Congreso de la Unión: De la democracia al agandalle de Morena

Opinión
/ 1 septiembre 2024

La división de poderes en México no había existido en forma real y efectiva sino hasta que en 1988 tiraron del nicho a la Presidencia de la República en las elecciones federales, cuyo resultado trajo el ingreso de la izquierda moderada (expristas) a la Cámara de Diputados.

Antes de esa fecha, el papel del Congreso de la Unión había sido el de ser comparsa del Ejecutivo en sus trapacerías y juegos.

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A inicios del siglo 20, los diputados federales que votaron en contra del ascenso de Victoriano Huerta fueron detenidos y llevados a la Plaza de Toros, donde recibieron un escarmiento, y un senador de la república fue asesinado por denunciar la conjura.

Tiempo después, un grupo de diputados exigía que se aclarara la muerte de Obregón, pero fueron incluidos en la investigación en forma ingeniosa por Calles.

Durante la época de la “dictadura perfecta”, como la definió Vargas Llosa, los legisladores se mostraron obedientes y, en ocasiones, fueron recompensados por sus servicios al ser elegidos senadores, secretarios de Estado o gobernadores, manteniendo así un “sano” equilibrio.

Poco a poco el avance de la derecha y la fuerza del PAN fue presionando la creación de representantes en el Congreso, lo que dio lugar a los diputados de partido en 1963, bajo las siguientes reglas: “...el sistema de diputados de partido otorga incentivos a los partidos que logren porcentajes de votación superiores al 2.5 por ciento, ya que se les otorgaran 5 diputados si obtienen ese mínimo, más un diputado adicional por cada medio punto por ciento por arriba de esa cifra. Para ello se disponen un máximo de 20 diputados de partido”.

Así las cosas, pero pocos años después, la sociedad salió a las calles a través de los ferrocarrileros, maestros, médicos, amas de casa y estudiantes para hacerle saber al gobierno que las cosas estaban mal y que había algo que componer en el esquema político.

En 1977, la sabiduría del pensador mexicano Jesús Reyes Heroles planteó al presidente López Portillo un esquema de reforma electoral −con la finalidad de no despertar al México bronco− a través de la participación de las minorías opositoras en la discusión de las leyes.

Surgieron así los diputados de minoría, inicialmente llamados así y luego conocidos como de representación proporcional, aconteciendo que en las elecciones de 1979 resultaron electos: 296 diputados del PRI, 43 del PAN, 10 del PDM, 18 del PCM, 10 del PST, 12 del PARM y 11 del PPS. De esta manera se cumplió el sueño de don Jesús, de una democracia compartida, pero controlada.

Cabe señalar que aun cuando existía este esquema, el PRI mantenía un control absoluto sobre las cámaras y las elecciones, de tal manera que, por ejemplo, en los comicios federales al Congreso de 1982, de los 300 diputados por mayoría, 299 fueron ganados por ese partido.

Las cosas iban fluyendo hasta fines de ese sexenio, cuando por una escisión en el PRI, salieron del partido Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, González Pedrero, quienes formaron una coalición tan exitosa que, al conformar alianza con la izquierda moderada y dura, lograron avances significativos en las cámaras hasta llegar a la actual legislatura del arrase y agandalle morenista.

Por otra parte, el PAN avanzaba desde 1988 y logró obtener una cuota de escaños en ambos esquemas prácticamente desde ese año hasta este fatídico 2024.

El mecanismo de elección para diputados plurinominales, ahora prácticamente de mentiritas, se ha modificado de muchas maneras, ya que su finalidad obedecía a la proporcionalidad de los resultados de la elección. De tal modo que si un partido, por ejemplo el PRI, que en 1979 al haber obtenido 299 de 300 diputados de mayoría, no podía contar con más del 1 por ciento de diputados de representación proporcional. Y aun así, con mayoría en las cámaras, existía un control constitucional a fin de evitar las ocurrencias de algún loco de poder.

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Con el garapiñado que después se hizo de las leyes electorales y posteriormente de la Carta Magna, llegamos a los esquemas de la sobrerrepresentación amoral, que irá por los bats, las pelotas y las bases con todo el poder, pero no la verdadera legitimación moral.

A merced del capricho, la venganza, el resabio de un solo hombre, como en tiempos de los aztecas, tendremos a un tlatoani prestidigitador y ansioso por que se las paguen, y no con dinero.

Albert Camus dio la fórmula hace años, pero no logramos entenderla: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las faltas de los demócratas”.

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