Block de Notas (21): Escatología literaria y enfermedades
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Para fortuna mía, varios temas aquí deletreados a trompicones, en este “Block de Notas”, han sido de su interés, atención y agrado. Lo agradezco. Y en honor a la verdad, al explorar todo lo anterior, todo lo aquí perfilado, usted y yo hemos crecido juntos y ahora sabemos que no hay tema baladí, no hay temática huera o menor, y sí, todo importa y todo tiene que ver con todo en este mundo en el cual ya pocos piensan. Lo de hoy es tener un “celular inteligente”, los humanos dejaron de serlo, desgraciadamente.
Tengo muchas notas y señales en mis libros de ese tema que va junto con pegado: la comida, la ingestión, tener problemas estomacales e intestinales, ir al retrete a orinar y defecar, las nubes de moscas, cucarachas mutantes, las cuales nos van a sobrevivir... todo ello emparentado con la literatura, el arte y la religión. Por algo, señor lector, al fin último de las cosas, de los tiempos, de la historia misma, se le conoce como escatología. Y la escatología es precisamente eso: cagar, mear, las execraciones del cuerpo, el vómito, los mocos, la tos, la pus... en fin, no siempre de buen ver tema en las charlas de café.
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Leo a una poeta (ellas a sí mismas se dicen “poetas”, en masculino, cuando eso llamado ahora equidad de género y lenguaje incluyente debería de marcar a la letra que son “poetisas”, pero en fin, ni ellas mismas se entienden) norteamericana a la cual no concia. Norteamericana ella, la cual murió en el año 2018, Úrsula K. Le Guin. La editorial que presenta su poesía en su fajilla promocional de “En busca de mi elegía. Poesía 1960-2010)”, para Nórdica Libros, dice a la letra: “La poesía de Úrsula K. Le Guin en edición bilingüe por primera vez en castellano”. Una maravilla de libro.
Aún no la leo del todo y completa. Oteo su libro como un pájaro agónico en el vasto campo antes de planear por última vez y reposar en una rama. Lea usted algunos versos donde le pruebo todo lo anterior: el hablar del retrete, la carne pútrida ambulante que somos al final de cuentas en esta vida, el conocimiento escatológico... en fin. Lo que usted ya sabe. Leamos: “Las verdades como la carne, se pudren; los hechos de roca duran; / lo poco que podemos saber es todo lo que poseemos”. ¡Caray! Van los cinco primeros versos de un poema titulado “Abril en San José”. La transcripción es literal, donde hay mayúsculas, note usted el poderío de los versos:
En una ciudad donde los hombres gritan en la calle
Mierda Mierda Dios la bendiga señora ay Miguel
ladran de dolor sin palabras como perros,
rugen de rabia con una sola sílaba oscura,
o se ponen a darle puñetazos a algún roble...
Para escritores de este calibre, no hay tema vetado poético o no poético. Sencillamente se debe y se tiene que escribir lo mejor posible. Hacer retorcer las palabras, hacerlas gritar y transmitir ese temblor que nos mueva del todo y para siempre. Una escritora hoy sobada y famosa (al parecer han realizado para Netflix varios de sus cuentos y relatos. Es la única forma que los jóvenes, y los no tanto, se acerquen a la alta literatura, primero deben de ser “series”, en fin), Margaret Atwood, ha dicho de la poesía de Le Guin: “Su voz cuerda, comprometida, molesta, humorística, sabia y siempre inteligente es muy necesaria ahora”. No poca cosa.
ESQUINA-BAJAN
Tengo en mi biblioteca un fragmento del inconmensurable libro “De morbis artificum diatriba”, de Bernardino Ramazzini fechado en 1700. El fragmento referido, editado en español en una bella edición a la usanza antigua, es de editorial Porrúa, se titula “Enfermedades de los intelectuales, cazadores, impresores y de otros trabajadores con ocupaciones cercanas a las de los amigos comunes”.
Escribe con dolor Ramazzini: “Todos los hombres de letras en general tienen disturbios en el estómago. Celso decía entre los débiles del estómago están la mayor parte de los habitantes de la ciudad y casi todos los que aman las letras...”. Nada más cierto. Nada más devastador. Al menos en mi caso. Cuando uno está pegado al “trono”, al retrete, padeciendo una feroz diarrea, uno no piensa en otra cosa que no sea el final de ella: el alivio o la muerte. Literal, uno siente que la vida se evapora.
Si me ha leído con cierta frecuencia y da seguimiento a mis letras, hace poco le conté aquí que me “desarreglé” de mi panza. Eso que decían las señoras antiguas como mi mamá, “andas desarreglado de la panza, muchacho”. Damas y caballeros del jurado, aunque tenía tiempo sin padecer lo anterior, a últimas fechas me “desarreglé” de mi panza debido a que pesqué un virus maldito y feroz en Monterrey.
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Le repito: la estirpe de humanos azuzada por este tipo de desarreglos hace palidecer a cualquier. La nómina de los que padecemos de la “panza” es ancha. A vuela pluma, a reserva de ampliar este texto en próximas notas, me hizo recordar un fragmento de las cartas de ese ser atormentado, pero genio, el pintor Vincent Van Gogh, el cual en carta a su hermano Theo, le refiere de sus desórdenes intestinales los cuales adquirió en estancia en París...
LETRAS MINÚSCULAS
“No tendría miedo de nada si no fuera esta maldita enfermedad... mi estómago se ha vuelto excesivamente débil, es un mal que he atrapado allá...”.