Comida chilanga: no es para todos, es para los que saben comer
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Para los que ya acostumbran leerme, saben que a pesar de mi ocupación en la cocina, rara vez hablo de la misma, salvo que algo me llame demasiado la atención y sienta yo que es muy importante el compartirlo con ustedes. Así que, queridos devoradores de placeres gastronómicos, hoy nos adentraremos en el vasto y picante mundo de la comida chilanga. Sí, esa explosión de sabores y colores que convierten cualquier estómago en una fiesta de contrastes y, en ocasiones, en un campo de batalla intestino-gastronómico.
Para los no iniciados, la comida chilanga es una montaña rusa culinaria que te lleva desde las alturas del deleite hasta los abismos del arrepentimiento en cuestión de bocados. Es un desafío sensorial, un vaivén entre lo divino y lo diabólico que solo aquellos con un paladar valiente se atreven a explorar.
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Empecemos con el desayuno, la comida más importante del día... a menos que seas chilango, en cuyo caso, cualquier hora es hora de desayunar. Aquí, el rey indiscutible es el omnipresente taco. Sí, ese pequeño y humilde disco de masa, adornado con los más exóticos ingredientes que la mente humana pueda imaginar. Desde el clásico pastor hasta el exótico chapulín, los tacos chilangos son una oda a la creatividad gastronómica... o a la desesperación de aprovechar cualquier cosa que tenga un sabor medianamente comestible.
Y no olvidemos la torta de tamal, la famosa guajolota, la exquisita combinación de un tamal y un bolillo que desafía las leyes de la gravedad y tu colesterol. ¿Por qué conformarse con un simple tamal cuando puedes ponerlo dentro de un bolillo y hacer que tus papilas gustativas se desmayen de felicidad? Es el desayuno que te dice: “Sí, puedes empezar el día con una siesta, ¿por qué no?”.
Aquí debo hacer una pausa para externar mi antiguo pensamiento referente a este platillo. ¡Está de poca madre! Simplemente chingón. Antes pensaba y decía que jamás probaría una de estas, pero a las 2 de la mañana y con un buen champurrado, cualquier opinión de la vida cambia porque cambia. Esa combinación de sabores, texturas, y culpabilidad, mucha culpabilidad le confieren a la muy famosa guajolota toda su aura mística, que sin duda alguna lo vuelve un platillo que tienen que comer sí o sí.
Esta maravillosa creación es la respuesta de México a la pregunta que nadie se atrevió a hacer. Es un monumento a la pereza y la genialidad, una experiencia gastronómica que te deja preguntándote si has alcanzado el nirvana culinario o simplemente has perdido la razón.
Es increíble cómo esa deliciosa paradoja desafía todas las convenciones de lo que una torta debería ser. Es una obra maestra de la simplicidad y el exceso, una delicia que te hace preguntarte por qué nadie pensó en esto antes.
Es esta deliciosa mezcolanza de carbohidratos la que te hace cuestionar todas tus decisiones alimenticias. Es comer dos comidas en una, y luego sentirte culpable por ambas pero a la vez extasiado y agradecido por haber disfrutado de algo que solo unas verdaderas manos expertas pueden preparar.
Otra joya de la corona son las tortas de chilaquiles, una experiencia que desafía tanto al paladar como a la capacidad de pronunciar “indigestión” con una sonrisa. Porque, ¿por qué conformarse con unos simples chilaquiles cuando puedes meterlos dentro de un bolillo y convertirlos en un arma de destrucción masiva de dietas?
Es ese manjar que transforma un desayuno humilde en una experiencia culinaria digna de los dioses. Es la definición misma de la inventiva mexicana, una combinación de sabores y texturas que desafían todas las reglas de la lógica culinaria.
Pero no nos detengamos en el desayuno, porque la comida chilanga es un maratón gastronómico que no conoce límites. Pasemos al almuerzo, esa gloriosa hora en la que los trabajadores abandonan sus escritorios para buscar consuelo en forma de guisos humeantes y tortillas recién hechas. Aquí es donde la comida callejera se convierte en arte. Desde las gorditas hasta las quesadillas, cada bocado es una aventura que desafía tanto al estómago como al sentido común.
Y qué decir de la cena, ese momento en el que los chilangos se reúnen para compartir historias y antojitos mientras el caos de la ciudad se desvanece en el horizonte. Aquí, el pozole es el plato estrella, una sopa ancestral que hace preguntarse si estamos cenando simplemente o sacrificando un cerdo en honor a los dioses aztecas.
Pero, ¿qué es lo que hace tan especial a la comida chilanga?, ¿es su sabor único?, ¿su exótica combinación de ingredientes? No, queridos lectores, lo que realmente hace especial a la comida chilanga es su capacidad para desafiar nuestras expectativas y expandir nuestros horizontes culinarios.
Al final la comida chilanga puede parecer improvisada, loca, sin sentido, pero no podemos negar que es parte de nuestra cultura, de nuestra esencia... loca, improvisada y sin sentido. Mientras en otras partes discuten sobre el significado de la vida, nosotros discutimos si las quesadillas llevan o no queso; mientras se debaten en cuál es la mejor decisión que hay que tomar para el rumbo de la sociedad, nosotros nos preguntamos si es mejor la salsa roja o verde. Porque así es como vive el mexicano, algo que no se entiende, pero que se tiene que vivir.
Así que le recomiendo que en sus próximas vacaciones se dé una vuelta a nuestra maravillosa capital, si ya lo hizo ¡con madre!, ¡vuélvalo a hacer!, y si aún no lo ha hecho, pues ¿qué coño está esperando?, hágalo de una buena vez. Vaya y disfrute de la capital y de su gran comida, y si después de todo eso, su estómago sigue intacto, considere que ha superado uno de los mayores desafíos gastronómicos que el mundo tiene para ofrecer.
Y si por alguna razón no puede viajar, y vive aquí cerca de esta gran ciudad que es donde vivo yo (por eso es una gran ciudad), Saltillo, Coahuila, dese una vuelta entre semana ahí a la explanada del parque Gran Plaza y pregunte por Lluvia y su mamá Doña Lulú, ahí podrá disfrutar de una auténtica comida chilanga. Podrá chingarse una guajolota de verdad, unos buenos tamales, y como yo, cambiar su percepción de la vida. Y ya estando ahí, pues aprovecha y se echa un postrecito, de esos que el buen Alfred prepara bien mamalones.
Pero recuerde siempre que al final del día, la comida chilanga o la que sea, no se trata solo de llenar el estómago, sino de alimentar el alma. Es una experiencia sensorial que debe hacernos reír, llorar y correr al baño, todo al mismo tiempo. Es un recordatorio de que la vida está llena de contrastes y que a veces, solo a través del caos, podemos encontrar la verdadera belleza. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
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