Al día de ayer, 16 días antes del arranque de las campañas, Claudia Sheinbaum le lleva 35 puntos de ventaja a Xóchitl Gálvez (Encuesta SIMO: Grupo Expansión). Ante esa distancia abrumadora, Xóchitl respondió: “no voy a perder la contienda electoral porque esto todavía no empieza. Voy a ganar porque la gente sabe de qué estoy hecha, porque saben que soy una mujer honesta, trabajadora, que quiere unir al país, no le apuesto al odio o a la división”.
¿Qué ha hecho Andrés Manuel ante esta aparente derrota anticipada de Gálvez? Golpearla sistemáticamente a través de su vocero presidencial, de periodistas a su servicio y de su ejército digital de bots. ¿Duda acaso del triunfo de Sheinbaum marcado por las encuestas? En efecto. Porque él sabe que podrían ser engañosas.
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Por ello, ha desplegado otras tres estrategias para asegurar el triunfo de Claudia.
(1) Facilitar la violencia electoral -asesinato de políticos y/o candidatos- e injerencia del crimen organizado en las elecciones.
Mientras en el proceso electoral federal 2017-2018 fueron asesinados 48 precandidatos; en la campaña para las elecciones intermedias de 2020, fueron ejecutados 89 políticos o candidatos a cargos públicos.
En los comicios de 2021 hubo 782 ataques contra políticos o candidatos y 32 asesinados. Al mes de febrero de este año, van 10 candidatos asesinados.
Esta primera injerencia del crimen organizado tiene dos directrices: Una, “incidir en el resultado de la elección, ya sea al evitar que triunfe un aspirante o inhibir la participación de la ciudadanía”.
Y dos, favorecer a Morena, mediante la inhibición de la estructura del voto opositor, como ocurrió en Sinaloa, Sonora y Baja California en el proceso electoral de 2021. Este fenómeno quedó registrado por los partidos políticos de oposición y llevado a cortes internacionales.
Un reciente reporte de la empresa consultora Integralia señala que en 2024, el crimen organizado ya opera “diversas estrategias para tratar de influir en el proceso electoral -agresiones, financiamiento de campañas, imposición de candidatos y asesinatos”.
La intervención se intensificará por cinco factores: “Presencia de mercados ilícitos -además del narcotráfico, grupos criminales en conflicto, Estado débil (o complaciente), celebración de elecciones en municipios estratégicos y alta competitividad electoral”.
Esta estrategia ocurre antes y durante las campañas.
(2) Asegurar el control de las dos instancias electorales decisorias en las próximas elecciones, porque esas instituciones registrarán y calificarán sus resultados definitivos: el Tribunal Federal Electoral y el Instituto Nacional Electoral.
El 5 de enero pasado, Mónica Soto, nueva magistrada presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), fue forzada a deslindarse de “los señalamientos de que es una persona cercana a cuadros morenistas”. Y, por ende, rechazó “cualquier injerencia, presión externa, vínculo personal o partidista, así como la posibilidad de que haya una elección de Estado o que el proceso federal 2024 esté en riesgo”.
Por su parte, la presidenta del INE, “la morenizada” Guadalupe Taddei, ha pisoteado la autonomía del instituto -al tener reuniones ella y los consejeros con el ex secretario de Gobernación, Augusto López, y el mismo presidente, Andrés Manuel López Obrador. Más aún, distintos analistas apuntan que la gestión interna de Taddei -estructura organizacional y relación con los consejeros- puede afectar la organización de las elecciones por mala gestión interna. Faltan vacantes y nombramientos en áreas clave como “la encargada de capacitar a los ciudadanos para supervisar las casillas electorales y la unidad de fiscalización que monitorea el gasto de recursos públicos”.
Para AMLO, el control o descontrol sobre estas entidades electorales será útil, sí el triunfo de Xóchitl es por menos de cuatro puntos: los conteos y litigios tumbarían su eventual victoria.
(3) Utilización del Ejército para suspender las garantías individuales ante un caos o revuelta social generada -o auto generada- por militantes morenistas y opositores.
Esta es una estrategia extrema, y por tanto dudosa. Ocurriría, sí la victoria de Xóchitl fuera contundente.
Nota: El autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución.