La felicidad permanente es ilusoria

Opinión
/ 24 agosto 2024

“El dinero no compra la felicidad” –postulaba el Chaparro Tijerina, inolvidable amigo. Y añadía filosóficamente: “Sobre todo si es poco”. Tampoco puede comprarla si es mucho, creo yo. Ese bien tan inasible y frágil al que llamamos la felicidad no tiene existencia duradera. Gozamos ratos de felicidad, es cierto: el abrazo de la persona amada; el buen vino y la sabrosa vianda disfrutados con los amigos buenos; el logro conseguido luego de muchos afanes malogrados. Pero la felicidad permanente es ilusoria. Quizá supo de ella Lucinita –Lucina era su nombre-, buena mujer que tuvo la fortuna de perder la razón, esa entidad tan estorbosa. A partir de aquel venturoso acontecimiento vivió con una perpetua sonrisa en el rostro y una franciscana mansedumbre que la hacía ver todas las cosas del mundo y de la vida a través de un benévolo cristal. “¡Qué bonito! ¿De quién fue la idea?” –decía tras colarse de rondón en los floridos patios de las casas de Saltillo, cuyas puertas estaban siempre abiertas para que la gente pudiera ver la profusión de rosales, claveles y geranios, y escuchar las canciones de gorriones, canarios y chicos, que así se llaman los cenzontles por acá. El día que se incendió la Ferretera del Norte, frente a la Plaza de Armas, Lucinita vio las llamas de la conflagración, elevadas hasta la altura de la Catedral, y sin perder la sonrisa sempiterna dijo su perenne frase:”¡Qué bonito! ¿De quién fue la idea?”. Feliz ella, que no estaba atada a esa ceñida cuerda, la cordura. Pero advierto que voy remando por los meandros de la recordación. Vuelvo a la orilla. Noticia de primera plana en Inglaterra ha sido la del hundimiento frente a la costa siciliana del lujoso yate “Bayesian”, propiedad del magnate Mike Lynch, riquísimo señor considerado el Bill Gates británico. En el naufragio perecieron él, su esposa e hija, junto con otros pasajeros y miembros de la tripulación. El desastre ha sido comparado –en pequeña escala, desde luego- con el del “Titanic”, también navío de lujo en el que igualmente llegaron a su fin algunos dinerosos hombres ingleses y norteamericanos. Otra vez rememoro de memoria los pensativos versos de las Coplas que en el siglo XV escribió Jorge Manrique con motivo de la muerte de su padre: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir. / Allí van los señoríos / derechos a se acabar / y consumir. / Allí los ríos caudales; / allí los otros medianos / y más chicos. / Allegados son iguales / los que viven por sus manos / y los ricos...”. Cierto pensador –por regla general los pensadores son gente sombría- asemejó la existencia de los hombres al juego del ajedrez. Acabada la partida –o sea la vida- los trebejos del juego van a dar, confundidos y revueltos, a la misma caja, que es la muerte. En ella son iguales los peones y los reyes. Estoy haciendo filosofía barata, ya lo sé, pero la filosofía cara es un lujo que no puedo darme. Concluyo. Ya que no puedo estar siempre feliz puedo al menos estar siempre contento, o sea contenido, disfrutando lo que tengo sin envidiar lo que poseen otros. Quizá con eso no consiga la felicidad permanente, pero me alejaré de la permanente infelicidad... Doña Frustracia le comentó en tono desabrido a su vecina y amiga doña Choya: “Mi marido tiene un gran parecido con mi plancha: tarda en calentarse, y luego ya no funciona”... Eran gemelas idénticas. Se llamaban Fily y Tily. Una noche Tily fue con su novio al solitario sitio llamado El Ensalivadero. Regresó feliz luego del amoroso encuentro, y con una gran sonrisa le informó a Fily: “¡Un notición, hermanita! ¡Ya no somos gemelas idénticas!”... FIN.

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