Café Montaigne 264: sumidos en las penumbras de la tristeza y melancolía
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El pasado jueves 15 de junio, publiqué en este generoso espacio de VANGUARDIA el texto “¡Ay, señora muerte!”, pálidas palabras para despedir del mundo terreno y saludar la eternidad de la güerita de don Armando Fuentes Aguirre, su esposa, doña María de la Luz (†). Muerte muy sentida y llorada por todo mundo. Y esto último fue el tema del texto: sé llorar. Lo vuelvo a escribir y confesar. Como también lo siguiente que usted sabe, porque aquí lo he publicado varias veces: padezco tristeza, melancolía, desde niño. Estoy siempre atiriciado, al borde del llanto, lloro y crujir de dientes. Así vivo y así voy a seguir por siempre. La maldita y perra melancolía no tiene cura, sólo paliativos.
Con base en lo anterior, recibí no pocos comentarios, llamadas, apostillas y palabras al respecto. Y es que la salud mental se ha vuelto el tema principal de nuestra salud, no sólo a nivel local o nacional, sino a nivel mundial. Todo ha contribuido a ello. Todo ha abonado y conspirado para estar como estamos: sumidos en penumbras. Un túnel negro y doloroso del cual creemos ver no hay salida posible. Doña María de la Luz, esposa de mi maestro “Catón”, se fue tal vez para descansar porque se tenía que ir. No antes ni después. Son tiempos de vida y muerte en los cuales uno poco o nada tiene qué ver. ¿Dios tiene en eso qué ver? No lo sé. Espero sea un sí positivo.
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Al día de hoy, la tristeza, la fiera y emperrada melancolía sigue causando estragos en la región. Hay más suicidios que asesinatos. Hay más suicidios que robos. Y como los tiempos han cambiado, el lenguaje ha cambiado. Todo es descafeinado, sin gluten, sin cafeína, sin azúcar... sin vida. Ya no se dice cómo antes, “estás atiriciado”, ahora se dice “estás deprimido”. Como si fuese una “depresión tropical”, una lloviznita, según dicen los meteorólogos cuando definen una racha de viento y lluvias que nos llegan de repente.
“Depresión” ya es un vocablo que se utiliza a todo, para todo y para nada: estás deprimido (estado de ánimo), hay una depresión tropical (lluvias y calor inminente), la bolsa de valores cayó en depresión este fin de semana (las acciones de las empresas perdieron su valor nominativo por diversos factores)... en fin. Cuando fui niño y desde siempre, mi madre lo miró rápido y me definió eternamente: “¡Mira nada más qué flaco estás, muchacho!”, decía cada vez que acariciaba mis flácidos brazos que hasta hoy abominan del ejercicio y de la musculatura inyectada por esteroides anabólicos. Ya luego me diagnosticó implacablemente: “A ver, ven para verte; estás atiriciado, niño”, decía, mientras escudriñaba con sus ojos entre preocupada y divertida, mi nariz, mi lengua, mis oídos, el color de la piel y las eternas pupilas a punto del sollozo. Sí, es la famosa ictericia del siglo 16 de la cual ya pocos o nadie recuerdan.
Ictericia, melancolía: hijos de un mismo tronco. Otra: nosotros los atiriciados de alma y corazón somos hijos de Saturno. Poseemos una personalidad saturnal. Una gran cauda de artistas han tenido esta huella en su frente: la tristeza y la melancolía. A vuela pluma, pienso en uno de ellos, el filósofo Walter Benjamin, al cual leo apenas. Pero la tristeza es parte fundamental, si no es que de plano el armado integral en la obra (y vida) de grandes estetas, como el mismo Benjamin, Franz Kafka, Marcel Proust, Karl Kraus, Charles Baudelaire y su famoso “spleen”, Thomas Bernhard, Paul Klee...
ESQUINA-BAJAN
Al definir a Walter Benjamin, Susan Sontag lo concreta así: es “un triste”. Y esta profunda tristeza lleva a los ciudadanos a suicidarse en parvadas. En los últimos tiempos y en esta región sureste, de tres en tres cada dos días. Y claro, no es un tema sólo literario o artístico. Es un tema y grave de salud física y mental. Antes esta maldita tristeza asediaba sólo a los mayores; pero ahora, los niños y jóvenes (la generación de cristal) son los más afectados y se cuelgan, se suicidan al menor movimiento de olas bravas.
Por esto, por ello, la nueva administración de Manolo Jiménez Salinas va a tener que trabajar horas extras para tratar de desentrañar semejante problemática, una verdadera pandemia. Y lo va a tener que atender desde todas las artistas: un buen secretario de Salud, un buen equipo de trabajo, un buen secretario de Educación, un buen secretario de Cultura; legislar con diputados con los pies en la tierra, no con buenas intenciones virtuales y a través de las redes sociales...
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Y este es uno de los graves problemas que va a enfrentar el “Cowboy Urbano”, Manolo Jiménez. Vamos al punto y al azar en un día reciente: martes 30 de mayo. Ese día fue un día negro, casi todos los días en Coahuila son días negros. Una señora embarazada (con dos meses y medio), de apenas 29 años y ya con tres hijos en los hombros, discutió con su esposo. Luego, la señora Gisela Santos Segovia (colonia Ampliación 23 de Noviembre en la ciudad) fue y se colgó en el baño de la planta alta de su casa.
¿Usted la puede condenar? ¿Tiene algo que ver Dios en ello? Nada. Ni lo uno ni lo otro. Un rápido estudio sociológico: tres hijos menores de edad, un cuarto en camino, problemas conyugales, viviendo en una colonia brava, ella de apenas 29 años... pues sí, se cansó de todo y se colgó. Lo peor viene al final: en Piedras Negras, un niño de 11 años se suicidó porque su familia le prohibió escuchar la música vomitiva de un tal Peso Pluma.
LETRAS MINÚSCULAS
Todo, todo está por hacerse, regularse, asesorar, analizarse y poner en práctica en Coahuila en el nuevo sexenio que va a iniciar. Próximo lunes, segunda parte.