Café Montaigne 324: No es azar, sino destino; entre libros y amores
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Han querido los hados de los libros que andando picando aquí y allá, al azar que es destino, retomé dos libros los cuales tengo muy anotados
No es azar, sino destino. No es azar que su servidor, si persigue un tema, usted como mejor lector y analista a su servidor, me sugiera, me mande copias, me indique libros, me diga de sus lecturas, de sus citas favoritas, es decir, no es azar, sino destino: los hados y los duendes de los libros se confabulan para indicarme nuevos libros, nuevos derroteros y nuevas letras sobre nuestros temas, los cuales usted ya los ha hecho suyos.
Muchas ollas en la lumbre, la comida, la bebida, el ir al retrete como Dios manda, hablar de Dios, la muerte diaria de los motonetos, los suicidios o suicidas que son legión, el embarazo de las niñas adolescentes (la cosa aquí es muy sencilla: el sexo es gratis y nunca aburre, por eso se embarazan. Y ojo, se embarazan las niñas dos veces seguidas y sin pausa, ya luego le piensan un poco), el alcoholismo, las drogas... en fin, muchas ollas en la lumbre.
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En fin, gracias a fin de año, señor lector, por hacer suyas mis ideas y letras. Y vuelvo al tema, no es azar, sino destino; han querido los hados de los libros que andando picando aquí y allá, al azar que es destino, retomé dos libros los cuales tengo muy anotados: “El Amante de Lady Chatterley” de D. H. Lawrence, así como las crónicas y prosas del inconmensurable Ramón López Velarde.
Estoy releyendo la obra de ambos estetas y sus referencias al retrete, a la comida, a la bebida, a las pócimas... etcétera, son muchas y variadas. Pero bueno, estoy releyendo como adolescente lo anterior y estoy emocionado. Pero, bueno avanzamos hoy: Hay una frase ingeniosa y aguda, como todo lo que escribió ese genio ibérico llamado Francisco de Quevedo: “Para que se anden tras ti todas las mujeres hermosas, ándate tú delante de ellas”.
A mis ya largos 59 años aún ando pasos delante de mujeres hermosas, las cuales sí andan atrás de mí. Tras mis huesos. ¿Le gusto a las mujeres, no obstante ser un palo de huesos, literal? Ellas se fijan primero en las nalgas de los caballeros, luego en sus músculos, luego en su fisonomía toda (no todas) y ya luego, por último, en sus “sentimientos”.
¿Les gusto a las mujeres de muy buen ver así de seco y pálido, sin pizca de músculo y, claro, ya en el invierno de mi vida, es decir en mi vejez? Quiero creer que sí. Mi billetera es magra y escuálida, como yo mismo. Pero trato de halagarlas en todo, y en eso no hay por qué escatimar peso alguno. El dinero se hizo para gastarlo y si es una buena y hermosa mujer, hay que gastarlo a manos llenas. De preferencia, todo. ¿Hay buenas mujeres? Sí las hay. Imagino cuando están dormidas. Y vaya usted a saber qué días y noches sueñen con deseos lúbricos, pasiones malsanas e innombrables.
¿Qué hacer? Pues a una mujer no se le entiende (es imposible), sólo se le ama. Así de sencillo. ¿Todas las mujeres son malas? No. No lo creo, sólo el 99.9 por ciento de ellas. El restante 1 por ciento, por lo general, ya tiene pareja estable. Por eso de aquellos bellos versos de Ramón López Velarde:
“Todo me pide sangre: la mujer y la estrella,
/ la congoja del trueno, la vejez con su báculo...”.
En mi vejez, pero aun sin báculo ni bordón, aún espero el amor sincero de una mujer. ¿Algo imposible? Caray, se lo voy a decir: así lo creo. ¿Entonces por qué lo intento una y otra vez y quedo no pocas ocasiones con mi alma en harapos y hecho una piltrafa humana? Sin una mujer, no puedo vivir. Por eso tengo siempre a mi lado una.
ESQUINA-BAJAN
Pero caray, qué le vamos a hacer. Si el maestro Julio Torri era tenorio de sirvientas, este escritor es tenorio de meseras y bailarinas. Me derrito por ambas. En un restaurante con meseras guapas y ataviadas con su uniforme, por lo general, me derrito por todas. En los table dances a los cuales empiezo a ir una vez más en Monterrey, me enamoro de todas, de sus atavíos e indumentarias y disfraces de infarto (tengo especial fijación por sirvientas, enfermeras y colegialas).
¿Es bueno y normal esto a mis 59 años de mi muy raspada vida? Pues es una balanza moral la cual a mí no me interesa explorar. A últimas fechas padezco varios pecados capitales, los cuales sí, son enfadosos y es un suplicio llevarlos en la espalda: la lujuria, la soberbia, la pereza y el alcoholismo.
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Usted conoce las fatídicas palabras de Edgar Allan Poe en su celebérrimo cuento, “El Gato Negro”: “¿Qué enfermedad se puede comparar con el alcohol?”, Según yo, las cuatro pasiones malsanas las tengo controladas. En el fondo no es así. En estos días padezco un amor atravesado, una pasión juvenil y en el invierno de mi vida, el aguijón del alcoholismo. ¿Lo padezco? Sí y no. Tal vez sea como escribe López Velarde, es la “monótona variedad de la vida en la comarca”. ¿Ya notó el tremendo oxímoron, por supuesto?
Y casi es fin de año, son navidades y mi vida es la misma de siempre: leer, beber, comer un poco, escribir, tratar de encontrar los mejores libros de mi vida y terminar, de una buena vez, todos los libros que tengo pendientes por editar. Ojo, editar, no escribir, ya están escritos.
Tengo un asunto pudiente en mi vida: regresar a la colonia Roma en la bella Ciudad de México. Cercana a la glorieta de Insurgentes, hay una Iglesia donde están los restos del Padre Pro. Esta Iglesia es socorrida también, porque amén de ser bella y ornamentada, recibía en vida la visita del poeta...
LETRAS MINÚSCULAS
Ramón López Velarde. Él vivía en una vecindad a cuadras donde su servidor; se presentó leyendo mi poesía. En fin, soy viejo. Sólo eso, un año más.