Datos abundantes.
Relaciones múltiples. Rapidez de operación. Intento de humanización.
Ya se admiraba, por muchos jugadores, el abanico de posibilidades que manejaba la computadora en un juego digitalizado de ajedrez.
Para ganarle a la aplicación se requería jugar en el ínfimo nivel de dificultad.
Dar jaque mate en un nivel superior era casi un milagro. El número de jugadas posibles que manejaba el adversario cibernético se adivinaba inmenso. Siempre mayor que el del acomplejado jugador humano, siempre rebasado. Además, se daba el resultado en tiempo mínimo.
Ahora se le da al funcionamiento robótico el distinguido título de “inteligencia” y se usa el calificativo de “artificial”, en oposición, claro, a natural.
Así se señala que no actúa la facultad educable de la naturaleza humana en que se alían espíritu y cerebro para conjugar ese verbo de exclusiva racionalidad: pensar. No. Se trata de acumular, sin células ni órganos ni aparatos orgánicos, el mayor número de datos siempre disponibles y activarlos en agilísimo relacionamiento, con puras claves fijadas, sin ninguna animación, en diminutos archivos en constante actualización.
El artificio de dato y relación no es un organismo vivo, sino un producto de tecnologías cada vez más perfeccionadas, hasta lograr la impresión de que el artificio piensa, entiende, selecciona, decide y hasta sus respuestas se presentan con un sonido de voz humanizada y en un rostro bien elaborado para gesticular, al articular las palabras, semejantes a las de un interlocutor humano, masculino o femenino.
Los usuarios que estrenan estos interlocutores, que hasta nombre tienen, se llevan la impresión de estar frente a un “sábelo todo” que nada olvida y todo lo combina. Los hay menos sofisticados que dan, simplemente, textos en respuesta a preguntas escritas.
Grandes personajes del mundo científico han presentado una advertencia urgente, indicando la necesidad de una tregua en el avance desbocado que están teniendo las inteligencias artificiales. Deducen que, en manos inexpertas o mal intencionadas, pueden convertirse en un grave peligro para la subsistencia de la humanidad.
LA VERDAD VÍCTIMA
Es sana una sociedad y maravillosa una época cuando se esparce y disemina la confianza. Desde los ambientes familiares hasta los comerciales, financieros y hasta políticos.
Y claro, la confianza se asienta en la veracidad. Nadie quiere hacer el papel de ingenuo que, atraído por carnadas, muerda todos los anzuelos.
Lo más decepcionante es el engaño, el gato que se da por liebre, lo prometido que no se cumple. Cuando esperas envase lleno y encuentras sólo la mitad. Cuando llenas el tanque con gasolina barata y resulta que ningún litro estaba completo.
La noticia falsa, la calumnia, el montaje, la exageración son una terrible fuerza desinformadora que convierte a la verdad en una víctima. Afirmaciones inconsistentes, inculpaciones sin pruebas, suponer siempre las peores intenciones y sentenciar públicamente a inocentes son vicios pandémicos, cuya supresión sólo pueden lograr los medios de difusión con autocríticas o enmiendas sucesivas.
TIEMPO DE VICTORIAS
El tiempo después de la Pascua es para vivirlo victoriosamente con concentraciones y observaciones que eviten esa conjugación constante del verbo corregir, enmendar, volverlo a hacer.
El efecto de la victoria pascual del Salvador en muchas vidas es la capacidad de dejar atrás sepulcros de egoísmo, de incuria, de indiferencia, de pereza, de “ai-se-vaísmo”.
Se requiere imitar al virus pandémico en su capacidad de difusión y penetración. Aprovechando estas destrezas no para infección sino para ese contagio sanador de actitudes solidarias que lleva a la verdadera paz...