Anécdotas de la Revolución

Opinión
/ 20 noviembre 2024

Es bien sabido que en la ciudad de Tehuacán, Puebla, hay manantiales de aguas cristalinas que desde hace mucho tiempo se han vendido embotelladas.

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Pues bien, en cierta ocasión un importante diario de la Ciudad de México publicó la noticia de que esa ciudad había sido tomada por los revolucionarios, mientras que en el norte se habían visto obligados a salir de Aguaprieta, Sonora. El titular de esa noticia decía así:

“Revolucionarios tomaron Tehuacán y evacuaron Aguaprieta”.

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El general Cándido Aguilar se casó con una hija de don Venustiano Carranza en el tiempo en que el Primer Jefe era Presidente de la República. Por esos días un militar le preguntó a otro:

-¿Ya sabes que se casa Cándido Aguilar?

Comentó el otro, burlón:

-¡Pos qué cándido!

Añadió el primero:

-Se casa con la hija del Presidente.

Y dijo el otro con admiración:

-¡Pos qué Aguilar!

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El general Álvaro Obregón salvó la vida tras un atentado que sufrió. Una bomba fue arrojada al paso del automóvil en que iba por el Bosque de Chapultepec. Días después comentaba el asunto en forma festiva, y decía a sus amigos:

-No podré darme el lujo de salvarme de otro atentado. He gastado más de 4 mil pesos en responder todos los telegramas de felicitación que he recibido por haberme salvado de éste.

No tuvo que hacer un nuevo gasto el general Obregón. El siguiente atentado que sufrió, consumado por José León Toral en el restaurante “La Bombilla”, le costó la vida.

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Cuando don Eulalio Gutiérrez, coahuilense, fue nombrado Presidente de la República por la Convención de Aguascalientes, el general Francisco Villa quiso hacerle un regalo, para lo cual se dirigió a la joyería “La Esmeralda”, la mejor que había entonces en la Ciudad de México, y compró un valioso reloj de bolsillo en cuya tapa ordenó grabar las letras U. G. Alguien le preguntó a Villa que significaban esas letras. Exclamó él:

-¡Pos qué han de significar! ¡Son las iniciales de don Ulalio Gutiérrez!

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El mayor Ildefonso Vázquez, coahuilense también, de Piedras Negras, era hombre valiente y simpático, pero poco hecho a los usos de la guerra. Acostumbraba enviar por el telégrafo los informes de sus batallas, de modo que fácilmente el enemigo podía conocer sus movimientos. Un superior le indicó que fuera más discreto, que callara las partes que merecieran reserva. Así, un día Ildefonso Vázquez envió el telegrama siguiente: “Ayer sufrí tremenda derro-. Perdí toda la artille- y parte de la caballe-. Pido me manden refuer- a la Estación de Santa Ro.”. Y firmaba Ilde- Vaz-.

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En cierta ocasión el ya citado general Álvaro Obregón, cuyo ingenio era muy grande, asistió a un banquete. A su lado estaba una señora que quiso poner en apuros al general, que se había casado por dos veces.

-¿Cuántos hijos tiene usted, general? −le preguntó.

-Siete −respondió Obregón.

Volvió a preguntar, con veneno, la señora:

-¿Y todos son de su esposa?

-No −contestó con sequedad el general−. Tres son de mi esposa actual; cuatro de la primera.

Se hizo un silencio, y luego Obregón le preguntó a la dama:

-Y usted, señora, ¿cuántos hijos tiene?

-Tres −respondió la mujer.

Con avieso tono volvió a inquirir Obregón:

-¿Y todos son de su esposo?

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