Café Montaigne 341: Coleccionista de escritores y músicos

Procuro las fotografías de escritores en su campo de batalla: en su estudio y su mesa de trabajo
Colecciono fotografías de escritores, de músicos y de artistas con los cuales me he venido formando. Lo vengo haciendo desde hace años, preferentemente en blanco y negro; las busco, las enmarco y las cuelgo en mi biblioteca y estudio.
Una de ellas: habitado por el demonio de las ideas y de la escritura reposada, vertida en aforismos de implacable fuego devastador, el amargo E. M. Cioran en el invierno de su vida, vestido perpetuamente de negro, mira un libro en el cual está a punto de estampar su firma.
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Cioran ignora al fotógrafo −su cabello casi blanco−, acaso enloquecido al igual que sus ideas, hierve y mira a diversas partes del cosmos, mientras el filósofo rumano guarda en su mano derecha un fino plumín, dispuesto a ser usado. La fotografía es, cómo no, de Rogelio Cuéllar.
Tengo dos fotografías del escritor español Enrique Vila-Matas. En ambas, retador, el escritor para escritores viste pulcramente, mira desafiante a la cámara y muestra un cigarrillo a medio consumir en su mano derecha. Las volutas de humo –gatos enfurecidos retorciéndose al carbón– se anudan en su rostro y su mirada es la de un ser atormentado, un Bartleby, aquel viejo y clásico no personaje, sino ser vivo de Herman Melville.
Procuro las fotografías de escritores en su campo de batalla: en su estudio y su mesa de trabajo. Las mariposas amarillas rondan al colombiano Gabriel García Márquez, le endulzan el oído mientras este corrige la versión definitiva de su obra cumbre, “Cien Años de Soledad”. Una vieja máquina de escribir está a su lado, extenuada, luego de la refriega cotidiana. Atrás del escritor, un librero muestra volúmenes en desorden, apilados y consultados hasta el hartazgo, tal vez al buscar el peso de un acento.
El español Javier Marías me mira desde el pórtico de una puerta apenas entreabierta. Es la entrada a su pulcro estudio, donde acaso redacta sus bien medidas columnas, las cuales publicó sin falta por años en el diario ibérico “El País”. La impecable fotografía deja ver un enorme librero atestado de ediciones que se apretujan en sus lomos. Su mesa de trabajo luce los papeles del día. Javier Marías, vestido de traje negro y sin corbata, mira a los ojos del fotógrafo, a la cámara... a este escritor y periodista.
El gringo Tom Wolfe –vestido inmaculado de blanco, como figurín de aparador neoyorquino– juguetea con un perro. La acrobacia del can y los ojillos inquisidores del periodista, quien “inventó” el llamado “nuevo periodismo”, fueron inmortalizados en una fotografía-portada para su libro: “El Periodismo Canalla”.
Wolfe, durante años, vistió de riguroso blanco; sin mácula, su nudo estilo windsor en la corbata clara con rombos azules habla de un periodista, tal vez, de los mejor vestidos en el mundo: hoguera de vanidades.
Colecciono fotografías de mis escritores y músicos preferidos. Habitan mi mundo y espacio de trabajo la diva del jazz, Diana Krall; la por siempre joven y bella, Marilyn Monroe; el inconmensurable Eric Clapton; el violonchelista mexicano, Carlos Prieto; Samuel Beckett, Tennessee Williams, don Martín Luis Guzmán. Tengo un altar dedicado a mi escritor preferido: Francis Scott Fitzgerald y su esposa, Zelda Sayre: eternos, bellos, malditos. Él murió presa del fuego del genio y del alcoholismo; ella, demente, ardió viva en un manicomio. Genios al fin, la vida se los llevó jóvenes, como debe de ser.
ESQUINA-BAJAN
Llegamos hoy al punto de la cuestión: tengo varias fotografías de don Mario Vargas Llosa, Nobel de las letras él. Siempre galán, siempre imperturbable. Acabo de conseguir una fotografía perturbadora del viejo socarrón Jorge Luis Borges. Dandy perfectamente vestido, sin faltar corbata y pañuelo al saco, Borges toma café en un restaurante –¿argentino?– mientras sus ojos otean el horizonte ahíto de sombras. Los ojos de Borges: fijos, tiesos. ¿A quién o qué mira Borges?
En fin. Tengo más amigos (¡cuánta pretensión en mis letras!) muertos, unidos a la eternidad, y no vivos. Ahora, con la partida del Nobel Mario Vargas Llosa, pocos o nadie ha citado dos libros de un erotismo delicioso y supremo, los cuales, cuando los publicó, todo mundo decía de ello: el erotismo, la sexualidad en parte y la pornografía bien escrita, era una asignatura en sus letras. Dos libros de colección, insuperables: “Elogio de la Madrastra” y “Los Cuadernos de don Rigoberto”.
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Otro episodio de leyenda: estoy buscando en mis archivos la carpeta, la fotografía y toda la información de cuando Vargas Llosa le propinó tremendo puñetazo a Gabriel García Márquez, cuando éste le agarró las nalgas a su entonces mujer, Patricia. Tengo todo en mis archivos. ¿Dónde? Pronto lo encontraré.
Avanzamos: a Mario Vargas Llosa se le debe el bautizo del PRI en México como la “dictadura perfecta”, justo cuando este participó en un encuentro de escritores convocado por el Nobel mexicano, Octavio Paz. Hoy, dicha dictadura tiene otro nombre y apellido: Morena, de Andrés Manuel López Obrador y la Claudia Sheinbaum.
LETRAS MINÚSCULAS
El mejor homenaje a don Mario Vargas Llosa es uno solo: leerlo a plenitud. Señalarlo con plumón rojo y jamás, jamás dejar de paladearlo. Así sea. Regresaré con un tríptico.