Añosas solteras

Opinión
/ 23 octubre 2022
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Le dijo Himena a quien llamaba: ‘Ahora tengo visita, pues invité a una amiguita a merendar... Luego me reporto. Me interesa mucho lo que me está diciendo”

“¿Cuál es la parte del cuerpo del hombre que aumenta hasta 20 veces su tamaño bajo ciertas condiciones de excitación?”. Esa pregunta le hizo el doctor Testuto, titular de la cátedra de Anatomía en la Facultad de Medicina, a la linda estudiante Susiflor. Ella se ruborizó. (Nadie me lo creerá, pero en estos tiempos hay todavía chicas que se ruborizan). “Por favor, maestro –le pidió ella, azarada–, no me haga esa clase de preguntas”. “¿A qué clase de preguntas se refiere? –contestó el facultativo con simulada extrañeza–. Si no entendió la que le hice le daré la respuesta yo mismo. La parte del varón que aumenta hasta 20 veces su tamaño en determinadas condiciones de excitación es la pupila del ojo. Se lo digo para que un día no vaya a sufrir usted alguna decepción”... El joven Orestes fue a ver a su cercano amigo Pílades en su departamento. Se sorprendió al encontrarlo con un bebé en los brazos. “¿Y ese bebé?” –le preguntó asombrado–. “Rompí las relaciones con mi novia –explicó Pílades–, y ella me devolvió mis retratos, mis regalos, en fin, todo lo que yo le había dado”... Un quídam, esto es decir un individuo equis, un fulano cualquiera, se presentó en la secretaría de Relaciones Exteriores y pidió hablar con el encargado de las representaciones de México en el extranjero. Le dijo de buenas a primeras: “Quiero ser embajador”. El funcionario le preguntó: “¿Tiene usted alguna experiencia diplomática? Se lo pregunto porque en caso de que la tenga eso lo descalifica automáticamente para el cargo”. “No sé absolutamente nada de relaciones internacionales –replicó el individuo–. Merezco entonces representar a la 4T en algún país”. Volvió a inquirir el funcionario: “Pero ¿tiene usted alguna cualidad para ejercer la diplomacia?”. “Mire –manifestó el sujeto–. Desde que me casé le dije a mi señora que todos los sábados de 10 de la noche a 6 de la mañana debo ir a cuidar a un tío enfermo. De eso hace 20 años, y todavía me lo cree”... En el momento en que la señorita Celiberia, soltera añosa, llegó a la casa de Himenia Camafría, célibe otoñal como ella, la anfitriona estaba hablando por el celular. Le dijo Himena a quien llamaba: “Ahora tengo visita, pues invité a una amiguita a merendar, pero ya registré su número. Luego me reporto. Me interesa mucho lo que me está diciendo”. Celiberia le preguntó, curiosa: “¿Quién era?”. Respondió la señorita Himenia: “Una llamada obscena”... Sor Bette, misionera, trataba de enseñarle el idioma del hombre blanco a un nativo de las Islas Hamburger. Le señaló un árbol y le dijo: “Esto se llama ‘árbol’”. “Árbol” –repitió el aborigen–. “Esto se llama ‘flor’”. “Flor”. En eso se toparon con una pareja que estaba haciendo el amor en la foresta. El indígena preguntó: “¿Cómo llamarse eso?”. La reverenda, desconcertada, le dijo lo primero que le vino a la mente: “Se llama ‘andar en bicicleta’”. En eso llegaron a la playa y vieron a otra pareja celebrando el mismo rito natural. El isleño al que adoctrinaba sor Bette tomó su lanza y la clavó con fuerza en la nalga del follador, que escapó a todo correr, con la lanza clavada en el trasero, al tiempo que clamaba con gemebunda voz: “¡Kalú majanda limpo naragundi lopu satagura nipo! ¡Kalú majanda limpo maragundi lopu satagura nipo!”. Eso, en el lenguaje de los hamburgueses –tal es el gentilicio de los habitantes de las Islas Hamburguer–, significa: “¡Ay nanita! ¡Ay nanita!”. Al ver la lanzada que su discípulo le había propinado al otro le preguntó sor Bette: “¿Por qué hiciste eso?” Contestó, hosco, el aborigen: “El palarundi andar en mi bicicleta”. (“Palarundi” significa cabrón)... FIN.

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