¿Qué tal sus fiestas de días de muertos?
¿Qué comieron nuestros difuntos esta temporada?
¿Calabaza en tacha –que ya se hizo del dominio popular–, dulce de tejote y camote en leche?
Cada familia honró a sus ánimas con sabores diferentes, aromas como inciensos que atrapan a esos espíritus que pasan en medio del papel picado –ese es el motivo por el cuál está picado con diferentes diseños conforme avanza la evolución de esta fiesta–.
Esta tradición viene desde los prehispánicos, que ofrendaban la tierra, porque debajo de ella estaban sus muertos que como composta fortalecía cosechas y otorgaban poder a la madre tierra. Hacían rituales de gratitud con cacao y maíz, hacían tapetes de forma circular con semillas y chiles secos. El maíz sin duda daba el recibimiento desde el Mictlán.
Con la llegada de los españoles llegó el sincretismo y México se pinta solo para ser un gran creador imaginario y colectivo. Se empiezan a sumar los niveles, revelaciones bíblicas, se conjugan los colores naranja y morado por ambos lutos.
Y luego llegan las mariposas monarca, que los purépechas veían como aquel espíritu volátil de polvo cósmico que arribaba en estas fechas cumpliendo la promesa divina.
Asimismo el gran Tzompantli, una forma de honrar a los grandes guerreros; cráneos reales ensartados en varas, para después ser portadas en paredes, haciendo culto a la fuerza y lucha de esos hombres de la guerra.
Y bueno, La Catrina, que llega a ser parte de esto gracias al gran grabador José Guadalupe Posada. La Calavera Garbancera pasa a ser nuestra icónica Catrina en el mural de Diego Rivera, como una sátira de ambos por aquello que los indígenas renegaban de su origen para ser “ catrines”, de vestirse a la europea, como lo hicieron tendencia las élites en la época del porfiriato.
Después James Bond y su desfile, Coco con su digna caricatura sobre el Día de Muertos, que globaliza en los cines está fiesta. Así se suman cada vez más representaciones de la muerte. La calaverita literaria que expresa de una manera graciosa y a veces alburera y pícara este dolor que solo los mexicanos podríamos transformar.
Pero la comida viene a coronar tales festejos, en medio de esta creencia de que el difunto viene a comer a este plano lo que le gustaba en vida es maravilloso, místico. Ellos llegan junto al xolo que espera al pie del altar para guiarlos en el camino.
Cada quien encuentra en su ofrenda su comida, su gusto, su pistito. ¿Qué tal tejocotes en dulce? ¿Un asado para Don Cruz Martinez Treviño de La Garza? ¿Un caldito de res para Vivianita? ¿Unos tamales para Rosita Alvirez? Y ¿qué le gustaba a Agustín Jaime? Unas buenas chelas.
Sin olvidarnos, por supuesto, de esos panes de muertos ¡Pinchis Mexicanos! Las tumbitas, las almitas, pan de muertos, ahora ya con muchas modificaciones gastronómicas.
Los atoles, los champurrados y ponches, moles, adobos y hasta dulces de leche, ¿pues qué tiene?
¡Ah su mecha! Y eso que faltan las flores de cempasúchil, las calaveritas de azúcar y hasta las velas de cebo ceremoniales. ¡Los bailes y las letras de tantas canciones!
México lindo y qué rico, por más que la catrina te quiera llevar, en nuestro corazón siempre vivirás, no importa que te hayan querido matar, gobiernos vienen y gobiernos van. Por eso la pelona no te ha podido llevar. Mientras estés en nuestros corazones nunca morirás.
México de Mi Corazón.