Bocanadas letales
“No, gracias”. Palabras muy sencillas son éstas, pero muy difíciles de decir. Cuántos problemas nos evitaríamos si tuviéramos la valentía de responder: ”No, gracias”. Si Adán le hubiera dicho estas dos simples palabritas a Eva, de seguro todavía estaríamos en el Paraíso. Yo he aprendido el valor de estas palabras y me he salvado de cometer errores descomunales.
En una ocasión un compañero de la secundaria me ofreció un cigarro. Sin hacerme del rogar, acepté su invitación. Aquí entre nos, me sentía poderoso, casi un adulto ya, y que con el simple hecho de tener un pedazo de papel encendido cerca de mi boca, me había convertido en alguien más interesante y atractivo. Todo iba perfecto hasta que mi compañero se burló de mí cuando descubrió que no sabía fumar. Me dijo que tenía que aspirar el humo y después volverlo a soltar.
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Eso no parecía nada complicado y estaba seguro que lo podía hacer. No recuerdo muy bien lo que sentí al hacer eso, pero puedo asegurarles que fue una experiencia espantosa. Desde ese entonces aprendí a decir: “No, gracias”.
Respiración agitada, dientes amarillos y voz carrasposa, son sólo algunas de las características de los fumadores, pero en realidad, los daños causados por el cigarro van mucho más allá.
Sin duda alguna, el tabaquismo es la principal causa de las muertes prematuras, pero también, la más fácil de evitar, todo reside en no empezar a fumar nunca.
El uso del tabaco se remonta a varios siglos antes del descubrimiento de América. Primero lo usaron nuestros antepasados como parte de sus ceremonias religiosas y ahora es consumido por millones de seres humanos, a pesar de haberse comprobado que su consumo es altamente nocivo y mortal.
La nicotina y el alquitrán son los ingredientes principales del cigarro, pero por desgracia, son sustancias muy peligrosas. La nicotina es un estimulante ligero que produce una ligera elevación del estado de ánimo y da la sensación de tranquilidad. Pero también es responsable de la adicción de las personas.
Es casi dramático ver la desesperación de un fumador cuando no tiene cigarros. Su carácter se altera y sólo encuentra sosiego cuando consigue el deseado tabaco. En 1843, las autoridades francesas decidieron privar de cigarros a los presos de las cárceles del país. Al principio no hubo ningún problema, pero con el paso de los días, los encarcelados llenos de desesperación organizaron una revuelta. Su grito de guerra era: “¡O nos dan tabaco, o nos matamos!”. Tal vez no sabían que al fumar también se estaban quitando la vida.
Es común escuchar a los fumadores diciendo: “No voy a dejar de fumar, al fin y al cabo, de algo me he de morir”, “La vida es para disfrutarla, por eso nos es malo darnos gustos como el fumar”, “Es mentira que el cigarro hace daño. Mi abuelo fumaba más de una cajetilla diaria y murió a los 92 años”. Sin embargo, por más que defiendan a su vicio, está 100 por ciento demostrado que el fumar puede ocasionar la muerte. Desde mediados del siglo XX, en los países desarrollados, más de 20 millones de seres humanos han muerto a causa del tabaco.
A pesar de conocerse las consecuencias por fumar, de ver en cada cajetilla fotografías de seres humanos que viven en carne propia los terribles efectos por haber consumido, bocanada a bocanada, su salud. A pesar de todo lo anterior, cada día surgen nuevos fumadores.
Durante muchos años, más de 25, involuntariamente fui un fumador. Al respirar en habitaciones nubladas, mis pulmones sufrían también las consecuencias, al igual que los organismos de aquellos que desesperados buscan inhalar y exhalar en todo momento y en todo lugar.
Hoy mi principal preocupación y ocupación son mis cuatro hijos. Me veré muy recompensado si como yo, algún día aprenden a decir: “No, gracias”.
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