Coahuila: Acuíferos sobreexplotados, ¿alguien se hace cargo de eso?
Los datos de extracción de los acuíferos en la entidad muestran, sin lugar a dudas, que nos dirigimos al desastre pero, a pesar de ello, ninguna autoridad parece inquieta
La gestión de los recursos hídricos, sobre todo en una región como la nuestra, que depende enteramente del agua subterránea, constituye una de las asignaturas más delicadas del quehacer público. Sin embargo, pese a los alarmantes datos que cotidianamente se difunden, a ninguna autoridad parece interesarle mayormente la situación.
La Comisión Nacional del Agua (Conagua), autoridad en la materia, tendría que ser en este sentido la primera instancia en desplegar acciones tendientes a contener la “catástrofe” que dibujan las cifras relativas a la extracción que se realiza a los mantos acuíferos de Coahuila.
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Lejos de tal posibilidad, la Conagua se limita a publicar periódicamente las cifras “actualizadas” relativas a la disponibilidad del líquido que existe en los 28 acuíferos de los cuales dependen las actividades de todo tipo que se llevan a cabo cotidianamente en los 38 municipios de nuestra Entidad.
Las cifras debieran causar alarma pues, como lo consignamos en el reporte que publicamos en esta edición, la inmensa mayoría de los acuíferos −19 de 28− muestran que se extrae de ellos más agua de la que recargan de manera natural. Y en algunos casos es muchísima más.
Que de un acuífero se extraiga más agua de la que recarga no implica que se haya agotado, es verdad, pero la aritmética apunta hacia una dirección inequívoca: si se persiste en la sobreexplotación llegará el momento en el cual el agua se agote.
¿Qué hace la Conagua para evitar que esta realidad llegue y ello conduzca a una crisis hídrica de proporciones insospechadas?
No hace falta ir muy lejos para encontrar la respuesta: sus directivos no hacen absolutamente nada, más allá de observar de manera impasible la realidad y limitarse a largar, en forma periódica, reportes en los cuales se ratifica la realidad de sobreexplotación.
¿Por qué razón no parece alarmar a los responsables de la gestión de nuestros acuíferos los números que ellos mismos publican? Resulta imposible entenderlo, pues en teoría nos encaminamos a un auténtico desastre caracterizado por la imposibilidad de sostener, en primer lugar, las actividades agropecuarias, luego las industriales y finalmente las ciudades.
La única explicación alternativa que parece plausible es que, como se ha señalado en más de una ocasión, los estudios que la Conagua difunde periódicamente muestran números que no están basados en la realidad, sino en cálculos indirectos a partir de datos no verificados.
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Pero si esta fuera la verdad tampoco serviría de consuelo e incluso debiera alarmarnos todavía más, pues estaríamos ante una situación en extremo indeseable: la administración de un recurso indispensable para la supervivencia se estaría realizando “a ciegas”.
Ante tal panorama, cabría esperar que la gestión de nuestros recursos hídricos fuera tomada con la dosis de seriedad que requiere y hoy no se ve por ninguna parte.