Café Montaigne 340: Günter Grass, un crítico feroz

Opinión
/ 17 abril 2025

Conocedor de la cultura y religión cristiana y católica, sobre todo de la cultura judía, Grass teje magistralmente las ideas de dichas religiones en la voz de los protagonistas de ‘El Tambor de Hojalata’

La manera de hacer una revolución siempre será con el poder de la palabra. Sí, voy de acuerdo, se puede militar y tomar un fusil al hombre y estar en la trinchera –en las trincheras; y cuando el fuego zumba en las orejas, no hay ateos. Todo mundo cree en ese inasible llamado Dios– combatiendo al fiero enemigo de la libertad, pero definitivamente el poder de la palabra y, especialmente, el poder de la palabra escrita forma y moldea a los humanos. Por siempre.

Es el caso de muchos escritores, decenas de ellos sobre la tierra. Pero en este especial caso es el del polaco-alemán, Günter Grass (1927-2015). Ganó varios premios, en su momento los ganó todos y, claro, el reconocimiento de los lectores en todo el mundo, pero llegó a sus manos el mejor, el máximo galardón: el Nobel de Literatura en 1999.

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Una de sus principales obras es, sin duda, “El Tambor de Hojalata”, una novela de proporciones centáureas de cerca de 600 páginas. Y esta novela cuenta precisamente de la resistencia ante los crímenes de la Alemania nazi por parte de un personaje funambulesco, sí, emparentado con los personajes de Franz Kafka.

Es un niño el cual dejó de crecer voluntariamente a los 4 años. Está preso o internado (es lo mismo) en un hospital mental, donde su guardián le vigila celosamente. Pero tiene como compañero inseparable un tambor de hojalata desde siempre (los colecciona: cuando ya dejan de servirle, manda a comprar otro inmediatamente, luego los hace almacenar y etiquetar para una especie de museo).

El niño, el cual no ha crecido desde la edad de 4 años, escribe su autobiografía de dos formas, a saber: tocando su tambor de hojalata y escribiendo sus andanzas, vida y crónica, en 500 folios, los cuales su vigía/enfermero le suministra en su cárcel-castillo de pureza auditiva. Sí, en “El Castillo” del también atormentado Franz Kafka. Nadie sabe ni puede entrar (metáfora de un laberinto burocrático) de este hospital mental; Oskar Matzerath no puede salir. Jamás.

A través de la narración Günter Grass explora la identidad alemana de la posguerra. Historia vital no sólo de Polonia o Alemana, sino de una Europa devastada. De hecho, el autor vivió años como lija en media parte de Europa en condiciones difíciles y precarias. Claro, en Francia. Su llamada Trilogía de Danzig (ciudad donde nació) le valió la concesión del Premio Nobel de Literatura. La trilogía es la siguiente y se puede conseguir en librerías de la Ciudad de México: “El Tambor de Hojalata”, El Gato y el Ratón” y “Años de Perro”. Desde los títulos, entonces, imaginamos esa prosa la cual muerde, denuncia y nos obliga a jamás dejar en el olvido los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

Historia la cual se repite hoy grotescamente en México con el caso de Teuchitlán, Jalisco. Y no sólo en Jalisco, aunque sí es el caso más reciente y demoniaco; usted lo sabe, hay fosas clandestinas en todo el país, de sur a norte...

“El tambor de Hojalata” se considera una obra maestra de la literatura universal. En 1979 se filmó una película con la trama de la novela. Fue dirigida por Schlondorff. Esta cinta, de tan buen nivel de actuación y trama, le valió ser ganadora del premio Oscar a la Mejor Película Extranjera en dicho año. No poca cosa.

ESQUINA-BAJAN

Conocedor de la cultura y religión cristiana y católica, sobre todo de la cultura judía, Grass teje magistralmente las ideas de dichas religiones en la voz de los protagonistas de “El Tambor de Hojalata”. Crítico feroz. Varias ocasiones este conocimiento milimétrico lo traslada a una ironía fina y despiadada. Pero siempre este tipo de ideas y reflexiones nos harán pensar y nos llevarán a otro estadio.

En un libro de reflexión punzante, “Ensayos sobre Literatura”, escribe: “El pasado no puede dejar de estar presente para nosotros. Seguimos preguntándonos cómo fue posible que se llegara a eso”. Sí, no olvidar las carnicerías de la Alemania nazi. Pero aquí en México falta esa conciencia y ese tamaño de un humano −al menos uno−, el cual sea una voz de alarma clamando en el desierto, denunciando los crímenes bestiales, los cuales, de tan cotidianos, ya son invisibles y a nadie inmutan.

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Y aparece profusamente lo aquí señalado en muchas ocasiones: en la obra de Grass, como en las mejores y geniales obras de arte (sea esto literatura, música, dramaturgia, arte pictórico), se pueden encontrar aristas de todo tipo, hay múltiples bifurcaciones y vetas por descubrir; es el caso de la veta gastronómica (sus personajes comen, duermen y van al retrete), la veta introspectiva (bulle la condición humana), sus personajes se entretienen con juegos de azar (se divierten)... en fin, la obra de Grass es una obra total, la cual admite varias y variadas lecturas: interacciones e interpretaciones.

Un somero párrafo, mínimo pues, de lo anterior: “La comida fue grasosa, luego dulce y luego otra vez grasosa: aguardiente de patata, cerveza, una oca, un lechón, pastel con salchicha, calabaza en vinagre y azúcar, sémola roja con crema agria...”.

LETRAS MINÚSCULAS

Estoy repasando los cinco libros los cuales tengo del maestro Grass. Se cumplen justo 10 años de su muerte.

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