Coahuila: Monitorear la sequía, ¿para qué nos sirve?

Opinión
/ 23 abril 2025

De nada ayuda diagnosticar un problema si a ello no le sigue la adopción de acciones concretas dirigidas a combatirlo y, en consecuencia, reducir al mínimo el daño que causa

De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, el verbo “monitorear” significa: “observar mediante aparatos especiales el curso de uno o varios parámetros fisiológicos, o de otra naturaleza, para detectar posibles anomalías”. De la definición anterior se deriva, lógicamente, una conclusión: la actividad de monitoreo no es un fin en sí misma, sino un mecanismo mediante el cual se persigue un resultado.

¿Cuál es ese resultado? La propia definición arriba transcrita lo establece con absoluta claridad: “detectar posibles anomalías”.

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De lo anterior puede concluirse entonces que la detección de “posibles” anomalías tampoco es un fin en sí misma, aunque sí un objetivo que se persigue con un propósito puntual: atajar los efectos negativos que derivan del comportamiento anómalo de los parámetros sujetos a observación.

Más aún: al respecto, puede afirmarse que el objetivo central de todo monitoreo es, justamente, el de reducir al mínimo las consecuencias negativas que derivan de fenómenos fuera de control.

La observación anterior viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición y en el cual se da cuenta de los datos más recientes ofrecidos por el “Monitor de Sequía de México (MSM)”, mecanismo operado por la Comisión Nacional del Agua (Conagua).

Como su nombre lo indica, el referido monitor es un mecanismo mediante el cual la Conagua “vigila”, de forma permanente, la condición de sequía existente en todo el territorio nacional, actividad para la cual se toman en cuenta parámetros como la cantidad de lluvia, la salud de la vegetación, la humedad del suelo, la temperatura ambiental o el nivel de las presas.

A partir de los elementos anteriores se ha establecido una escala que clasifica la situación de cada territorio −en relación con la sequía− en seis estados posibles: desde “sin sequía” hasta “sequía excepcional”.

Más allá de la curiosidad intelectual que pueda provocarnos el conocer cómo se llega a la conclusión de que un determinado territorio se encuentra en alguna de las seis condiciones posibles, la pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo se reacciona −o debe reaccionarse− cuando se declara que un territorio se encuentra en estado de “sequía excepcional”?

Y debemos hacérnosla porque justamente esa es la circunstancia actual de Coahuila, uno de los cinco estados del país que registran, al menos en una parte de su territorio, el peor nivel de sequía posible. De hecho, en nuestro caso estamos hablando de casi el 14 por ciento de la superficie estatal.

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Porque, como se dijo al principio, contar con un diagnóstico −a partir del monitoreo− no es la parte más importante de la ecuación, sino lo que debe seguir al conocimiento del mismo: la forma como se reacciona, es decir, las acciones que se adoptan.

Y es que, como ocurre con un paciente, de nada sirve que se dictamine la enfermedad que padece si a ello no le sigue la prescripción de un tratamiento para superar tal condición. En este caso, por lo que se ve, aunque contamos con sofisticados mecanismos para diagnosticar, a nadie parece importarle el prescribir un tratamiento adecuado para el mal.

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