Block de notas (32): Carlos Ruiz Zafón y el cáncer de colon

Opinión
/ 11 noviembre 2024

Gracias por leerme y atender estas letras, señor lector. Hartos, hartos comentarios me han llegado con motivo de las diferentes sagas aquí perfiladas, pero en especial dos sagas de dos asesinos silenciosos y letales, los cuales van de la mano, caminan codo con codo: el cáncer y no ir al retrete. No ir al retrete y el cáncer. Son sinónimos, pues, al menos para mí. Y es que es ley de vida y naturaleza: todo lo que entra... tiene que salir, por cualquier orificio del cuerpo, así de sencillo o complicado.

Ya nadie lo recuerda, pues Internet todo lo pudre. En el 2020 y en plena pandemia global, murió en Los Ángeles, California, el escritor catalán avecindado allí, Carlos Ruiz Zafón (1964-2020). Joven, muy joven el maestro se fue de Barcelona porque, según dijo en alguna entrevista, su ciudad le interesaba, sí, pero no lo de hoy, sino aquellas historias pasadas las cuales eran de hace lustros. No su presente ni su futuro; de Barcelona le interesaba su pasado. Un pasado casi inmediato, pero al fin de cuentas, pasado.

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Su pasión era el cine y por eso se fue a Los Ángeles y a Hollywood. Aunque al parecer, al final de cuentas resultó ser un mero pretexto. Allí se quedó a vivir y a escribir, y en ese entorno redactó una trilogía de novelas portentosas, ancilada la tirada de naipes en una deslumbrante editada en el 2001: “La Sombra del Viento”.

Carlos Ruiz Zafón murió en el año 2020 no por la mordedura del bicho. No, sino por algo de lo cual ha sido la tirada de naipes de esta columna de “Block de Notas”, el maestro, el gran escritor murió porque padecía un pernicioso cáncer de colon, el cual lo llevó a la tumba. Pues no, no iba al retrete. Y claro y lo imagino, seguía comiendo y bebiendo como Dios manda. Más comer que beber. Y todo, todo se acumula en el recto, en el ano, en el colon, en el intestino. Si no sale, se pudre. Si se pudre, pues llega el cáncer, si llega el cáncer, nadie se salva y uno se muere.

Y caray, el gran narrador se fue joven, muy joven y en plenitud de facultades creadoras. En todo el mundo se publicaron notas necrológicas sobre su deceso. Lo merecía. “La Sombra del Viento” es un tour de force por la erudición, el ambiente libresco y el escenario urbano de la Barcelona de la primera mitad del siglo 20, donde habitan bibliófilos enfermos y malditos, amores juveniles y maduros (la educación sentimental del protagonista, Daniel Sempere), la mismísima presencia y sombra infausta de Franco y las tinieblas de la posguerra. Un fantasmal escritor (Julián Carax) y su producción inconseguible de textos es la imagen y metaliteratura de todos conocidos: el fracaso del escritor. Luego, su silencio. Sobre estos ejes gira la novela en un entramado policiaco, de suspenso y, a ratos, un largo folletín tan entretenido como inolvidable.

Ya me emocioné: “La Sombra del Viento”, libro escrito por Julián Carax del cual no conocemos palabras ni líneas textuales, pero sí su trama vertebral: “La novela relataba la historia de un hombre en busca de su verdadero padre, al que nunca había llegado a conocer y cuya existencia sólo descubría merced a las últimas palabras que pronunciaba su madre en el lecho de muerte (página 13)”. Aflora un tema literario, tan eterno y de linaje escogido, como una trama o poema romano, griego o saga bíblica: la búsqueda del padre. En un plano vertical, el padre es la semilla, la cimentación de una descendencia y un eslabón de linaje (Génesis 21 y 48). Al procrear, él mismo se perpetúa.

ESQUINA-BAJAN

Nota uno: Buscar al padre, al verdadero padre, labor bíblica y eterna. Incluso, labor para el siempre alcanzable palimpsesto (usted dirá si es plagio). Lea lo siguiente: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo...”.

Nota dos: Claro, usted conoce este texto fundacional, son las primeras líneas, inolvidables, tatuadas a fuego, de “Pedro Páramo” de Juan Rulfo. Ahora relea las líneas entrecomilladas escritas por Carlos Ruiz Zafón. Deudores somos todos en esta vida y no hay nada nuevo bajo el sol, para citar al Eclesiastés. Las vuelvo a transcribir: “La novela relataba la historia de un hombre en busca de su verdadero padre, al que nunca había llegado a conocer y cuya existencia sólo descubría merced a las últimas palabras que pronunciaba su madre en el lecho de muerte (página 13)”.

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Nota tres: Me emocioné platicando todo lo anterior, lo cual usted ya sabe, pero para mí es la vida misma. Nada importa. Pero lo importante, lo repito, es que ya nadie recuerda que el dotado y gran Carlos Ruiz Zafón murió en plenitud de vida y creación por un motivo no baladí: cáncer de colon que le dio tal vez y sólo tal vez por no ir a cagar y mear al retrete. No poca cosa en esta época de comida de plástico.

Nota cuatro: Escribo estas líneas el día martes 5 de noviembre. Día crucial y semana decisiva para tres países con destinos cruzados y destino manifiesto: España y su catástrofe bíblica, la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos (ojo, lo apuesto antes de las elecciones) y el galimatías que es México con derogar de plano nuestra Constitución por parte de los monos y simios de Morena y su corte de claques...

LETRAS MINÚSCULAS

“Los gobiernos sólo deben de ver a las personas como masa”: Napoleón Bonaparte. Dígaselo hoy a la Shein. Se burla de usted y sigue votando por ellos.

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