífica ironía, como dijo Borges.

Los orientales son muy sabios. Inventaron la pólvora, la brújula y el chop suey. Nueve de cada diez frases célebres provienen del oriente, sobre todo de Confucio. La otra frase es de Napoleón, y debe haberla dicho en Rusia, que ya algo tiene de oriental.

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Hablo de todo esto porque acabo de encontrar una frase chinesca que ha sido para mí motivo de gran consolación. Dice esa frase lo siguiente: “Al llegar a la edad madura el hombre debe tener estómago prominente a fin de inspirar respeto a los demás”.

¡Qué buena frase! De ser cierta, entonces yo inspiro un gran respeto. Tiendo a ser ventripotente, palabra usada por Chesterton, que tenía magnífica barriga. Tenerla yo no me avergüenza nada: si siempre uso guayabera no lo hago para disimular el barrigamen, sino por la calor, como dijo aquella señora que le preguntó a don Dámaso Alonso:

-Y dígame, don Dámaso: ¿qué dice la calor?

Respondió el gran lingüista:

-Que es masculino.

(La verdad, se equivocaba el buen don Dámaso. El sustantivo “calor” es preferentemente masculino, pero puede usarse también en femenino. Quien dice “la calor” no hace ningún agravio al diccionario).

La gente que inventa dietas no es gente de confiar. Yo llevo hechas 14 −durante algunas horas todas ellas− y ninguna ha sido buena para ponerme en aptitud de usar suéter cerrado. Los uso, de cualquier modo, en el invierno, pero me veo como si me hubiera robado una sandía y la trajera bajo el suéter.

Los santos y las santas tienen cada uno su atributo: las llaves de San Pedro, la espada de San Pablo, los ojos de Santa Lucía, la cruz en forma de equis de San Andrés Apóstol, la vellida barba de Santa Liberata, el cuervo de San Elías; el perro de San Roque... Pues bien: el atributo de los señores de mi edad debe ser una panza prominente. Algunos no la tienen, ciertamente, pero eso se debe a las penas de la vida, o al metabolismo de esos venturosos seres (cosa que se recibe gratis, y que por tanto no es para presumir), o a que han gastado el tiempo de la vida en ejercicios fatigosos que ningún bien le hacen al espíritu.

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Yo, por mi parte, voy muy orondo por doquiera con mi lucida panza. No dudo que alguna vez un médico me diga:

-Oiga, licenciado: necesita usted bajar de peso, porque si no...

Y me hará una cumplida relación de los males que sobre mí se abatirán por causa de mi inocente barriga. Pero ese tiempo aún no ha llegado. A lo mejor de repente doy el cuartazo, como decía Pablito Valdez Hernández, pero voy a llegar sin hambre al otro mundo. Y si San Pedro −espero que sea él− me dice: “Quihubo, panzón”, yo le contestaré como don José Ángel Cárdenas a don Nazario Ortiz Garza cuando éste le dijo: “Qué canoso estás”. Le respondió don José Ángel:

-Y tú qué pelón.

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