Atrevimientos

Opinión
/ 25 agosto 2024

Don Chinguetas es un marido dado a devaneos eróticos. Cierto día doña Macalota, su mujer, se estaba duchando cuando entró al baño la joven y linda mucama de la casa sin llevar encima otra prenda más que la cinta de seda roja que engalanaba su trenza. “¿Qué haces aquí, María Candelaria?” –le preguntó molesta doña Macalota–. Aturrullada contestó la muchacha: “Perdone la señora. Es que creí que el que se estaba bañando era el señor”... En mis clases de Derecho Mercantil aprendí que en el comercio hay dos clases de dolo: el dolus bonus y el dolus malus. Hay dolo bueno cuando el comerciante anuncia, por ejemplo. “¡Mil cobijas a mitad de precio!”, y sólo tiene en existencia 100. Hay dolo malo cuando dice que una cobija es de pura lana virgen y en verdad es de alguna fibra sintética de reputación dudosa. Pues bien: ni el dolo bueno ni el malo habían funcionado en el caso de la empresa “Dión Zebaras” S.A., fabricante de camisas. Las ventas estaban por los suelos; la producción se acumulaba en la bodega sin esperanza alguna de salir. El dueño de la negociación llamó a los dos vendedores que tenía y los exhortó con frases sacadas de los libros de superación a mejorar su desempeño. Les dijo, entre otras cosas, que fueran águilas y no gallinas. Extraña incitación es ésa, pues las águilas sirven sólo para adornar escudos y banderas, y en cambio las gallinas son de gran utilidad para el género humano, ya que le aportan pollos, huevos, y en el caso de México su propia carne para hacer caldos o moles. Seguidamente el propietario de la empresa les anunció a los dos agentes que haría un concurso entre ellos. El que tuviera el primer lugar en ventas se ganaría una noche de sexo. Preguntó uno: “Y ¿qué será del otro?”. Respondió el de la camisería: “El otro deberá proporcionar la noche de sexo”... En una fiesta se conocieron dos de las invitadas, y entablaron ahí íntima plática. Le confió una a la otra: “Cometí el error de casarme tres veces”. Confesó la otra: “Yo cometí tres errores sin casarme”... Sir Galahad se marchaba a la Cruzada. Llamó a su fiel amigo, sir Grandprat, y le entregó una llave. “Es la del cinturón de castidad de mi esposa –le dijo emocionado–. Sólo a ti, leal compañero, puedo confiar el cuidado de su pureza y su virtud”. Con igual emoción sir Grandprat recibió la llave, y le juró al caballero que velaría por la integridad de su dama como si fuera la suya propia. Apenas el valeroso adalid había cabalgado un par de leguas cuando a todo galope lo alcanzó sir Grandprat y le dijo: “¡Me diste la llave equivocada!”... Ya conocemos a Meñico Maldotado. Es un joven varón con quien natura se mostró avarienta al repartir los dones de entrepierna. Esa cortedad no le impidió desposar a Pirulina, muchacha sabidora. En la noche de bodas ella lo vio por vez primera al natural, y comentó: “Ahora entiendo por qué siempre me dijiste que debía aprender a disfrutar las pequeñas cosas de la vida”... La señorita Himenia, célibe otoñal, invitó a merendar en su casa a don Añilio, señor también de muchos calendarios. En el curso de la visita, terminado el piscolabis de pastelillos con rompope, sucedió algo que hizo decir a la anfitriona: “No sabía, amigo mío, que fuera usted tan atrevido. ¡Mire que tocarme ahí!”. Respondió el visitante: “Yo tampoco lo sabía, señorita, hasta que se sentó usted arriba de mi mano”... El niñito le preguntó a su padre: “¿Eres astronauta?”. Al señor le extrañó la interrogante y preguntó a su vez: “¿Por qué piensas que soy astronauta?”. Explicó el pequeño: “Porque oí que mi mami le dijo al vecino del 14: ‘No te preocupes. Mi marido no se enterará. Siempre está en la luna’”... FIN.

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