Armando Guadiana: Honrado, honrado...
“Si no hubiera sido tan rico, habría llegado a ser un gran hombre”.- Charles Foster Kane (Orson Welles) en “El Ciudadano Kane”.
Armando Guadiana Tijerina fue la prueba viviente de que el dinero siempre va en pos del poder y de que, de manera inversa y con recíproca atracción, política y gobierno tienen esa misma debilidad por las grandes sumas de capital.
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En la hora de su muerte dejó también en evidencia que pocas cosas nos merecen tanto respeto, admiración y pleitesía como una cartera abultada.
He visto gente brillante morir en el anonimato; lo mismo que gente buena, rodeada apenas de sus seres queridos. Pero no desde luego el poderoso magnate, que fue despedido por una multitud.
Y no estoy diciendo que al Inge le faltaran virtudes, brillantez o bonhomía, tal vez las cultivó en vida (a mí no me consta, aunque sobrará quien pueda dar constancia de ellas). Es sólo que la gente buena se muere a diario y no ejerce semejante hechizo. Luego, debe ser el embrujo de la fortuna lo que obliga a señores y vasallos a rendir sus exequias.
He de reconocerle que una vez que hizo dinero en demasía, Guadiana se embarcó en empresas tan poco redituables como Los Saraperos de Saltillo y los toros de lidia.
Hasta donde yo sé, los equipos de beisbol de Liga Mexicana, lo mismo que el negocio de los toros, se operan con pérdidas millonarias por empresarios que saben que muy probablemente no recuperen lo invertido. Sólo están allí por la pasión y el prestigio.
Está claro entonces que Guadiana no estaba satisfecho con ser el ricachón del pueblo y quería de alguna manera dejar su huella; y menos elusivo que los campeonatos y las faenas parecía el camino de la política. Por entonces la única senda segura era −al igual que hoy− la del partido oficial, por aquellos días el Revolucionario Institucional que lo hizo diputado local.
Fue durante esa etapa que Guadiana largó la frase que habría de perseguirle toda la vida y queda ahora inmortalizada como su epitafio no oficial: “Honrado, honrado...”, no como reiteración sino como vacilación, ante un reportero que le cuestionó sobre su probidad y no fue capaz de dar una respuesta afirmativa y categórica. Irónicamente, quizás fue ese su momento de mayor honestidad.
Pasaron otros 30 años entre ese momento de desnudez moral y su rompimiento con el PRI. Por alguna razón sobre la que muchos podrán aventurar alguna teoría (ninguna de las cuales compraría yo), el Inge no hizo clic con el Clan de los Hermanos Moreira, es decir, con el régimen impuesto por Humberto Moreira con su llegada a la gubernatura coahuilense y que, en opinión de muchos (incluida la del propio Guadiana), sigue vigente al día de hoy.
Hay quienes dicen que el rompimiento fue un noble acto de congruencia ante el total desaseo de los Moreira; otros simplemente acusan desavenencias entre los intereses del ingeniero y los hermanos gobernadores. Yo no tengo pruebas de una cosa, pero tampoco dudas sobre la otra.
El caso es que Guadiana se convirtió en la única figura relevante en Coahuila del movimiento que encabezaba el próximo Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. (¡Un priista con mañas de los años 70 afiliándose a Morena! ¡Pero quién lo diría!).
Una sola oportunidad tuvo Guadiana de cambiar el curso de la historia coahuilense, de dejar su marca, de influir en su tierra más allá de ser un pintoresco personaje acaudalado.
Como candidato a gobernador en 2017, quizás no habría alcanzado la victoria, pero tampoco supo o pudo concretar con los otros contendientes una coalición opositora que habría sido imbatible para el priismo local. Luego, cuando se pactó lo que se pactó, apoyó, ahora sí en alianza, que se le entregara el poder al candidato de los Moreira: Miguel Riquelme.
Ya su reciente candidatura de 2023 e incluso su postulación para alcalde en 2021 fueron un mero circo, un teatro patético para que Morena tuviera presencia en las elecciones locales sin comprometer la continuidad del régimen coahuilense que, al parecer, la lleva tersa con el presidente López Obrador.
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Quizás el último debate fue el gran momento de su vida (ese momento crucial de la existencia en el que inician las bio-pics); pues le arrancó sinceras risotadas al electorado e incluso a la porra de los otros contendientes, ofreciendo el retrato que siempre vendió, el del hombre ocurrente, dicharachero, espontáneo, franco, desparpajado y atrabancado. No obstante, también pudimos ver que estaba mermado en su salud y facultades, y que además de posibilidades le faltaba la vitalidad mínima necesaria para desempeñar cualquier cargo, no se diga el de gobernador.
Para su mala fortuna y pese a los encomios de sus camaradas de la 4T y de otras facciones políticas (ambas precandidatas presidenciales ya expresaron sus digitales condolencias); Armando Guadiana será recordado como aquel adinerado viejo del sombrerón.
Y si hemos de ser honestos, el Inge hizo su fortuna de la explotación más inhumana y turbia de nuestra entidad, la extracción mineral coahuilense, concretamente de carbón, una forma de esclavitud moderna que ha dejado incontables tragedias en las que la autoridad nunca resuelve a fondo.
Gozó como aliado del Gobierno de cuantiosas condonaciones fiscales; cuidó desde la Cámara Alta, en su calidad de senador, sus negocios así como los intereses de su amigo el Presidente, y hasta estuvo en la cárcel (por unas horas) acusado de fraude y falsificación.
Tenía una carpeta vigente en la FGR por diversos delitos de cuello blanco, era representante popular y de manera indebida proveedor de CFE y hasta salió a relucir su nombre en los Panama Papers, el escándalo mundial de lavado de dinero.
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Así que aun después de fallecido, aún hay mucha cara que lavar antes de que se le pueda erigir un monumento, por más que a muchos les resulte un personaje simpático, entrañable, admirable o incluso querido.
Yo al menos le reconozco que, pese a la fortuna amasada, no se tomaba demasiado en serio (quizás consciente de que nada habría de llevarse al Más Allá); de tal suerte que no tenía empachos para jugar al D.J. o hacer campaña disfrazado como el popular personaje de videojuegos, Mario. Eso, pero no mucho más.
Bueno, y quizás aquel inoportuno ataque de modestia y sinceridad que −como foto polaroid− capturó su vida y esencia en un microinstante... de titubeo: “Honrado, honrado, lo que se dice honrado...”.