Sigo releyendo la obra casi completa de Virginia Woolf. Lo hago en varias claves, la estoy acentuando en clave gastronómica, en clave de poder, gozo de su prosa poética (sobre todo en esa novela llamada “Las Olas”), pero sobre todo la estoy anotando en clave de lo hoy llamado “equidad de género”. Y es que usted lo sabe, la señora Woolf lo mismo tenía amoríos con hombres que con mujeres. Sin duda, una de las iniciadoras de la rebeldía y el logro de una cierta o gran emancipación del hombre. O a costa del hombre.
Dejó una obra portentosa en ensayo, relato y novela. Para mi desgracia no tengo toda su obra, es difícil conseguirla. Pero a cuenta gotas me van llegando sus textos y con eso tengo para disfrutarla. El libro que he releído una vez más, y no me cansaré de hacerlo, es su ensayo “Una Habitación Propia”, donde habla de una tesis fundamental: para ser libres, plenamente libres como mujer y dedicarse a una vida creadora (en cualquier campo), la mujer necesita dinero, independencia económica y una habitación propia, su espacio independiente de creación y meditación.
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Pero hay una arista, la cual ha pasado un tanto desapercibida, no obstante que la repite varias veces en su opúsculo: la mujer, para estar al mismo nivel de un hombre, debe de comer y beber lo mismo que un hombre. Sí, eso llamado proteína. No deja de ser harto interesante que la Woolf desplegar de manera magistral las viandas, los alimentos del claustro de maestros de Cambridge y Oxford, y luego compara dichos alimentos y bebidas con los ingeridos por las alumnas. Una diferencia abismal.
Esto en 1928 y también usted lo sabe, apenas nueve años antes, en 1919 se les había concedido en el Reino Unido el derecho de voto a las mujeres y en 1880 se les había concedido legalmente el manejo de su propia fortuna, sus dineros. Pues sí, hace relativamente poco tiempo, aunque parece que fue hace siglos. En fin. Pero poco se ha avanzado realmente, aunque hoy las mujeres andan más que erradas en eso llamado “equidad de género”.
Lea usted rápidamente la comida de los varones: “...unos lenguados inauguraron ese almuerzo, unos lenguados sumergidos en una fuente honda, sobre los cuales el cocinero del Colegio había extendido una capa de blanquísima crema, aunque la jaspeaban borrones pardos como las manchas en el pelo de una cierva. Después llegaron las perdices varias y múltiples llegaron con su debida escolta de salsas y ensaladas, las picantes y las dulces, todas en orden; sus papas, finas como fichas, pero no tan duras; sus repollitos brotados como botones de rosa pero suculentos. Y no bien hubimos cumplido con el asado y su escolta, el silencioso servidor... erigió, festoneado de servilletas un postre que nació todo de azúcar... Mientras tanto las copas de vino se habían sonrojado y dorado; vaciado y colmado...”.
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Una maravilla la descripción de la Woolf y un banquete de delicias en el almuerzo (comida para nosotros). Sin duda, inspirador. Pero ¿y las mujeres en su internado, en sus colegios? Lea usted: “Aquí estaba la sopa. Era una sencilla sopa de caldo. Nada en ella para estimular la imaginación. A través del líquido se hubiera trasparentado cualquier dibujo del plato... vino después la carne con su acompañamiento de papas y verduras... una trinidad casera, evocadora de ancas de vacas en un mercado barroso... hubo después bizcochos y quesos, y luego circuló profusamente la jarra de agua...”.
ESQUINA-BAJAN
“La lámpara (la inspiración) en la médula (cuerpo y mente) no se enciende con carne herida y ciruelas”. Virginia Woolf y desde 1928 que escribió lo anterior en su ensayo, tiene razón. Para desgracia de todos, lo anterior sigue pesando encima de las mujeres y diario. El 99 por ciento de la culpa es estigma buscado por el llamado “segundo sexo o sexo débil”. Regresaré al tema. Buen tema para la discusión, harta discusión.
Nota uno: Y hablando de mujeres, harta gente en su momento me llamó y me comentó de la saga de textos aquí perfilada donde abordé bajo mi punto de vista la revuelta estudiantil de 10 días del Instituto Tecnológico de Saltillo. Por diez días los muchachos, un puñado de ellos, los cuales nos tuvieron secuestrados y como rehenes en la ciudad a los ciudadanos, al tapar las calles, una de las avenidas neurálgica de Saltillo. El tiempo me ha dado la razón, como siempre. No había criterios, valores, profundidad, inteligencia, doctrina, nada, en dicha revuelta (jamás fue un “movimiento”).
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Nota dos: Su exdirectora, María Gloria Hinojosa, sigue debidamente cobrando su dieta de nómina como académica de tiempo completo (alrededor de 40 mil pesos mensuales), ya no está frente a grupo y las presuntas irregularidades de su gestión son eso al día de hoy, supuestos que deben de comprobarse, poner una debida demanda y procesarla de ser culpable. ¿Va a pasar lo anterior? Pago sin ver: absolutamente no. ¿Y los muchachos de la revuelta, volverán a tapar las calles, que no pase nadie, sólo sus abuelos comiendo buñuelos... como dice a aquella vieja tonada infantil?
Nota tres: A Virginia Woolf le gustaban más las mujeres que los hombres, pero eso no le quita ni un gramo de grandeza a su obra literaria. Pero caray, leyéndola puntillosamente, sus notas y críticas a ciertos escritores resbalan en la estupidez y la malentendida guerra de “género”, lo que eso haya significado antes y hoy. Lea usted...
LETRAS MINÚSCULAS
“John Milton y Ben Jonson eran tal vez un poco demasiado varones. Igual Wordsworth y Lev Tolstoi...”. Puf. Sin palabras.