Café Montaigne 316: ¿Por qué escribir no es tarea fácil?
¿En qué época le hubiese gustado vivir a usted, señor lector? De poder escoger, claro, la época y años de su tránsito por la Tierra. Yo, la verdad, no creo en eso llamado “New Age”, en la famosa doctrina de la “nueva era” que aún se vive hoy en día, anclada en supuestas teorías orientales y conocimientos místicos, la cual dice que usted tiene un alma inmortal y usted hoy es la reencarnación de otros hombres y mujeres que han vivido por siempre en la historia de la humanidad. De ser así, pues la verdad no recuerdo dónde carajos andaba en años pretéritos. Pero, de ser posible, ¿en qué época le hubiese gustado habitar?
¿Acaso tomarse un café con el gran artista Miguel Ángel? ¿Disfrutar de un buen aperitivo mientras este le cuenta sus andanzas amorosas; sí, con el mítico gigoló Giacomo Casanova? ¿Acaso usted hubiera preferido vivir codo a codo con Napoleón y así haber sido partícipe de sus memorables batallas? Sin duda, un ejercicio placentero de imaginación y donaire. Por ello las novelas históricas nos llenan el ojo y son de las más solicitadas en los anaqueles de las librerías. Es tremendamente difícil, por lo demás, escribir una de estas novelas. Se requiere un trabajo de investigación de años. Poner cada palabra milimétricamente para no errar en un tabique. Si usted coloca mal un ladrillo y el lector lo toma al vuelo, se desploma la estructura completa.
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Hay muchos casos, muchos ejemplos, pero le pongo el de una pésima novela que hace algunos años fue un rompe-ventas. Hoy es basura. Bueno, siempre lo fue, pero la mercadotecnia hizo que se vendiera a pasto (como las mentadas “Sombras de Grey”, o algo así). Fue el texto de “La Historiadora”, de una académica norteamericana, Elizabeth Kostova (Connecticut, 1964).
La novela tenía la friolera de 700 páginas, pero pudo haber tenido 52 y el resultado habría sido el mismo: decepcionante de principio a fin. La trama es harto sencilla, una historiadora gringa busca a Drácula. Pero dentro de la trama que abarca creo recordar, como 50 años de vida, se cometen yerros garrafales y diálogos casi como temas infantiles por la poca pericia de la novelista. Es decir, no tienen lo que decimos y se llama “verosimilitud literaria” o “verosimilitud histórica”.
Recuerdo dos errores de decenas: los personajes principales andaban consiguiendo o robando un ejemplar de “Drácula” de las dotadas bibliotecas europeas. Caray, el libro siempre circuló ampliamente y nunca, nunca estuvo prohibido. Los personajes fueron hasta Estambul para hablar con un viejo profesor universitario, especialista en la orden del dragón, el cual les hace una revelación de risa loca: “¿Sabían ustedes que Drácula es un personaje real?”. Es en serio, lector.
Si usted quiere redactar una novela ambientada en el Distrito Federal de los años cincuenta del siglo pasado y hacer que sus personajes deambulen por sus calles, avenidas y salones de baile (de rompe y rasga, ¡sí señor!), ¿qué cigarrillos fumaban, qué marcas había en el mercado, qué licores se bebían, cuánto costaba la entrada a los salones de baile, qué actores de teatro y vodevil eran los buenos en ese tiempo, qué rutas de autobuses había? Tal vez no autobuses, sino ¿tranvía? Caray, ya ve que no es tan fácil escribir, señor lector. Nada fácil. Y claro, luego de la investigación viene el trabajo del periodista, del escritor, sistematizar tanta información y ofrecer algo aún más difícil, la buena prosa. El tener riñones de acero y estar arrastrando pluma o lápiz por horas para ofrecer buenas páginas.
ESQUINA-BAJAN
¿Lo notó? Dije arrastrar, dejar huella mediante lápiz o bolígrafo sobre papel en blanco (yo aún así escribo mi creación literaria, como estas columnas de “Café Montaigne”), ¿pero si usted hubiese vivido en otra época, tendría a la mano estas herramientas de escritura, hoy injustamente olvidadas por las “nuevas tecnologías”, para tomar notas y en su debido tiempo? ¿Cuándo se inventó el lápiz, un humilde pero genial y necesario lápiz de grafito, para dejar nuestra huella y dejar escritos nuestros pensamientos? ¿Qué escritores dejaron su obra primero deletreada con lápices y en cuadernos y luego, claro, en caracteres de imprenta?
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Un escritor en serio, el norteamericano Henry David Thoreau, hacia la mitad del siglo 19, de plano, al no estar satisfecho por la calidad de los lápices que a cuentagotas se conseguían y distribuían en Norteamérica, de plano “inventó” su lápiz de escritura ideal al combinar grafito con una arcilla especial como cubierta, la cual se localizó en Nueva Hampshire hacia 1821.
¿A usted le hubiese gustado habitar en esta época donde aún un modesto, pero necesario lápiz, era motivo de mejora en las manos de un escritor? Hoy creo que usted lo ha notado, la gran mayoría de los lápices comerciales son de color amarillo. ¿Se ha preguntado por qué? Y claro, el impacto de no escribir con la mano en los niños es un tema educativo de preocuparse en día de hoy.
LETRAS MINÚSCULAS
Prometo abonar más letras al tema de los instrumentos de escritura. ¿Sabe por qué se cuestiona la autenticidad del famoso diario de la judía Ana Frank? Porque en teoría, varias páginas fueron escritas con bolígrafo. Cosa que aún no se había inventado para ese tiempo. Temas apasionantes que no son nada baladíes.