Crisis global de salud: Inició la Tercera Guerra Mundial
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Permitir que Estados Unidos lance misiles al interior de Rusia es una medida sin precedentes que conducirá al inicio de la Tercera Guerra Mundial, advirtió hace unos días un alto funcionario ruso.
La declaración se dio después de que trascendiera la versión de que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, habría autorizado a Ucrania emplear armamento estadunidense de largo alcance contra Rusia. Esto ha provocado el aumento, de manera dramática, de la búsqueda en Google de la frase “Tercera Guerra Mundial”. Entiendo que a mucha gente –incluyéndome– preocupe una posible conflagración global, pero hay una nueva guerra más brutal y poderosa que ya inició y que el planeta va perdiendo.
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Es tres veces la pandemia de COVID, pero durante los últimos 25 se ha convertido en la peste negra moderna. Una nueva especie de bomba nuclear que arrasa con una fuerza aún más poderosa y destructiva, una guerra contra un enemigo que no es un líder locuaz o incontrolable, es uno más peligroso y mortal: la obesidad y el sobrepeso.
Esta conflagración cobró el año pasado, en todo el mundo, la vida de 14 millones de personas que murieron directa o indirectamente por esta causa. En México fueron cerca de 170 mil, y este año morirán aún más. El enemigo avanza y el problema sólo engorda.
Un informe publicado por investigadores del Instituto para la Métrica y Evaluación Sanitaria de la Universidad de Washington dice que cerca del 30 por ciento de la población mundial, 2 mil 100 millones de personas, somos obesos o tenemos sobrepeso. El estudio revela que, desde 1980, el incremento ha sido superior en un 50 por ciento, así que imagine lo que sucederá en las siguientes tres décadas.
Hasta ahora Estados Unidos encabeza la lista de los 10 países con mayor número de obesos, pero los mexicanos nos esforzamos día a día por obtener ese lugar, y ya lo hemos conseguido en obesidad infantil. Hoy, la tasa de obesidad en México alcanzó el 32 por ciento de la población total, la segunda más elevada entre los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Estamos por detrás de Estados Unidos, que tiene un 36.5 por ciento.
Pero cuando hablamos de sobrepeso –unos cuantos kilos antes de la obesidad–, esto se eleva a casi el 70 por ciento de los mexicanos. En este México bipolar, donde mucha gente sufre de desnutrición y hambre, la obesidad, como dice el cliché, no respeta raza, edad ni posición social, pero se presenta de manera dramática en los estratos económicos de más bajo ingreso, donde las familias de escasos recursos sustituyen alimentos como frutas y verduras por otros con más calorías.
Las consecuencias sociales y económicas son bárbaras. Los mexicanos con enfermedades cardiovasculares y diabetes llenan los hospitales; a ellos sume los que no saben, no aceptan o no les importa sufrir de obesidad o sobrepeso, porque entonces el caos sería total.
Todo esto sucede a pesar de que los gobiernos invierten miles de millones de dólares en combatirla, pero los resultados son poco satisfactorios. La obesidad sólo se incrementa y, en consecuencia, volveremos a invertir más dinero con los mismos resultados.
Y es que, hasta ahora, ningún país ni una sola política pública han conseguido reducir las tasas. Algunas naciones la han logrado detener; nadie la ha conseguido reducir. En México, por el contrario, seguimos engordando, como también lo hacen los bolsillos de los dueños de compañías de alimentos y bebidas chatarras, así como los de las empresas farmacéuticas que ofrecen medicamentos para bajar de peso, sin éxito para quienes los utilizan.
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De acuerdo con los especialistas, a largo plazo, lo más recomendable es seguir gravando con grandes impuestos a las bebidas altas en azúcar y la comida chatarra. Por supuesto, también el ser consecuente entre el decir y el hacer, dar el ejemplo para seguir impulsando campañas de prevención e incrementar la actividad física. No hay otro camino, no hay soluciones fáciles ni mágicas, tampoco atajos.
Hoy la amenaza de una nueva guerra mundial palidece ante la nueva destructora de mundos: la obesidad.