Abuelos silenciosos
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Hoy es el “día de los abuelos”, también llamada de “la tercera edad” –como si las edades del vivir se pudieran clasificar numéricamente-. Se han ido multiplicando los ‘días’. Desde que se iniciaron con el “día de la madre” al que se le han sumado el “día del padre”, “de la familia”, “del, compadre”... del ‘medico’, del ‘maestro’, del ‘bombero’, del ‘niño’, etc... son “días” especiales. Sujetos a debate, por el posible usufructo comercial, pero tienen una raíz más profunda: la toma de conciencia de la gratitud invisible.
Bienvenidos esos días que pueden revivir la fisonomía, invisible por lo cotidiano, de unos personajes que han sido vitales para cada ser humano. Bienvenidas esas conmemoraciones que agitan la memoria y el corazón de la monotonía humana en las relaciones personales, y que le han dado un valor añadido al caminar de cada quien. Bienvenido ese tributo al ejercicio incondicional e inapreciable de las personas trascendentes y cotidianas que generan, cultivan y son raíces invisibles de la historia de todas y cada uno de los que poblamos este hogar llamado tierra.
Los abuelos pertenecen a ese rango invisible de la sociedad que desde hace unos años han sido descubiertos como las raíces del tronco familiar. El cúmulo de estímulos, obligaciones, necesidades, preocupaciones, conflictos, peligros, amenazas se multiplican en cada día. Los abuelos no son personajes ni inmediatos ni urgentes en la vida de cada quien. Fueron importantes en la época de las ignorancias, cuando la sabiduría era sinónimo de caminos recorridos, de enfermedades aliviadas y conflictos pacificados. Y más que todo eso, ellos generosamente proveían de esperanza, de consuelo, de comprensión, cuando en su familia se diluía la luz, la posible solución, el abandono o el desamparo.
Conocí a una abuela que a sus 60 años no se conformó con ser solamente abuela de sus nietos, sino que quiso ser abuela de los pobres. Fue con el Sr. Cura de la Catedral y le propuso crear un Bazar de ayuda.
“Y ¿cómo le vamos a hacer? –le respondió el Párroco”.
“Mire señor Cura, -le propuso la abuela- Usted solicita en las Misas de cada Domingo que los fieles donen la ropa, zapatos, abrigos que ya no usen, para ayudar a los pobres de la Parroquia. Nosotros nos encargamos de lavarla y arreglarla para que pueda ser usada. Y la vendemos muy barata para ayudar a otros. Aquí, a la vuelta, en la calle de Castelar, hay una cochera que podemos acondicionar para la venta y ayuda”
El señor Cura aceptó colaborar y nació el “Bazar S. Martín de Porres”. Durante los siguientes 25 años Doña María, todos los días acudía por las tardes puntualmente de 3 a 6 PM para atender a los que necesitaran ropa, abrigo y atención, hasta que un cáncer terminó con su misión de abuela sin límites.
Hoy en día vemos y celebramos a muchos abuelos que no se limitan a una mecedora. Siguen ejerciendo su responsabilidad de vivir y colaborar de manera invisible, aunque su sabiduría y afecto sea silencioso. ¡Qué tengan un día de especial afecto y reconocimiento!