La sucesión presidencial para el 2030 comenzó con el anuncio de que Andrés López Beltrán, el hijo del presidente que más involucrado ha estado en asuntos políticos y electorales, ocupará la Secretaría de Organización de Morena, que se encarga de los asuntos electorales. Es una afrenta para Claudia Sheinbaum, que todavía no asume la Presidencia, al imponerle desde Palacio Nacional la ruta del relevo del poder dentro de seis años. Mucho tiempo ha de pasar en su sexenio y las cosas podrán cambiar, pero la señal de quererle amarrar también las manos en el proceso sucesorio es clara.
La idea de colocar a un heredero del legado cuatroteísta no salió del presidente Andrés Manuel López Obrador, sino que fue un plan del sector más radical en su entorno, encabezado por Rafael Barajas, el monero de La Jornada conocido como “El Fisgón”; el jefe de la maquinaria de propaganda Jesús Ramírez Cuevas, y el coordinador de Morena en el Senado, Adán Augusto López, uno de los que perdieron contra Sheinbaum la candidatura presidencial. Convencieron al Presidente por el ego, y su argumento fue que sólo Andrés, a quien se le conoce como “Andy”, podría ser capaz de consolidar su proyecto y trascendencia histórica.
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Al asumir el cargo en las próximas semanas, López Beltrán oficializará el control que tiene sobre varias estructuras de poder en el país, que afianzó en las últimas elecciones en la Ciudad de México −donde operó junto con los radicales y en contra de la candidata presidencial Claudia Sheinbaum− a favor de Clara Brugada; en Veracruz, donde apoyó a Rocío Nahle, y en Tabasco, con Javier May, que es uno de los incondicionales del Presidente desde los ochenta, cuando había dos grupos perredistas alrededor de López Obrador, ganando en el largo plazo en el que se encontraba el gobernador electo y que encabezaba Octavio Romero Oropeza, actual director de Pemex.
Romero Oropeza, que desde que murió la primera esposa de López Obrador fue quien se encargó de las necesidades materiales de sus tres hijos −pagos de escuela, comidas, ropa, divertimento−, fue impuesto a Sheinbaum por el Presidente como director del Infonavit en su gobierno, una institución que ha sido en algunos momentos en el pasado caja de la Presidencia, y que es la única −junto con la Secretaría de Salud−, que tendrá recursos fuera de los etiquetados en el presupuesto, mil 200 millones de pesos del Fondo de Vivienda para 2025.
De los tres hijos mayores del Presidente que se han involucrado en la política, Andrés es el más importante. Ha sido siempre el preferido de López Obrador, al único que saludaba de beso, que controlaba la agenda de su padre y que en la Presidencia operaba junto con Gabriel García Hernández, que trabajaba oficialmente como coordinador general de Programas para el Desarrollo en Palacio Nacional, la acción electoral. Sólo ellos se reunían regularmente con López Obrador para revisar cómo iba la operación política y las estrategias para lograr lo que consiguieron, una maquinaria avasalladora que realineara ideológicamente el país y redefiniera el futuro.
Lo que buscan es que el nuevo futuro no sea el que decida la presidenta Sheinbaum llegado el momento de la sucesión, sino que López Beltrán sea el iniciador de la dinastía de Macuspana, convirtiendo este momento en inédito, por ser cuando el arranque de una sucesión presidencial sea el más prematuro de la historia republicana. Antes, lo más rápido que comenzaba era durante el primer año de gobierno en que comenzaban las luchas de poder dentro del gabinete.
Ahora arrancaron con alevosía y ventaja. Sheinbaum no tiene realmente experiencia electoral. Su campaña para el gobierno de la Ciudad de México fue supervisada e inducida por “Andy”, y en su campaña presidencial López Obrador le puso al líder de Morena, Mario Delgado, a Ramírez Cuevas, movilizó a los gobernadores de Morena y responsabilizó de los programas sociales a la titular de la Secretaría del Bienestar, Ariadna Montiel, que también impuso el Presidente en el próximo gobierno.
Desde la campaña presidencial de 2018, López Beltrán y Gonzalo, su hermano menor, coordinaron los comités seccionales a través de los cuales diseñaron una distribución territorial para la defensa del voto. Esa estructura fue puesta en operación en las elecciones intermedias de 2015, cuando Morena apareció por primera vez en las boletas electorales, que se compuso de 68 mil secciones electorales que estuvieron integradas cada una por al menos ocho personas, con un representante de casilla y un representante del partido. Ese aparato electoral tenía un coordinador por cada 10 secciones urbanas y otro más por cada cinco rurales. Sheinbaum usó la misma arquitectura en su campaña presidencial.
La nueva dirigencia de Morena será encabezada por Luisa María Alcalde, actual secretaria de Gobernación, que es hija de una de las más fieles y antiguas operadoras políticas de López Obrador, Bertha Alcalde, y cuya lealtad principal es con el actual Presidente. La llegada de López Beltrán no será para reforzarla, sino para evitar que su debilidad política e inexperiencia obstaculicen la cohesión del partido y la ruta del proyecto multisexenal obradorista.
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Sin embargo, en estos momentos no deja de ser todo un diseño y un proyecto, al desconocerse cómo se irán desarrollando las cosas en el sexenio de Sheinbaum, y el misterio sobre qué tanto esté dispuesta a tomar acciones de manera autónoma que puedan ir contra las exigencias de López Obrador. No tiene mucho espacio de maniobra, mientras que la presencia de “Andy”, con la ascendencia que tendrá sobre gobernadores y legisladores, que lo considerarán la voz de López Obrador, podrá mantener la amenaza de la revocación de mandato por si su padre considera que hay un desvío de su proyecto.
La idea de mantener el legado del movimiento obradorista trasciende la propia vida de López Obrador, como sucedió en Argentina con el peronismo. Sheinbaum es parte del obradorismo y quiere consolidar el proyecto, siempre y cuando, puede argumentarse, que ella lo consolide y no los guardias rojos de López Obrador que están preparándose para someterla.
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