Café Montaigne 343: Alfredo Reyes, un guerrero querido y respetado

Opinión
/ 8 mayo 2025

El maestro pertenecía a esa vieja guardia de redactores (no es peyorativo), los cuales eran bravos, directos, crudos y sin miramiento alguno. No forma, sino fondo. No florituras, sino un periodismo en estado puro y a rajatabla. Sin piedad

Me ha dolido su muerte, harto. Al día de hoy, al escribir las siguientes letras, me sigue doliendo igual. Es la muerte de mi amigo y maestro, don Alfredo Reyes Ramos, académico, ingeniero y columnista de esta casa editorial por lustros. Murió de 71 años, muy bien vividos, a saber por lo él comentado en tertulias, dilatadas tertulias, las cuales tuve con el gran maestro. En días pasados se fue. Don Alfredo se une a mi panteón particular, donde hay más amigos muertos y no vivos. Tal vez ya estoy muerto y no me he dado cuenta. O bien, como lo dijo alguna vez el divino ciego, Jorge Luis Borges, es sólo cuestión de fechas para epitafio.

Aunque habíamos platicado largo y tendido en las diversas mesas de intercambio de ideas o celebraciones aquí en VANGUARDIA, fue el azar y el destino (no hay contradicción de por medio) lo siguiente: por una larga temporada, ambos coincidimos en nuestro viaje de fin de semana a Monterrey por asuntos personales. Hartas veces, debido al azar y destino, cada quien compraba su boleto y nos tocaba sentarnos juntos.

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Fue entonces cuando conocí no al académico, periodista o intelectual, no; conocí la verdadera dimensión de semejante y admirable ser humano; me fue platicando de su vida y andanzas. Yo le fui platicando de mi vida y andanzas. Me platicaba de sus viajes y su periplo de vida sobre la tierra. Yo le platiqué de mis viajes y periplo sobre este decadente planeta Tierra. Amén de compartir acontecimientos, compartimos hartas lecturas e intercambiamos ideas. No poca cosa cuando hoy, usted lo sabe, señor lector, ya nadie es inteligente ni piensa.

Hay tres seres humanos con los cuales intercambié tertulia debido a su infausta muerte: el alcalde de Saltillo, Javier “El Tritón” Díaz, el profesor Orlando Naún Rodríguez (académico, quien mantiene desde hace lustros una columna especializada en educación; columna de altos vuelos, la cual se edita en un diario de la localidad. Lo hace cada sábado) y, cómo no, el chef de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas.

Javier “El Tritón” Díaz mostró su pesadumbre y admiración por el maestro Reyes Ramos. Juan Ramón Cárdenas, en ruta de trabajo en la Ciudad de México, me mandó un hilo de mensajes al respecto. Y de plano, para despedir y brindar por don Alfredo Reyes, el profesor Orlando Rodríguez y quien esto escribe nos fuimos a una minitertulia de dos horas. Y digo minitertulia porque nuestras peñas de esgrima verbal, cuando se dan, duran al menos cuatro horas. Mínimo.

No sabía: Orlando y Reyes Ramos fueron amigos mucho tiempo (lo siguen siendo). El profesor Orlando me contó muchas y variadas anécdotas de tan dilatada amistad. Tal vez en su cotizado espacio de opinión, don Orlando dé cuenta de dicha amistad.

Alfredo Reyes Ramos era admirado, querido y respetado por todo mundo. El maestro pertenecía a esa vieja guardia de redactores (no es peyorativo), los cuales eran bravos, directos, crudos y sin miramiento alguno. No forma, sino fondo. No florituras, sino un periodismo en estado puro y a rajatabla. Sin piedad. Por ello, los domingos era insoslayable leerlo y tener a la mano un plumón rojo para señalar todo lo cual él acertadamente denunciaba en su espacio.

ESQUINA-BAJAN

Líneas arriba nombré al “Tritón” Díaz, alcalde de Saltillo, el cual hoy anda en las nubes a nivel nacional, merced a su trabajo. El mote es de su servidor, a lo cual tiendo mucho. Don Alfredo motejó y bautizó al director de Jurisprudencia y notario, como Alfonso Yáñez “Charreola”, lo cual cada domingo era muy celebrado.

Con su estilo y humor luciferino y cínico, lo abordó ampliamente en sus últimas columnas, donde le pedía cuentas claras. Incluso, cosa siguiente de la cual y en lo personal no soy partidario (aunque sea un chisme a voces), aludía siempre y desde meses atrás, a que Yáñez “Charreola” tenía una conducta moral no muy aceptable, al contar con una corte de mancebos y efebos a su servicio.

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¿Es vida privada o es cosa de la res publica? Las dos cosas. Pero si esa corte de mancebos y efebos, la cual es cauda cuando Yáñez Arreola pasa, tiene una implicación o repercusión pública, entonces sí pasa de la cosa y esfera privada a la cosa y esfera pública, y lo es como funcionario público, director de Jurisprudencia. Lamento lo siguiente: mis dos amigos jamás se sentaron en una mesa de café a dirimir sus posibles diferencias.

Dije: mesa de café. Don Alfredo Reyes y su servidor, en Monterrey, varias ocasiones nos sentamos a la tabla de una cafetería donde se suelen reunir intelectuales, periodistas, borrachos (como yo), artistas, en fin, todo ciudadano bien nacido: en el “Manolín”, ubicado en la avenida la cual arde día y noche: avenida Madero. Allí don Alfredo se paraba en su foro a leer sus trabajos periodísticos. Era escuchado con atención y deleite.

Me ha dolido su muerte. Al momento de escribir estas letras, me sigue doliendo. Mi panteón particular ya tiene más cruces de amigos muertos y no vivos. Tal vez y sólo tal vez, la mejor definición de Reyes Ramos sea la siguiente, la cual me mandó milimétricamente el chef Juan Ramón Cárdenas cuando le dije de su muerte. Me regreso...

LETRAS MINÚSCULAS

“Era un guerrero”.

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