Amante supersticioso

De pronto se escucharon pasos en el corredor. ‘¡Mi marido! –exclamó ella asustada–. ¡Rápido, toma tus cosas y salta por la ventana! Opuso él: ‘¡Pero estamos en el piso 13!’
“Déjame que lo haga –le pidió el recién casado a su reticente dulcinea en la noche de bodas–. Ya es la una de la madrugada”. Respondió ella terminante: “No”. Después de un buen rato el desesperado mancebo insistió en su petición: “Por favor, mi vida; ya va a amanecer. Déjame”. “Todavía no” –repitió la desposada con igual firmeza–. Transcurrió largo tiempo, y otra vez el suplicante novio; “Mi cielo, son ya casi las 6 de la mañana. Permíteme hacerlo”. “Está bien –accedió ella por fin–. Ya puedes salirte”. (No le entendí)... Dos amigos se encontraron después de varios años de no verse. Tras un rato de conversación uno le preguntó al otro: “¿Cuántos hijos tienes?”. “Ninguno –respondió el interrogado–. Mi esposa y yo no hemos tenido hijos”. Se jactó el otro: “Yo tengo siete, con ayuda del Señor”. “Bueno –razonó el amigo–. Con esa ayuda hasta yo, que soy más pendejo”... En la mesa del Bar Ahúnda, entre copa y copa, Ceperino les informó de pronto a sus camaradas que había roto su compromiso matrimonial con su novia Carilina. Quiso saber uno: “¿Por qué?”. Preguntó a su vez Ceperino: “¿Te casarías tú con alguien de moralidad dudosa, malas costumbres y tendencias claras a engañar, mentir y faltar a sus deberes conyugales?”. Contestó el compañero: “Tienes razón. Yo no querría casarme con alguien así”. Declaró Ceperino: “Tampoco Carilina quiso”... Dice una antigua copla mexicana: “El que enamora casadas / tres cosas debe tener: / su machete, su pistola / y patas para correr”. Libidio estaba disfrutando un ameno interludio de erotismo con cierta complaciente dama en el departamento de ella. De pronto se escucharon pasos en el corredor. “¡Mi marido! –exclamó ella asustada–. ¡Rápido, toma tus cosas y salta por la ventana!”. Opuso él: “¡Pero estamos en el piso 13!”. “¡Haz lo que te digo! –repitió ella con imperativo acento–. ¡Éste no es momento para andar con supersticiones!”... Jock Mc. Cock, escocés, era hombre chapado a la antigua, tanto que cotidianamente usaba el tradicional kilt o falda escocesa. Cierta noche estaba con la linda Cindy Mae. Le dijo ella: “Adivino que quieres tomarme la mano”. Preguntó él: “¿Cómo lo sabes?”. Explicó ella: “Por el latido de tu corazón”. Poco después insinuó la muchacha: “Adivino que quieres besarme”. Inquirió de nuevo Jock: “¿Cómo lo sabes?”. Repuso la hermosa chica: “Por el temblor de tus labios”. Después de una pausa declaró Cindy: “Adivino que quieres acariciarme toda”. Y Jock: “¿Cómo lo sabes?”. Repuso la muchacha: “Por el resplandor de tu mirada”. No transcurrió mucho rato, y dijo ella: “Adivino que quieres hacerme el amor”. Preguntó el escocés. “¿Cómo lo sabes?”. Respondió Cindy Mae: “Por el levantamiento de tu kilt”... La gallina puso un huevito. En eso se le acercó el gallo con obvias intenciones lúbricas. “Aquí no –lo detuvo la gallinita–. Nos puede ver el niño”... Don Algón, gerente de la empresa, permitía que a las 11 de la mañana los empleados y empleadas de la oficina suspendieran por 15 minutos sus labores para el llamado coffee break, o sea la hora del café. Uno de esos días buscó a esa hora a su bella asistente Rosibel, y no la halló. Alguien le dijo que la había visto entrar en el cuarto del archivo. Fue allá, abrió la puerta y lo que vio lo dejó sin habla: la linda chica y el joven y guapetón encargado del archivo estaban llevando a cabo sobre la mesa de copiado el antiguo rito natural. Antes de que el atónito ejecutivo pudiera articular palabra Rosibel le explicó sobre el hombro de su rítmica pareja: “Ni a él ni a mí nos gusta el café”. (Inadmisible explicación. También había disponibles agua embotellada, refrescos, chocolate y té)... FIN.
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