Café Montaigne 265: el lado oscuro de los ‘hombres perfectos’
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¿Cuál es uno de los problemas de los grandes hombres que todos admiramos? De varios, hay uno latente: los creemos perfectos. No de carne y hueso, sino de granito, argamasa y cemento. Si no es que de plano, de oro y plata. Ha pasado en estos casi cinco años con Andrés Manuel López Obrador, quien abrevó de su figura tutelar: Benito Juárez. Lo bien cierto es que Juárez no tenía sentimientos. Y si los tenía, los escondía muy bien. Por eso le llamaban “el impasible”. Y aquel memorable danzón, en su letra tiene la verdad en su palabra: “Si Juárez no hubiera muerto, todavía... gobernaría”. Bueno pues, la he modificado un ápice, pero es el espíritu. Y este espíritu de eternidad en el poder (dictadura) es lo que anima a López Obrador.
Repito, tendemos a tomar como ejemplo y sin mácula de error o maldad la vida de nuestros héroes. ¿Cuáles, quiénes? Pues póngale usted nombre y apellido. Voy a deletrear algunos a mi juicio, claro: Francisco Villa, Francis S. Fitzgerald, Alejandro de Macedonia, Baruch Spinoza, T.S. Eliot, Miguel Hidalgo, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Tomás Eloy Martínez... y si usted me ha leído con frecuencia, cada vez que escribo de ellos los alabo y halago tanto que escribo definitivamente una hagiografía. Una vida de santos. Ellos, inmaculados, siempre perfectos y sabios... ¿sin defecto alguno?
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Hagiografía. Hagiografías. En México, como en Latinoamérica y en buena parte del mundo, tendemos a elaborar vidas de santos. Desde la formación escolar así nos venden la idea, así la compramos (sin crítica ni reflexión de por medio) y así la repetimos. Nuestros héroes son eso, héroes: estatuas de bronce, hormigón, cemento y piedra. No humanos de carne, linfa, tendones y pelos. Vidas para leerlas: ejemplares y perfectas. Inmaculadas.
Pero, ¿es verdad esto? ¿Benito Juárez era de verdad un santo y Adolf Hitler el diablo mismo encarnado? ¿Juárez era un bendito, un mártir, una estatua de bronce a la cual hay que admirar siempre? ¿Cuántas escuelas con su nombre hay en el país y aún hoy merecen su bautizo así debido al protohombre? Llegamos al punto: pero, ¿tenía algún defecto o muchos y graves? ¿Cagaba y orinaba acaso; Juárez tenía arranques de ira y, de plano, no le importaba su familia, ni sus hijos cuando morían?
Aflora entonces el lado oscuro del ser humano en teoría ejemplar y excepcional. El “Lado B”, la cara oscura, tortuosa y poco conocida de estos hombres y mujeres a los cuales todo mundo admira, cita y ejemplifica... aunque no los conozcan del todo. O nada. (Y sí, en este proyecto ya estoy trabajando a trompicones).
Es esta especie de “Lado B”, el cual poco se ha abordado históricamente. ¿Tenemos derecho a mirar por la rendija de la cerradura de estas alcobas ajenas? Sin duda, sí. Todo forma parte de ellos (de nosotros) y todo hace una estructura única y entera. Es necesario y hasta obligado documentar la parte humana, muy humana, y si es humana es oscura y tortuosa no pocas veces, de esos seres humanos a los cuales la historia los tiene en un pedestal de piedra, sin yerros, sin mácula.
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Algunos ejemplos al azar: Benito Juárez y su valemadrismo familiar. La madre y santa le dicen, Teresa de Calcuta, India. Ni madre de familia ni santa: disfrutaba ver morir a los humanos. Los ingentes dineros que recibía su congregación nunca los destinó para el alivio de la pobreza, sino para la muerte. Ver morir a los muertos. Se complacía en ver morir a los moribundos. Antoine de Saint-Exupéry escribió uno de los libros que se considera más tierno, educativo y ejemplar de la historia, “El Principito”... pero él era como persona un demonio que maltrataba a su esposa...
ESQUINA-BAJAN
Lo anterior viene a cuento y a vuela pluma porque me voy enterando, merced a una entrevista, de un nuevo libro en circulación: “Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos. Ensayo biográfico sobre Alfonso Reyes”, editado por El Colegio Nacional. Investigación y letra del gran Javier Garcíadiego Dantán. Un volumen de 515 páginas donde revela datos no muy agradables de un ser humano ejemplar, al cual todo mundo tenemos como perfecto e incluso con su imagen de intelectual “bonachón”, el inconmensurable regiomontano, pero ciudadano del mundo, Alfonso Reyes.
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Para mi desgracia, como no hay librerías en la entidad y en la vecina Monterrey sólo les interesan los Best Sellers de moda, es imposible conseguir el libro. Ya lo encargué con mis amigos escritores de la Ciudad de México y ardo en deseos de leerlo y disfrutarlo. No por el morbo de entrar a su alcoba y ver disputas amorosas o conocer a su harem de amantes, no; sino para darme cuenta de su justa dimensión al complementar al intelectual con el funcionario y con el ser humano.
La entrevista que leí al historiador Javier Garcíadiego Dantán la realiza Judith Amador Tello. Partes de esta son las siguientes: “La versión canónica dice que era una pareja muy linda (Alfonso Reyes y Manuelita, su esposa), que se querían mucho y que Manuela le toleraba que fuera coqueto con las señoras. No, no fue así, fue una relación horrible y no eran nada más coqueteos los que tenía con otras señoras...”.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Atrás, siempre atrás de un gran hombre hay una gran mujer? Al parecer en Reyes, el axioma se cumple una vez más.