Cultura y Pop: Ropa moderna
Un par de tiendas de segunda mano después, encontré chaquetas similares, y confirmé lo que había percibido
Hace unos años, de visita en París e intentando huir de las masas, me encontré tomando café en un barrio que ya había comenzado su proceso de gentrificación, pero donde todavía había más locales que turistas.
Dos indígenas cool sentados en la mesa de al lado me llamaron la atención. Tenían unos treinta años, obviamente eran diseñadores, creativos, u oficinistas, y los dos llevaban una chore jacket —chaqueta de trabajo— color azul desteñido, visiblemente desgastada en comparación con el resto de su ropa.
Un par de tiendas de segunda mano después, encontré chaquetas similares, y confirmé lo que había percibido. El material era ramplón, el corte malo, y las chaquetas habían sido usadas —y desechadas— por pintores de brocha gorda.
¿POR QUÉ UN PAR DE PARISINOS QUERRÍAN PONERSE ESO?
Empecemos por el hecho de que las chore jacket son una prenda icónica, y Made in France: a la original se le conoce como Blue de Travail. Históricamente, estas chaquetas azules eran usadas por los obreros, así que eran cómodas y prácticas, tenían un precio accesible, y estaban hechas con materiales resistentes y duraderos. Por esta razón, durante el siglo pasado comenzaron a ser usadas también por fotógrafos, pintores, escultores, y reporteros. Su significado cultural creció, y en los últimos diez años se pusieron de moda, al punto de que todas las marcas transnacionales ofrecen su propia versión.
El “problema” es que la globalización ha cambiado profundamente el carácter de la ropa que usamos. Hubo una época en la que, por ejemplo, tener un par de pantalones americanos en Europa o en México era el epítome de lo cool, en parte por su significado cultural —véase la portada del disco “Born In The USA” de Bruce Springsteen, por ejemplo— y en parte porque para conseguirlos se tenía que haber visitado Estados Unidos, vivir en alguna ciudad que tuviera una tienda que importara marcas extranjeras, o recurrir al mercado negro.
Todo esto hacía de los pantalones Made In USA un objeto de deseo. Lo mismo pasaba con las botas inglesas, las polo francesas, los suéteres italianos, etcétera.
Pero la globalización hizo que de pronto los pantalones americanos estuvieran disponibles en todo el mundo, a un precio accesible. Tras bambalinas, la necesidad de surtir la demanda hizo que la producción se mudara a fábricas asiáticas, donde lo que importa es la rapidez, el precio de producción, y tener una logística que envíe la ropa a todas partes del mundo. No la calidad.
Las tiendas se han llenado de esta fast fashion: ropa económica, de baja calidad, que sigue la moda y es prácticamente desechable. En todo el mundo, la gente empezó a vestir las mismas marcas, prendas semejantes, y un estilo parecido.
Los hipster originales surgieron en parte como una reacción a todo esto. Querían vestir ropa que nadie más tuviera, y empezaron a comprar ropa de segunda mano. Era más barata, ofrecía la felicidad de encontrar algo que recordara el glamour de las películas de antaño, y muchas veces las piezas tenían una calidad imposible de encontrar a un precio accesible en una tienda moderna.
Pero el capitalismo es el capitalismo, y el vintage fake comenzó a pulular. Es la razón por la cual tiendas de segunda mano en París venden chaquetas de baja calidad, desgastadas y manchadas de pintura, y la gente las compra por un precio ridículamente alto.
Y sin embargo, han comenzado a surgir nuevas formas de hacer ropa. Uno de tantos ejemplos:
Huw Thomas y Becky Okell se conocieron en una feria textil a la que ella fue de último momento. Huw trabajaba en una tienda de pantalones de mezclilla, Becky en una multinacional de ropa de deporte. La leyenda dice que la primera vez que se vieron se abrazaron como si se conocieran de años, y desde su primera cita comenzaron a hablar de la ropa que les gustaba. Huw, en particular, tenía una pequeña colección de chaquetas, e insistía en la calidad de una chore jacket vintage color azul hecha en Francia.
La luz se encendió: “¿Por qué no la reproducimos con los mejores materiales que podamos encontrar, y vemos si alguien tiene interés en comprarla?”
Fundaron la marca Paynter, y lo que vino después fue una odisea. Encontraron alguien que hiciera el patrón, y una fábrica en Portugal que la pudiera producir. Buscaron hasta encontrar una fábrica textil que producía un material de alta calidad, y en el proceso aprendieron sobre diseño de marca, abastecimiento y fabricación, telas, detalles, y flujo de caja.
Su primer lote fue de trescientas chaquetas, numeradas a mano. Se agotaron en catorce minutos.
Cinco años después, Paynter produce cuatro lotes de chaquetas icónicas cada año, hechas en una fábrica familiar en Portugal, con material de alta calidad conseguido en diversas partes del mundo. Pre-venden cada lote por internet, y solo producen la cantidad exacta de chaquetas que se han ordenado para evitar desperdicio. Todo lo que hacen se agota en minutos.
Cuando uno compra una de sus chaquetas, recibe vía email videos de cómo se está fabricando. Y poco a poco, uno comienza a entender en qué consiste que algunas prendas de ropa sean atemporales y duren toda la vida.
En Paynter llaman a su chore jacket en azul celeste “Bill’s Blue,” en honor a Bill Cunningham, un fotógrafo de Nueva York considerado el padrino de la fotografía de moda callejera, y que siempre llevaba una chore jacket de ese color.
¿Adivina dónde compró Cunningham su primer chaqueta? En París, de segunda mano. Antes de que se pusieran de moda, y comenzaran a venderse copias de mala calidad.