Francisco, el primer Papa americano, ha partido

Opinión
/ 22 abril 2025

El paso del argentino Jorge Mario Bergoglio por el máximo cargo de la Iglesia Católica marcó una inflexión en la historia de una institución milenaria. Su legado debe aquilatarse

La Iglesia Católica es una de las instituciones más antiguas creadas por la humanidad. Su antigüedad, así como la adscripción que a su doctrina sostienen casi mil 400 millones de personas en el mundo, convierte a los sucesos relacionados con ella en fenómenos de alcance global.

Y entre los acontecimientos que mayor repercusión tienen en este ámbito se encuentran, sin duda, la designación y el fallecimiento de quien actúa como su cabeza, el Obispo de Roma: el Papa. Ambos hechos están vinculados de forma inevitable, pues el segundo pone en marcha las actividades que desembocan en el primero.

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El final de un pontificado obliga entonces a una revisión de los elementos que marcaron el último tramo del trayecto vital de quien se considera sucesor de San Pedro, el apóstol que formó parte del primer grupo de seguidores de Jesucristo y en quien recayó la responsabilidad de encabezar la iglesia fundada por aquel, luego de su trágica muerte; suceso que la cristiandad del mundo recién acaba de conmemorar.

En el caso del Papa Francisco, quien ayer falleció a los 88 años de edad, su paso por la máxima responsabilidad de la curia romana deja una cauda de memorias que constituyen, a no dudarlo, un legado relevante, en especial para la feligresía latinoamericana.

La elección de Jorge Mario Bergoglio −tal era su nombre secular− sorprendió al mundo, sobre todo, por ser el primero en su tipo: nunca antes un clérigo nacido en el continente americano había sido elevado a tal dignidad; nunca antes un jesuita había sido elegido Papa y nunca antes un individuo proveniente del hemisferio sur del planeta había accedido al cargo.

Los datos anteriores van mucho más allá de lo anecdótico, por supuesto. Marcan un viaje relevante en la historia y la tradición de una institución milenaria y, sin duda alguna, se construyeron a partir de múltiples circunstancias del momento, pero también de procesos que fueron evolucionando puertas adentro de la Iglesia Católica.

En línea con el significativo viraje que el Colegio Cardenalicio dio en el proceso de selección papal, Francisco es percibido como un Papa “reformista” en el sentido más puro del término, pues llevó al discurso pontificio temas tradicionalmente considerados tabúes, entre ellos el aborto y la homosexualidad. Además, planteó con frases duras la necesidad de revisar el comportamiento al que están llamados a suscribirse los cristianos.

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Como no puede ser distinto con alguien que ha fungido como la cabeza de una institución que encarna la fe de tantos alrededor del mundo y constituye una referencia obligada en la historia de la humanidad, Francisco deja un legado que debe ser aquilatado por todos, incluso más allá de la profesión religiosa.

Su partida obliga a la reflexión sobre el significado que para los seres humanos tiene el considerarnos producto de un designio divino y de la necesidad que tenemos de mantener la comunión con dicha divinidad. Lo que está en juego no es poco: la trascendencia, estatus al cual accedió ayer el ocupante del puesto 266 en una línea sucesoria fundada hace más de 2 mil años.

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