¡Ay, señora muerte! (2)
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Muerte. Hablemos de la muerte. La señora muerte. No pocos comentarios me siguen llegando con motivo de pretérito texto aquí editado titulado “¡Ay, señora muerte!”. El atildado melómano y empresario, el hidalgo-saltillense Javier Salinas, me ha mandado las siguientes líneas milimétricas: “Ama a la muerte porque es la única que no se va a olvidar de ti...”. Caray, le creo. Hay algo cierto, lo único cierto en la vida: la muerte. ¿La muerte es el fin? Sí. Si usted cree en la Biblia, a la letra Eclesiastés dice: “Porque los que viven saben que van a morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en el olvido”. (Eclesiastés 9:5). La muerte, inevitable desenlace del hombre y su ansia de eternidad. Una mala y equivocada entendida eternidad.
La muerte es nuestro fin y meta en la vida terrena. La muerte es la razón y explicación de la vida. En la muerte, paradójicamente, se cumple cabalmente nuestra vida. Amado Nervo escribió: “De tal suerte habremos de vivir, que no la temamos nunca, que la amemos siempre, que la esperen serena y confiadamente... como a una definitiva dispensadora de reposo”. Muchas ideas y flechas envenenadas para un párrafo tan corto. El punto de contacto entre Nervo y Javier Salinas es un buen azar y coincidencia: ama a la muerte. Amar a la muerte.
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Hay un buen venablo de Amado Nervo que da en su sitio: la muerte es liberadora, otorga la eterna libertad y sí, ofrece paz, autonomía y tranquilidad por siempre. Lo anterior esbozado lo he dicho con respecto a mis hermanos los suicidas: el suicidio, la muerte, no es un problema, sino una solución. Caray, es una solución extrema y dramática enamorar y convocar a la señora muerte, pero al final de cuentas, una solución tan a la mano, que aquí lo hacen a puños. Y como la muerte, la señora muerte siempre está lista y acicalada para llevarnos con ella, sólo es menester invocarla en un segundo y ¡zaz!, truena el cuello, la nuca y la soga se queda con el cuerpo, pero si acaso existe el alma, esta alma ya es libre y entonces, tal vez y sólo tal vez, esta alma encuentre el reposo tan anhelado... aquí en la tierra tan negado.
¿Cómo se imagina usted a la señora muerte? ¿Usted le teme? ¿Ha tenido al día de hoy un encuentro cercano con ella y guiños de ojos, ha sentido su vaho frío y lánguido entre su mejilla y oído? Todos tenemos una opinión diferente de la señora muerte. Para bien y para mal. Lea lo siguiente:
(Los cadáveres de flores)...
tienen un olor triste
Como el recuerdo horroroso
De lo que fue y ya no existe.
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Versos oscuros de un poeta oscuro como lo fue José Asunción Silva. Pero la imagen es bella y poderosa. Queda el “recuerdo horroroso” de lo que fue y ya no existe más: la vida. La vida, un suspiro, un soplo pasajero y efímero es esta jovencita, la cual creemos eterna en nuestro ajado cuerpo. Es vida pasajera, al final de cuentas.
Todos vamos a morir, indudablemente. Tarde o temprano. Insisto, ¿algo cierto en la vida? La muerte. La señora muerte. No todos sabemos enfrentarla. Los viejos como yo, tal vez un poco mejor a los jóvenes imberbes. ¡Ah! La muerte engendra grandes pensamientos. Lea el siguiente verso endecasílabo del colombiano José Asunción Silva del cual seguimos abrevando:
“Oh, voces silenciosas de los muertos”.
¿Lo ve, nota el maravilloso oxímoron? “Las voces silenciosas”, ya con esto uno vuela. Pero el poeta agrega un estoque final: no cualquier voz silente (no contradicción, sino oxímoron literario), sino una, la voz, el grito más ensordecedor... el de los muertos. ¡A otro público con semejantes versos!
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ESQUINA-BAJAN
Rehago el discurso. Líneas atrás le dije una confesión: viejos como yo (lectores me han regañado por esto, afirmar que soy viejo), enfrentamos mejor a la muerte, a los jóvenes y su ímpetu de eternidad. ¿Motivo? Varios. Pero hago mío el del escritor Thomas Mann cuando escribió: “Es natural para un hombre de cierta edad mirar hacia atrás con sentido del humor”. Sin duda. Lanzo entonces un dardo envenenado: gracias a Dios voy a morir. Nada más patético y pusilánime que el buscar ser eterno. Por eso los vampiros pasaron de moda: se aburren en su eternidad y cansancio perennes.
La reflexión de Thomas Mann es una especie de cierta repugnancia a seguir viviendo. Es decir, en la vejez, pisotear la vida. ¿Me va a traicionar la muy perra un día? Sin duda, por eso mejor y antes la pisoteo, y yo la dejo. La vida a cierta edad, ya no interesa tanto. ¿Llega la muerte? Bienvenido el reposo y descanso eterno. Bueno, eso espero y anhelo.
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Pero vaya, hay sentido de vida, reposo, honor y el haber vivido en nosotros los viejos, con ciertos criterios, valores y doctrinas adquiridas, pero hoy los jóvenes, me dice don Javier Salinas, buscan el sentido de la vida en el alcohol, los celulares, la música facilona y estridente, y agrega: “los suicidios son resultado de una vida edificada en arena sin cimientos...”. Sin duda, sin duda. Y tiene razón, como lo dijo Zygmunt Bauman: ya todo es líquido y nada es sólido. Menos las relaciones humanas de la “generación de cristal”. Estos se rompen al menor vientecillo adverso.
LETRAS MINÚSCULAS
Siempre habrá sorpresas y, nada mejor, una al final de la vida: conocer a la señora muerte por fin...