Mi aventura con las mayoras en el pueblo mágico de Espita, Yucatán
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Hay experiencias que te dejan marcado para siempre, recuerdos que pasarán a inmortalizarse en nuestras mentes y vidas; son lo que llamamos aventuras. Y es que precisamente lo que viví hace un par de días eso fue, toda una gran aventura, llena de locura, emociones, conocimientos y encuentros con grandes personas.
Tuve una de las que yo puedo considerar de las mejores oportunidades en mi vida. Fui invitado a participar en un congreso gastronómico donde chefs de distintas partes del mundo, junto con las personas de la comunidad, nos congregamos con un objetivo en común: la hermandad.
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Mi aventura comenzó desde el primer momento que fui recibido con ese abrazo fraterno, símbolo del cariño y aprecio que sólo se le puede brindar a un verdadero hermano. A mi llegada al pueblo mágico de Espita, Yucatán, un pueblito a unas dos o tres horas de Cancún, pude notar el cariño y el recibimiento de la gente del pueblo mismo.
Yo nunca me he considerado una persona extremadamente sociable, ni alguien que se mimetice fácilmente con el ambiente; sin embargo, en medio de ese espectáculo que coincidentemente calzaba con la celebración del Día de Muertos, me sentí como en casa, me sentía en familia.
Aunque sabíamos muy bien a lo que íbamos, fue un asalto mental y un reto total a nuestras habilidades. Cocinar totalmente en leña, hacer uso de los recursos que teníamos a nuestro alcance, de que si necesitábamos una naranja, no íbamos al refrigerador, íbamos directamente al árbol y arrancábamos dicha naranja.
Y qué decir de las mayoras, ese grupo de cocineras tradicionales que sin lugar a dudas nos estuvieron nutriendo de su conocimiento. Digo a mí me “vendieron” una falacia; según yo, iba a enseñar y terminé aprendiendo. Y es que cómo evitar eso, esas mujeres llevan la cocina en su sangre, respiran sabores, son mujeres hechas de fuego, de leña, ceniza y humo; son herederas incomparables e inigualables. Son verdaderas cocineras ancestrales.
Y aquí podría extenderme demasiado en este punto porque la verdad tiene más duración que las baterías del conejillo ese. ¿Y a cuál me refiero? A la comida. Mire usted, yo he comido en distintas partes y he disfrutado de la comida, pero en este lugar, la comida cumple su principal propósito, el unirnos como personas.
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Si bien viajar es bonito, fabuloso, cansado también, no es cien por ciento necesario para conocer otros lares como dicen. Me doy cuenta de que uno conoce el mundo no sólo cuando viaja, sino también por las personas. En este pequeño viaje pude conocer Ecuador, Argentina, Chile, Honduras, Perú, Estados Unidos y, claro, mi maravilloso y chingón México, y lo conocí a través de su gente y del cariño que ellos sienten por su misma cultura y que saben cómo transmitirla.
El levantarte todas las mañanas y llegar al lugar donde tienes que estar, y ver a una persona que antes de decir una palabra, lo primero que notas es esa gran sonrisa, sinónimo de la alegría que representa que estés ahí, no tiene precio. Escuchar que te digan “te quedarás en mi casa” o “para mí va a ser un gustazo invitarte a cenar en mi mesa”.
Esa gran hermandad que se siente te invade. Puedo decir muchas cosas, hablar de todo lo que experimenté, comí y hasta de lo que no comí, pero faltaría tiempo y espacio. Por eso, si me preguntan, puedo decir brevemente que pasé una semana con personas que jamás había visto en mi vida; quizás en su momento crucé un par de palabras, pero de ahí en fuera, nada.
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Puedo decir que llegué frente a un grupo de extraños, y esos extraños se quedaron allá, se perdieron en medio de la selva o qué sé yo, se cayeron por un barranco y sus muy miserables vidas llegaron a su fin. Porque hoy digo con toda seguridad que los que conocí al principio y al final de mi gran aventura ya no eran los mismos, ya no, eran extraños; ahora son familia.
Sólo como consejo final. Si algún día viaja a Espita, cosa que tiene que hacer por lo menos una vez en su vida, recuerde que no todo lo que brilla es oro. No confíe, no se crea todo lo que le digan estas personas; el chile habanero sí pica y pica fuerte. Pero no me haga caso si no quiere, al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?
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