Cien cuyes

Opinión
/ 6 octubre 2025

¿Qué voy a hacer cuando te extrañe? – reclamó.

Búscame en nuestras risas.

La llegada del otoño no solamente tiñe de colores cálidos el paisaje, también trae consigo las fiestas de los muertos donde –como ocurre con los velorios- son los vivos quienes más gozamos a la salud de parientes y amigos que se adelantaron en el camino, conforme versa uno de nuestra inacabable lista de eufemismos.

No es para menos, el acabose de la vida resulta ser uno de los grandes temas de la narrativa desde tiempos pretéritos, pero es importante dar voz a las formas narrativas que están lejos de la jocosidad de los saraos autóctonos.

Tal cual son las situaciones en que su presencia se vuelve un bien necesario para detener la prolongación de una existencia que se desmorona entre abandono, melancolía, tristeza, desesperanza, zozobra, departamentos vacíos o acilos sin visitantes.

Sobre ello escribe de manera brillante Gustavo Rodríguez en Cien cuyes (Premio Alfaguara 2023): los avatares de convertirnos en sociedades cada vez más longevas y desiguales como efecto dominó de los incrementos en el nivel de vida de una parte de la población, donde no cabe la capacidad de elección cuando las fábulas de la cultura new age descobijan a quienes no son considerados dentro de sus credos.

En el relato, Eufrasia es una mujer de mediana edad que desarrolló una vocación en la necesidad de llevar el pan a la casa para que su pequeño hijo coma de manera decente: dedica sus días a cuidar ancianos desde que llegó a la ciudad procedente de su pueblo natal en donde las oportunidades no abundan.

Esas buenas artes le han valido ser recomendada de boca en boca por sus entrañables empleadores, de los cuales sólo se desprende, no sólo física sino también emocionalmente, cuando la guadaña de la parca aparece para cortarles el hilo de la vida y su estrecha relación laboral.

Esa experiencia adquirida en lugares donde cualquier día puede ser el último, al estilo de la existencia autentica de Kierkegaard, le ha enseñado a tejer intimidad con seres humanos que miran nostálgicamente los tiempos de independencia vital, más a partir de ello valoran en demasía los efectos personales de quienes les acompañan en sus personales batallas consuetudinarias.

La constancia de la convivencia provoca que ella desarrolle el notable talento de convertir las monótonas jornadas de encierro y dolencias en momentos de un entretenimiento que les llegan a cuentagotas en medio del abandono familiar. Así, la complicidad escala a un nivel tan íntimo que la mujer de nombre cercano a la eutanasia se convierte en la esperanza de poner punto final a una vida que ya no desean más.

Franz Kafka escribió a su amigo Oskar Pollak que « un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros » refiriéndose a que la contundencia del relato debe ser de tal magnitud que no deje indiferente a un lector que puede abandonar la página en cualquier momento; Cien Cuyes cumple a cabalidad con esa encomienda.

Aún más en tiempos como el nuestro en donde la seducción del hedonismo tecnológico está al acecho de potenciales presas aburridas. Así, el narrador debe ejercer como encantador de serpientes para plantear temas de fuste que no permitan escapar a ningún espécimen de los nuestros: los padres, los hijos, la belleza, la vida y, por supuesto, la muerte. ¿bien valen esos cuyes el precio para tomar un atajo en la exhaustiva carrera de la vida?

¡Felices 50’s, Vanguardia!

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Lector y economista por accidente

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