Azufre, un contaminante que ayudaba a enfriar el planeta

Opinión
/ 23 septiembre 2025

Las emisiones mundiales de azufre se han reducido en un 40 por ciento desde 2006. Estas diminutas partículas de azufre protegían a la Tierra de aproximadamente un tercio del calentamiento causado por las emisiones humanas de dióxido de carbono

Por Zeke Hausfather y David Keith, The New York Times.

Desde la Revolución Industrial, la quema de carbón y petróleo ha llenado el aire de azufre, lo que ha acortado la vida de miles de millones de personas. En respuesta, los países aprobaron leyes estrictas sobre la contaminación atmosférica que obligaron a las plantas de carbón a depurar el azufre y a los barcos a cambiar a combustibles más limpios. Las emisiones mundiales de azufre se han reducido en un 40 por ciento desde 2006. Solamente China las ha reducido en un 70 por ciento.

Deberíamos celebrar un aire más limpio, pero también debemos tener en cuenta una consecuencia no deseada. Resulta que, al reflejar la luz solar hacia el espacio, las diminutas partículas de azufre protegían a la Tierra de aproximadamente un tercio del calentamiento causado por las emisiones humanas de dióxido de carbono. Ahora se aprecia más el calentamiento subyacente de los gases de efecto invernadero, lo que acelera el cambio climático. Como The Economist señaló recientemente: “Si la India se asfixia menos, se freirá más”.

Para algunos de nosotros, en el mundo de la ciencia climática, esto plantea una cuestión espinosa: ¿deberíamos explorar la posibilidad de sustituir los efectos refrigerantes inadvertidos del azufre por una versión más limpia y deliberada?

La geoingeniería del clima de este modo no es una idea nueva; estaba ya en el primer informe climático de alto nivel de Estados Unidos que llegó a la mesa del presidente Lyndon Johnson en 1965. Aunque recientemente se han propuesto varias opciones, la forma más plausible de hacer que la Tierra sea más reflectante es utilizar una pequeña flota de aviones de gran altitud para aumentar la cantidad de gotas de ácido sulfúrico en la atmósfera superior. Sabemos que esto puede funcionar; cuando las erupciones volcánicas pusieron grandes cantidades de azufre en la atmósfera superior, como la del Pinatubo en 1991, la Tierra estuvo notablemente más fría durante unos años.

Deberíamos tomarnos en serio esta idea, porque los costos de perder el enfriamiento accidental por azufre se hicieron dolorosamente evidentes este año, cuando las olas de calor elevaron las temperaturas por arriba de los 50 grados Celsius en Medio Oriente y el norte de África. Si el reflejo de la luz solar puede salvar vidas y proteger el medioambiente, al menos merece la pena discutirlo.

Dado que el azufre es mucho más eficaz para enfriar el planeta cuando se introduce en la atmósfera superior en comparación con lo que se libera en la atmósfera inferior cuando quemamos combustibles fósiles, tendríamos que añadir mucha menos cantidad. Y para la misma cantidad de enfriamiento producida por la quema de combustibles fósiles, el azufre en la atmósfera superior causaría una fracción ínfima de los impactos sobre la salud.

El reflejo de la luz solar no es la panacea. Poner azufre en la atmósfera superior daña la capa de ozono y deja pasar más radiación ultravioleta. Aunque redujera las muertes por calor y condiciones meteorológicas extremas, su despliegue a gran escala podría agravar el cambio climático en algunos lugares, tal vez modificando los regímenes de precipitaciones.

La reflexión de la luz solar también tiene una limitación más fundamental. Se trata de manera efectiva de un parche, o curita, que trata los síntomas del cambio climático, pero no la enfermedad subyacente de los gases de efecto invernadero. Y a diferencia de una rodilla raspada, la Tierra no se cura del cambio climático en ninguna escala de tiempo importante para las sociedades humanas. El calentamiento provocado por el dióxido de carbono es asombrosamente persistente; gran parte de lo que emitimos hoy calentará el planeta durante muchos miles de años.

Incluso si el mundo redujera las emisiones a cero, el planeta no se enfriaría en milenios. La única forma duradera de volver a temperaturas más frías es eliminar el exceso de carbono que ya hemos añadido y eliminar lo suficiente para invertir incluso 0,1 grados Celsius de calentamiento costaría decenas de billones de dólares.

Esto significa que el riesgo real de la geoingeniería no es una catástrofe al estilo de Hollywood, sino la autocomplacencia. Una forma barata de retrasar los efectos del calentamiento corre el riesgo de socavar la necesidad de reducir rápidamente las emisiones, y seguir ese camino podría encerrar a nuestros hijos en una dependencia en la que incluso detener el proceso resultara demasiado caro de contemplar.

Por todo esto, hoy no abogamos por desplegar la geoingeniería. Pero si los tomadores de decisiones determinan que es necesaria, un enfoque más modesto consistiría en poner en marcha un pequeño programa, cuidadosamente escalonado, que aumente ligeramente la reflectividad de la atmósfera superior para compensar la pérdida de refrigeración al eliminar la contaminación por azufre.

El objetivo no sería llevar a la Tierra a una temperatura preferida ni compensar todo el calentamiento de efecto invernadero. Sería mantener el enfriamiento total del azufre más o menos constante durante un tiempo, lo que reduciría el riesgo climático a corto plazo mientras continúan los esfuerzos de descarbonización.

Mientras los líderes mundiales se reúnen en Nueva York para la Asamblea General de la ONU y la Semana del Clima, cualquier debate sobre el reflejo de la luz solar debería incluir un compromiso claro y aplicable de no enfriar nunca la Tierra más de lo que lo hacen las actuales emisiones de azufre. Y debería ir acompañado de una ruta de salida clara: cuando el mundo alcance las emisiones netas cero y aumente las tecnologías de eliminación del carbono a finales de este siglo, el programa debería terminar.

El ritmo es tan importante como los límites. Si alguna vez la sociedad decide probar este enfoque, debería empezar poco a poco. Vincularlo a la reducción de la contaminación atmosférica permite un aumento lento, con incrementos imperceptibles para la mayoría de nosotros, pero visibles para satélites y sensores. Esto debería ir acompañado de controles periódicos para evaluar los efectos secundarios sobre las precipitaciones regionales, la atmósfera y el ozono. La intención es adquirir un amortiguador modesto y temporal, no iniciar una nueva rama de control climático.

Si nos centramos en la cura de reducir las emisiones y tenemos en cuenta el reflejo limitado y temporal de la luz solar, podríamos preservar un aire más limpio, evitar un aumento de la temperatura a corto plazo y no traicionar a las generaciones venideras, quienes vivirán con las consecuencias de nuestras elecciones de hoy.

Zeke Hausfather dirige la investigación sobre el clima en Stripe y es investigador científico en Berkeley Earth. David Keith es profesor de ciencias geofísicas y director fundador de la Iniciativa de Ingeniería de Sistemas Climáticos de la Universidad de Chicago. c. 2025 The New York Times Company.

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