Café Montaigne 322: Cuento de Navidad
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Y contra lo que pueda pensarse, hay muchos Scrooge en la vida cotidiana que padecemos los humanos. Hoy los avaros, los miserables se llaman Slim, Salinas Pliego, Azcárraga
Usted lo sabe si me ha leído en este generoso espacio de VANGUARDIA, de unos años a la fecha me identifico con Ebenezer Scrooge, aquel célebre personaje de Charles Dickens emanado de su memorable texto “Canción de Navidad”. Tengo una fascinación, atracción e inclinación hacia los personajes oscuros, malos y siniestros, porque estos son más entretenidos y divertidos que los buenos.
Mis amigos lo saben: colecciono todo tipo de ediciones y películas sobre el texto de Dickens y todo lo que tenga que ver con Mr. Scrooge. Por estos días, en que el salvador se hizo presente en la tierra, hace más de 2 mil años, para liberarnos de la opresión eterna y darnos una luz de esperanza, personajes como el tacaño y avaro de Scrooge son imprescindibles para el mundo porque ellos son el equilibrio de la vida y el claroscuro de la humanidad, humanidad jamás ajena.
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En estos días, en que la temperatura invernal llega, aunque sea en ráfagas (todo tiempo pasado fue mejor), y su frío glaciar empieza a calar en los huesos como navaja de matarife recién afilada, me entrego sin prisa y sin pausa a releer la obra de Dickens; ya por la tarde, disfrutando de un buen scotch y una taza de café descafeinado −luego mi insomnio voraz me devora−, veo una y otra vez las diferentes versiones cinematográficas que tengo de “Canción de Navidad” o “Cuento de Navidad” en otras traducciones.
Hay una versión inglesa, dirigida y producida por Brian Desmond Hurst, que veo con singular agrado, en la cual Alastair Sim es Scrooge. La historia es una gran revista musical producida y filmada en 1951 y hoy, bajo la magia de la tecnología, dicha versión fue coloreada y remasterizada. Yo la veo en disco, imagino ya está disponible digitalmente.
Pero hay una versión que guardo con especial afecto: es una serie de dibujos animados en la cual el tacaño de Mr. Scrooge pronuncia una y otra vez su frase célebre: “Bah, paparruchas”. Esta versión suele salir con frecuencia en el Canal 5 de la televisión mexicana, en los bloques de caricaturas vespertinas, y es toda una delicia verla. Mi favorita.
Y contra lo que pueda pensarse, hay muchos Scrooge en la vida cotidiana que padecemos los humanos. Hoy los avaros, los miserables se llaman Slim, Salinas Pliego, Azcárraga (ya defenestrado) y, como en el viejo texto de Miguel Ángel Asturias, son hombres que, no obstante que lo tienen todo, siguen acumulando tal cantidad de riquezas que sólo abultan su cartera, no así la billetera de sus empleados sumidos en la miseria. Sobra decirlo, el último caso o ejemplo es el de Donald Trump: el hombre lo tienen todo, todo, todo.
Avanzamos: país de contrastes brutales; en México, más mitad de la población total del país está sumida en la pobreza y en la pobreza extrema (aun con los regalos monetarios de Morena) y, como si no fuera mexicano, deambula entre nosotros el hombre más rico del universo: Carlos Slim Helú. O el segundo, da igual. Es asquerosa su fortuna.
Scrooge espeta en un diálogo memorable: “Quiero que me dejen en paz. Yo no festejo la Navidad y no me voy a permitir el lujo de hacerla festejar a los holgazanes. Pagando el impuesto de los pobres, doy mi ayuda a las cárceles, a las instituciones de mendicidad...”.
ESQUINA-BAJAN
Viejo amargado, cruel, desalmado, de facciones duras y hoscas, Ebenezer Scrooge sigue existiendo para maldición de todos y para regocijo de los literatos, quienes nos recreamos con su figura encorvada y sus ojillos codiciosos, siempre atentos para esquilmar a sus empleados y no perdonar un céntimo a sus deudores.
Por estos días de Dios, en que nadie voltea ni de soslayo a ver al vecino y preguntarle, por atención, si necesita algo para mitigar el cierzo invernal que se abate poco a poco sobre la ciudad, este columnista vuelve a disfrutar una y otra vez la lectura morosa de su obra favorita: “Canción de Navidad”. Scrooge, al día de hoy, sigue retorciéndose en su millonaria miseria.
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Pero en año pretérito, y dentro de mis asignaciones siempre pendientes, está acometer la lectura de la obra toda (ojalá pueda, el autor se me hace difícil) de Henry James. Tipo el cual nació en Estados Unidos, pero se avecindó en Inglaterra. Uno de los escritores al cual hay que leer antes de morir. Sin duda hay que hincarle el diente y duro a sus libros, pero el tipo es duro de roer, su escritura no es fácil y hay que anotarlo con un plumón rojo.
¿Fantasmas más vivos que nunca los cuales inspiran o dan terror de verdad?
Sí, es el texto “Otra Vuelta de Tuerca”, cuento el cual fundó para el mundo moderno (no se sabe si para bien o para mal por el ya muy manoseado concepto), las múltiples interpretaciones o lecturas de un texto. Sí, lejos de ser un martillazo se convierte la historia en un tornillo, una tuerca la cual se va retorciendo en su proceso creativo de lectura al avanzar.
“Otra Vuelta de Tuerca” es una historia dentro de otra historia en una noche, la mejor noche del año, la Nochebuena. El narrador cuenta la historia que a la vez le fue enviada en letra redonda por la involucrada del caso, una institutriz que no se sabe bien si ella estaba loca y alucinaba fantasmas en una casa de campo alejada de la civilización, donde cuida a dos niños, ¿poseídos por el demonio, por fantasmas? ¿La institutriz se vuelve loca en aquellos parajes o ella llevó sus propios fantasmas góticos? ¿Quién mata a los niños, una infanta y un infante? El niño, Miles, está perfilado entre libertino y poseso...
LETRAS MINÚSCULAS
Lea usted a Henry James. Es genial, al igual que Dickens.