Hablemos de Dios 131: Humanos convertidos en avestruces

Opinión
/ 8 julio 2023
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Este éxito de esta ya larga saga de “Hablemos de Dios”, no es un éxito mío ni de mis generosos editores de VANGUARDIA, no; es un éxito suyo señor lector y mis palabras y letras son retrato suyo muchas veces al dejar yo en letra redonda lo que usted me comenta y con lo cual parlamos, con lo cual hacemos diálogo. ¿Los yerros y parte de guerra? Son responsabilidad sólo mía. Le vuelvo a presentar mi estandarte de batalla: no quiero convencer a nadie con mis ideas. Tome usted lo que quiera de estos textos y lo que no le guste y usted piensa que es bagazo, pues deséchelo.

“Somos animales erectos, por lo que es cansado permanecer mucho tiempo con la cabeza baja y, por lo tanto, tenemos una noción común de lo alto y lo bajo, tendiendo a privilegiar lo primero sobre lo segundo”. Eso fue en la antigüedad señor lector (aún se pensaba en los años noventa del siglo pasado). Con la llegada e irrupción masiva de Internet y los teléfonos “inteligentes”, los humanos se han convertido en avestruces. Pasan más tiempo inclinados que erguidos. Pues sí, se ha perdido la noción de bajo o alto.

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Hoy es sólo un estándar: estar clavado día y noche en la pantalla de luz fluorescente. Ya no hay día ni noche: las referencias se han perdido por completo. Todo el tiempo es un buen tiempo para “navegar”. Por eso los jóvenes ya no saben del mundo real y les resulta tan extraño moverse en él. Y lo anterior también influye en lo siguiente: nadie se pregunta por cosas o causas graves e importantes. Y tal vez y sólo tal vez, una de las cosas y causas o efecto más grande e importante, sea hablar de Dios. Acercarlo, tratar de entenderlo (si acaso creemos en él) y escudriñarlo con inteligencia.

¿Con sentimientos, bondad, amor, sumisión, ternura, etcétera? Nada de eso. Los sentimientos al final de cuentas, estorban. Como en toda relación amorosa. Y a Dios hay que amarlo y entenderlo con todo el corazón y con toda la razón e inteligencia. La cita de que “somos animales erectos...” es del intercambio epistolar y debate entre Umberto Eco y el Cardenal de Milán, Carlo Maria Martini, “¿En qué creen los que no creen?”.

Uno de los varios y atentos lectores de mis textos, el melómano e hidalgo saltillense, don Javier Salinas, hace poco polemizó con quien esto escribe sobre un tema polémico: ¿Nos van a salvar, de ser uno salvado en la tierra, nuestras obras o la gran gracia de Dios?, ¿y los que cometen hartos asesinatos, a dónde van?, ¿serán castigados?, ¿y los guerreros templarios, y los que cometen asesinatos en nombre de Dios o de Alá y los hermanos musulmanes? En fin, cosa grave y de pensarse.

Soy cristiano, católico, bautista, testigo de Jehová. Las etiquetas conmigo no van. Mucho tiempo fui al sur de la ciudad con los Hare Krishna. ¿Es el mismo Dios o es diferente? Entonces si Dios está en todas partes, ¿estoy hablando de un ya rebasado panteísmo? Ya ve que no es sencillo y apenas tenemos párrafos explorando la divinidad. Es necesario tener ideas, no fe ciega. Le repito entonces un párrafo demoledor que le leí al escritor y teólogo Juan Arias: “Cada vez que hoy me preguntan si creo que es mejor o no creer en Dios suelo responder que eso no tiene importancia ya que si existiese Dios, lo importante sería que él creyera en nosotros...”.

ESQUINA-BAJAN

¿Dios cree en nosotros? Lo dudo. Ejemplo: usted es un buen padre, un buen esposo, un buen hombre de negocios; no miente, no roba, paga el seguro social y buen sueldo a sus empleados... ¿Es suficiente una buena obra para ganar el cielo tan anhelado? Que fue la pregunta puntillosa de don Javier Salinas. Sí y no. No hay contradicción de por medio. Caray, bueno, sí hay contradicción.

La Biblia dice que la fe sin obras no es fe. Pero también hay otra parte de la palabra de Dios que afirma que por la gracia de Dios y la intersección de Jesucristo usted ya es salvo, haga lo que haga (Juan 1:17). Sí, como el abominable Adolf Hitler, los guerreros templarios, los suicidas musulmanes, las guerras interminables de cualquier país y bando y un largo, largo y dilatado etcétera.

Haga lo que haga, Dios lo va a recibir señor lector. No hace falta nada. Es la gracia de Dios altísimo. Este movimiento de las bondades de la gracia de Dios tiene amplia resonancia y eco, por ejemplo, en Estados Unidos de Norteamérica. Lea lo siguiente del gran escritor Marcel Schwob: “Dios no se manifiesta de ningún modo. ¿Asistió acaso a su hijo en el Monte de los Olivos?, ¿no lo abandonó en su angustia suprema? ¡O locura pueril la de invocar su ayuda! Todo mal y toda prueba residen en nosotros. Todas las cosas son iguales ante el Señor... Dios concede la misma parte al grano de arena y al emperador...”.

El anterior párrafo demoledor puesto en la reflexión, es el monólogo del Papa Gregorio IX en su libro bello, pequeño y perfecto: “La cruzada de los niños”. Siete mil niños los cuales “escucharon voces” para ir a rescatar Jerusalén de la espada de los turcos. Marcharon de todas partes de la Europa medieval, para internarse en una cruzada, en una travesía sin final feliz...

LETRAS MINÚSCULAS

“Dios condujo hacia él a los niños cruzados, por el santo pecado del mar...”. Sí, allí perecieron la mayoría. No sin padecer... insolación, calor bestial y pisar arena ardiente. ¿Le suena la descripción hoy?

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