Acapulco, cuerpo y nalga. O de cómo la 4T hace todo con las ídem
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Recordaba hace unos días la actuación del presidente Miguel de la Madrid Hurtado durante los terremotos de septiembre de 1985.
Decíamos que fue una mezcla de orgullo nacionalista pendejo, un alarde de falsa autosuficiencia y una preocupación banal por no parecer un estado débil teniendo el Mundial de Futbol a la vuelta del año.
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Yo creo que el imbécil de De la Madrid pensó que la comunidad internacional le diría: “Pues sí, muy bonito todo pero... y esa mascota, el tal Pique... ¿Qué es? ¡Un chile con bigotes! ¿Y en esto te gastaste toda la ayuda enviada por 72 países, Miguel?”.
Vaya usted a saber, el caso es que su desprecio a la cooperación y solidaridad internacionales adquiere tintes criminales, casi genocidas, pues nunca sabremos cuántas muertes y dolor adicional se pudieron haber evitado de haber abrazado el ofrecimiento que otras naciones le hicieron a un México profundamente lastimado.
Hablando de heridas, quizás México no había sufrido una tan grave desde ese aciago 85, sino hasta el pasado mes de este año que ya entra en su recta final.
Comparar el número de decesos es sólo una cifra vulgar, además de que muy poca certeza tenemos de una y otra cantidad. Aunque en el presente caso que nos ocupa, ha sido especialmente patético atestiguar cómo desde un inicio se pretendió minimizarlo: “No fueron tantos”.
¿En serio? ¿Y eso gracias a quién? ¿Al azar? ¿O acaso se lo debemos al perro tuitazo del Presidente López Obrador de las 8 de la noche?: “¡Metan al gato! Va a llover. @lopezobrador_”.
En serio que no alcanzo a entender cuál es el sentido de tal expresión:
“No fueron tantos”. ¿Significa que la naturaleza fue clemente y no deberíamos preocuparnos tanto? O más aún: ¿Está diciendo que gracias a las acciones preventivas y todos los mecanismos de alerta desplegados, la mortandad del incidente se redujo a su mínimo posible y, por tanto, la actuación de su gobierno es irreprochable?
No lo sé. Ahí el que me lo quiera aclarar, lo leo con atención.
Quizás sea importante llegar a un consenso sobre si fue o no correcta la respuesta del Gobierno en sus tres niveles ante Otis cuando aún era apenas una amenaza. Quizás sea importante, pero no es de momento prioritario. Es más apremiante saber si esos mismos gobiernos, federal, estatal y municipales, están haciendo lo correcto para aliviar el sufrimiento de la gente en orden prioritario; recuperar lo antes posible las condiciones de salud y dignidad para todos los damnificados, hasta alcanzar niveles de normalidad; restablecer en el plazo más corto posible la actividad económica y, ya como último −ya que le estamos escribiendo una carta a Santa Claus−, trabajar por la reconstrucción de un puerto de Acapulco más moderno (turísticamente más atractivo y renovado) y más seguro ante futuros eventos de esta naturaleza.
Por desgracia, las horas y días inmediatamente posteriores a la tragedia también serán recordados por la torpeza, confusión, omisión y caos; desde un Presidente de la República y Comandante de las Fuerzas Armadas que, luego de regalarnos una foto para la comidilla de México y el mundo, no volvió a ofrecer otro testimonio gráfico visual de su presencia en las zonas siniestradas; hasta un cadete que, presa de las mismas privaciones y agobio que la población que se supone fueron a asistir, se sumó a las turbas saqueadoras para agenciarse unos chescos que mitigaran su sed y la de sus compañeros.
Esa fue la respuesta inmediata. En los días subsecuentes, el Presidente dejó en claro su desdén por la capacidad organizativa de la población civil, su rotunda negativa ante los esfuerzos ciudadanos y su desprecio por la solidaridad y sentimiento de hermandad de los mexicanos de los que tanto nos enorgullecemos ante estas situaciones.
Sé de buena fuente y primera mano que el Ejército estuvo incautando cargamentos de ayuda porque la orden del Presidente era que sólo los chicharrones de su amado Ejército tronaran durante esta primera etapa de distribución de víveres y productos básicos. Lo cual no habría sido tan objetable si ese mismo Ejército no se hubiera mostrado completamente inútil ante la ola de saqueos (y no por el saqueo en sí, sino por los riesgos adicionales que estas turbas representan para la población).
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Todo conduce a pensar que esta imposición militar de “coordinar” los esfuerzos no era una maniobra estratégica, sino el más ansioso afán de apropiarse de la patente del rescate y que toda ayuda llegase con el rótulo del oficialismo y los atentos saludos de su amigo, el Sorprendente Hombre de las Mañaneras.
Los planes a mediano y largo plazo para la reconstrucción del histórico y mundialmente conocido puerto y otras zonas afectadas de la entidad, tampoco son alentadores.
Luego de declararse 47 municipios como zona de desastre, parece ser que la cifra no le gustó al Zar de Macuspana (quizás en su juventud lo ponchó algún pitcher con ese número en la casaca) y decidió por sus tabasqueños tompiates que sólo dos ciudades ameritaban esta categoría (“abuenochingomimadre”, se reporta que dijeron los otros 45 municipios).
Lejos de destinar un fondo para emergencias que sería deseable tener en estos casos, AMLO aseguró que habrá estímulos fiscales y condonaciones tributarias... Lo cual sería maravilloso si tan sólo hubiera quedado en pie alguna actividad económica, más allá de las emblemáticas Ranitas del Señor Frog’s.
De igual manera, el Señor Peje anunció que las becas y pensiones se adelantarían para los pobladores de las zonas afectadas (dos al parecer), lo cual supongo lo hace sentirse eximido de responsabilidad: “Yo ya le di su dinero a cada quien, gástenlo sabiamente, no todo en un mismo lugar y si no hay tiendas ni qué comprar, eso ya no es mi sonora flatulencia”.
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Por último, el presupuesto anunciado por nuestros diputados morenistas para el próximo año no incluye ninguna partida especial para Acapulco o el Estado de Guerrero porque al parecer le apuestan a que la gloria del puerto se reconstruya con los esfuerzos de la Iniciativa Privada (no importa si es un platillo servido en bandeja para el crimen organizado y los capitales de dudosa procedencia), y la población tiene que levantar cabeza con sus puras dádivas del bienestar.
No me queda un atisbo de duda de que Acapulco, el legendario puerto que vio a Elvis hacer su peor película; inspiración de Agustín Lara, hogar adoptivo de un sinfín de estrellas de México y de Hollywood y remanso de Luismirrey, volverá a ponerse en pie quizás con mayor gloria y esplendor que antes. La cuestión es cuánto sufrimiento podamos evitar en el proceso y si esta reconstrucción será gracias a −o a pesar de− el señor Presidente y su nefasta Cuarta Transformación.