Cómo (no) derrotar a López Obrador

Opinión
/ 30 enero 2022
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Mientras la oposición no esté en condiciones de ofrecer una alternativa verosímil frente a tales problemas, estos sectores seguirán optando por aquél proyecto

El obradorismo, o una versión de este, será transexenal, he sostenido en más de una ocasión en este espacio. Las condiciones políticas son propicias para que este movimiento político conquiste las elecciones presidenciales en 2024, considerando los niveles de aprobación de los que goza Andrés Manuel López Obrador y el resultado de los comicios en la mayoría de los gobiernos estatales celebrados recientemente.

Sin embargo, para que esta premisa sea cierta tendrían que cumplirse al menos tres precondiciones. Primero, que los niveles de aprobación de AMLO sigan siendo significativamente altos al terminar su gestión. Segundo, que incluso siendo así, esa aprobación se traduzca en un voto a favor de su candidato el día de la elección presidencial. Tercero, que la oposición sea capaz de ofrecer o no un candidato mínimamente competitivo a ojos de las mayorías.

Comencemos con lo de la aprobación. A lo largo de la primera mitad del sexenio los inconformes con el gobierno de la 4T han asumido la premisa de que el peor enemigo del López Obrador es López Obrador; que los desaciertos de su gestión y los malos resultados terminarían por “desenmascarar” el engaño y desplomarían el apoyo popular que hoy recibe. Hasta ahora no ha sucedido pero, en efecto, no es un escenario imposible; después de todo, la política no es una ciencia exacta. Sin embargo, yo no apostaría por este argumento. López Obrador ha resistido una pandemia, 600 mil muertes adicionales, la peor crisis económica en décadas, desabasto de medicinas y gasolinas, inseguridad pública galopante y escándalos tan poco edificantes como los videos de sus hermanos recibiendo dinero de procedencia sospechosa, por decir lo menos. Y, no obstante, sus niveles de aprobación se mantienen en un altísimo dos tercios. Si todo lo anterior no lo afectó de manera significativa no veo qué otra cosa podría hacer la diferencia. Me parece que los errores, resultados precarios y futuros escándalos terminan “predicando” a los conversos. Materiales inflamatorios para que los antilopezobradoristas lo sigan odiando con mayores y mejores razones, pero no argumentos disuasorios para los que simpatizan con él. Los amplios sectores populares que lo apoyan han terminado por asumir que los pobres resultados obedecen a las inercias del sistema y a la resistencia que oponen “las mafias en el poder”. Al margen de los balances discretos y los números rojos, siguen agradeciendo al hombre que desde Palacio está intentando hacer algo por ellos y habla en su nombre. Y no creo que eso vaya a cambiar en los próximos dos años y medio.

La segunda precondición podría ser más difícil de cumplir. Una cosa es que el grueso de la población favorezca a López Obrador, otra cosa es que tal fervor se desplace automáticamente a su candidato. Una mala elección, errores de campaña, escándalos de Morena, zancadillas al interior de las propias tribus, son factores que podrían minar las posibilidades del partido oficial en 2024. La derrota en la mitad de la Ciudad de México en las elecciones del año pasado habría mostrado que el apoyo a AMLO no es un cheque en blanco a favor de los abanderados de su partido. Con todo, la campaña presidencial de 2024 será distinta. Podemos dar por descontado que AMLO será el verdadero jefe del cuarto de guerra de su delfín, cualquiera que este sea. Desde ahora ha hecho un trabajo de zapa para asegurarse de que los gobernadores de oposición no metan las manos en los procesos electorales; las menciones y premios recibidos por exgobernadores priistas que “se portaron bien” en las elecciones pasadas revelan el trabajo anticipado que está haciendo el Presidente. Por lo demás, cada vez quedan menos gubernaturas en manos de panistas y priistas. No será de poca ayuda el control territorial que Morena obtenga de los gobiernos de 23 o 24 entidades que estará presidiendo al terminar el sexenio.

Es verdad que la mayor parte de la aprobación incondicional que el Presidente recibe podría obedecer al carisma personal y a la imagen que este luchador de toda la vida proyecta entre los sectores populares. Nada que pueda atribuirse a alguno de los actuales precandidatos. Pero podemos asumir que AMLO hará hasta lo imposible para poner en juego ese carisma en favor de su delfín. El empeño que hoy destina a su Tren Maya o su refinería es un indicio de la intensidad que desplegará para asegurar el triunfo de su sucesor y, en esa medida, de la continuidad de su proyecto. Un objetivo que para él es tan importante como cualquiera de sus obras públicas consentidas.

Ahora bien, que esta precondición tenga éxito (convertir su popularidad en un voto a favor del candidato de Morena) también depende de la tercera de las premisas. La competitividad o la falta de ella que ostenten las candidaturas de oposición.

Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard no son Andrés Manuel López Obrador, desde luego. Pero a ojos de muchos votantes podrían ser mejores que la alternativa que ofrezca el resto de la boleta electoral. Ricardo Anaya, Claudio X. González, Alito del PRI, Marko Cortés del PAN o los exgobernadores de ambos partidos no ofrecen, hasta ahora, un verdadero riesgo. No se descarta que surja un caballo negro entre la oposición, pero estamos en una cuenta regresiva cada vez mas corta para efectos del difícil arte de “posicionar” a un desconocido a escala nacional. Eso en materia de personas; en lo que respecta a proyecto político el panorama de la oposición es aún más raquítico. Esta no parece darse cuenta de que algo cambió en 2018. Las mayorías inconformes encontraron el camino del voto; el hartazgo ante la pobreza, la desigualdad y la injusticia social volverá a manifestarse en 2024. Y las élites podrán insistir hasta la saciedad con el argumento de que el obradorismo no fue la respuesta a los problemas crónicos de los pobres, pero mientras la oposición no esté en condiciones de ofrecer una alternativa verosímil frente a tales problemas, estos sectores seguirán optando por aquél proyecto que al menos lo está intentando y que, mal que bien, ha tomado sus agravios y expresa sus reclamos. “No hay razón para que los pobres vuelvan a votar por Morena”, dicen sus adversarios sin percibir que, en todo caso, los pobres tienen mucho menos razones para votar por ellos.

En suma, se podría poner a debate si el obradorismo tiene los argumentos y puede presumir los desempeños para repetir en el poder un sexenio más; lo que no se ve es dónde están los argumentos de cualquier otra fuerza política que aspire a vencerlo.

@jorgezepedap

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