Cine de ayer
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En Saltillo hubo un grupo al que falsamente se atribuyó propósitos políticos, siendo que lo formaban amigos que se juntaban sólo para escuchar aquel programa
Dediqué algunos de estos días a ver películas mexicanas de los pasados tiempos. El cine mexicano de los cincuenta tiene pequeñas joyas, algunas olvidadas, que es un deleite ver si quien las ve no tiene ese absurdo temor a lo cursi, miedo que priva a algunos de disfrutar muchas cosas buenas. Lo cursi es un exquisito refinamiento que únicamente grandes poetas como García Lorca o Agustín Lara supieron apreciar. Lo más cursi que hay, digo yo, es temerle a la cursilería.
Acabo de ver “El Gran Premio”, una película de 1957 producida por Ismael Rodríguez (a quien Pedro Infante le decía “Papi”) y dirigida por Carlos Orellana, honrado artesano de la cinematografía. En esta película aparecen, junto a un desangelado Ángel Infante, una chulísima Irma Dorantes, una espléndida Mercedes Soler, un extraordinario don Julio Villarreal y −en actuación especial− ese gran señor de la televisión, paisano nuestro, coahuilense, don Pedro Ferriz Santacruz, con quien tuve el honor de cultivar gran amistad.
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La estrella de la película, sin embargo, es doña Sara García, que ofrece en “El Gran Premio” una de sus mejores actuaciones. ¡Qué excelente artista era doña Sara! En Estados Unidos habría ganado cincuenta Óscares. Tenía el don de la perfecta naturalidad. Era tan buena actriz que nunca actuaba. En este film ni siquiera necesitó el apoyo de las lágrimas para mostrar su notable calidad.
La película, claro, trata de aquel programa famosísimo, “El Gran Premio de los 64 mil pesos”, que cada semana convocaba a lo mejor del público televidente. El tal programa era patrocinado por la cadena de tiendas Aurrerá. Entiendo que esa palabra es vasca, y significa “adelante”. Era un programa de preguntas y respuestas sobre temas de muy variada índole. Por cada pregunta contestada con acierto los participantes recibían un premio en efectivo, el cual se iba duplicando. Los concursantes que después de responder bien a una pregunta arriesgaban lo ganado en la siguiente, decían “Aurrerá” para manifestar su decisión de continuar.
En Saltillo hubo un grupo al que falsamente se atribuyó propósitos políticos, siendo que lo formaban amigos que se juntaban sólo para escuchar aquel programa. Escuchar, dije, no ver, pues en aquellos años aún no había aquí televisión. ¿Podré recordar a algunos de los miembros de ese grupo, que la gente llamó grupo Aurrerá? Todos eran abogados (en aquel tiempo uno de cada dos habitantes de Saltillo era abogado): mi inolvidable tío Alberto Fuentes, desde luego. Don Marín G. Treviño, hombre de cultura. Mi querido maestro don Arturo Moncada Garza, con quien guardo tantos motivos de gratitud. Don Ruperto García, gran jurista. Don Ernesto Cordero de la Peña, hombre bonísimo. Don Evelio González Treviño, que a todos sus hijos les puso el mismo nombre: Evelio, a más de otro...
Pero vuelvo a la película. “El Gran Premio” tiene un argumento muy interesante. Déjenme que se los cuente, y revelarles su inesperado final, al cabo será difícil que la vean.
(Continuará)