Concierto inaugural 2025 de la OFDC
La espléndida interpretación de El Bolero, de Maurice Ravel (1875-1937), ofrecida por la Orquesta Filarmónica del Desierto, el pasado jueves 23 de enero, merece algunas reflexiones. La primera es el control de su director, Natanael Espinoza sobre la orquesta. Quienes recordamos la primera presentación de la orquesta Sinfónica de Saltillo, hacia 2012 y hemos seguido la evolución de su dirección, podremos advertir el perfeccionamiento. Aquella primera Orquesta Sinfónica de Saltillo, producto del tesón y del profundo amor por la música de Natanael, Nata para sus allegados, se sostenía con un pequeño subsidio estatal, con recursos del presupuesto federal y con aportaciones privadas, según declaraciones del maestro Espinoza a Erika P. Bucio, del periódico Reforma. Hoy la Orquesta Filarmónica del Desierto es un organismo vivo, dueña de una voz propia y de un sello distintivo. Pocas hay en México con estos atributos. A riesgo de olvidar algunas, recuerdo a la del Estado de México, de Enrique Bátiz; la sinfónica de la Universidad de Guanajuato, con Juan Trigos, el director que le dio voz; la de Xalapa, con sus directores emblemáticos Luis Herrera de la Fuente (1975-1984), Enrique Diemecke (1986-1987), y Carlos Miguel Prieto (2002-2008), este último hoy es titular de la de Minería; no mencionaré a la de la unam, porque desde Jesús Medina (1989-1993), ha tenido puros directores extranjeros; Medina dirigió y dio cuerpo a la de la Uni de Nuevo León (los conciertos en la Unidad Mederos son inolvidables), y la entregó en perfecto estado de salud al capitalino Eduardo Diazmuñoz Gómez, etcétera. En este recuento se echa de menos a la extinta Orquesta Filarmónica de las Américas, fundada y dirigida por Alondra de la Parra (1980-) —nieta de Yolanda Vargas Dulché—. No hay que perderse su extraordinario álbum Mi alma mexicana, 2010, bajo el sello Sony Music.
Una orquesta Sinfónica es como un lienzo de seda que al menor tirón muestra ondulaciones. Si éstas no son buscadas, serán fracturas en el paisaje. Poniéndonos exquisitos, habrá que decir que la orquesta Sinfónica es más que un lienzo de seda fina. Son cuatro lienzos: cuerdas, maderas, metales, y percusiones; o peor aún: más de 50 lienzos, flotando en el aire sonoro de un instante: el sonido de cada uno de los instrumentos. Un director sabio entiende de volúmenes, extensiones, tonos, colores y combinaciones, las administra y organiza para ofrecer un todo en movimiento, íntegro e integrado. Eso hace el director de la orquesta. Sin instrumento alguno en la mano, crea la conjunción de sonidos armónicos que llamamos sonata, sinfonía, suite, concierto...
En el caso de Bolero (1928) de Maurice Ravel, se trata de un tema único, introducido por un redoble ostinato de tambor, al que sigue la flauta que teje unos pocos acordes sobre un sencillo patrón rítmico. Tras éste aparece el oboe, y las cuerdas en pizzicato, y luego el fagot, luego el clarinete, después una trompeta ensordinada, y así cada uno de los instrumentos, sumándose, aumentando gradualmente el nivel dinámico, desde la susurrante flauta del inicio, hasta el fortissimo de toda la orquesta, durante más o menos 15 minutos. La filarmónica del Desierto interpretó esta obra de aparente sencillez, como un Encore a Los planetas, de Holst, el platillo principal de la noche. Pero si bien la obra musicalmente es sencilla, la realidad es que es una verdadera prueba para el director, ya que su labor es manejar la gradualidad de la intensidad, de cada una de las secciones, equilibrar la aparición de cada nuevo instrumento sin que decaigan los anteriores, sin que se adelante los siguientes, sin que pierda paso el redoble del tambor, quizá el más ostinato de todos los instrumentos.
Creo que con el concierto inaugural de la temporada 2025, el maestro Natanael y sus muchachos de la Orquesta Filarmónica se han consagrado. Aunque cabe la sospecha razonable, entre quienes hemos seguido a la orquesta durante años, que tal vez los muchachos de la orquesta hayan hecho suyo al maestro, y de esa simbiosis sus fans salimos ganando, y de aquí para adelante todo lo que escurra es miel.