Cultura y Pop: Van Gogh en la Provenza

Opinión
/ 12 noviembre 2024

Desperdigadas en museos y colecciones privadas por el mundo, que muestran el fascinante mundo que Van Gogh encontró

La semana pasada hablé de lo breve que fue la trayectoria de Van Gogh como artista. Empezó a pintar tarde, murió joven, y no tuvo éxito durante su vida. Pero la estima por su obra no ha dejado de incrementarse, hasta el punto de que se ha convertido en un favorito de nuestra cultura pop. La gente adora no sólo sus cuadros, sino su historia como artista atormentado.

Su temperamento era, en efecto, bastante particular. Tendía a ser ingenuo, terco, y ardiente, propenso a romantizar. Del mismo modo que de joven idealizó la vida sencilla de los campesinos, cuando vivía en París idealizó el sur de Francia como el lugar perfecto para pintar.

Y así fue como se mudó a Arles, con la idea de fundar una colonia de artistas. Pero Van Gogh no era demasiado popular entre sus colegas, y aunque tal vez para un holandés que idealizaba a los campesinos la Provenza francesa semejaba la tierra prometida, para los cosmopolitas impresionistas que disfrutaban de la decadencia de París, debía parecer un exilio en Siberia.

Sólo Paul Gauguin le visitó. Compartieron gastos, se emborracharon juntos, y aprendieron el uno del otro, pero lo suyo era una relación amor-odio. Después de tan solo nueve semanas, una de sus discusiones le provocó a Van Gogh una crisis nerviosa, y Gauguin, harto, regresó a París.

A partir de entonces, la salud mental de Van Gogh declinó notablemente.

La National Gallery de Londres tiene estos días una exhibición temporal, “Van Gogh. Poetas y Amantes,” que se centra en estos dos años que Van Gogh pasó en Provenza: el período en el que alcanzó la cima de su arte, pero también donde los perros negros de su enfermedad mental lo empujaron al suicidio.

Esta exhibición es hermosa por dos razones.

La primera es que reúne pinturas que usualmente están desperdigadas en museos y colecciones privadas por el mundo, que muestran el fascinante mundo que Van Gogh encontró —¡quién lo iba a decir!— en un lugar provinciano.

En Arles, Van Gogh conoce a un teniente del ejército francés que tiene tanto éxito con las mujeres, que lo retrata con su mirada profunda y su elegante uniforme militar como el arquetipo perfecto de “El Amante.” Un pintor belga, en cambio, le recuerda tanto a Dante, que lo retrata con una mirada atormentada y febril, rodeado de un cielo azul oscuro lleno de estrellas para transmitir la idea de una persona “que sueña grandes sueños,” el arquetipo de “El Poeta.”

No me sorprendería que un artista joven que vea estos cuadros sienta envidia del paraíso que Van Gogh descubrió. Vive en “La Casa Amarilla,” un lugar que brilla desde dentro. Detrás pasa un tren que seguramente lleva a los viajeros a lugares cosmopolitas y exóticos. La “Habitación” de Van Gogh es un lugar luminoso, limpio, y lleno de cuadros. Y enfrente —¡vaya suerte!— Van Gogh tiene a “El Jardín de los Poetas,” un precioso parque público lleno de flores y árboles, donde pasean poetas e intelectuales de la mano de mujeres vestidas como si vinieran de una fiesta. Y el cielo que ven por la noche está lleno de estrellas que se mueven, como se aprecia en “Noche Estrellada Sobre El Rhòne.”

Incluso el hospital psiquiátrico donde se recluye tiene un jardín hermoso, al que Van Gogh juzga “un nido de amantes.”

La segunda razón por la cual esta exhibición es hermosa, es porque al lado de estas pinturas ofrece fotografías y el contexto de las personas, los lugares, y los paisajes que las inspiraron.

Al teniente francés nadie le hizo ninguna estatua, y nadie lo recordaría si no fuera por Van Gogh. El pintor belga no produjo ninguna obra ni poema memorables. La Casa Amarilla era pequeña y sin chiste. El tren que pasaba detrás seguramente era ruidoso y molesto. La habitación de Van Gogh era humilde y carecía de comodidades. El parque público era feo y estaba descuidado. Las personas que paseaban en él eran provincianos y campesinos. El hospital psiquiátrico era un lugar triste y oscuro que prohibía la entrada de mujeres.

Durante los dos años que pasó en la Provenza francesa, Van Gogh transformó el mundo que veía en el mundo que deseaba.

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Quizá por esto, ciento cincuenta años después sus pinturas son más poderosas que la realidad que supuestamente retrataron. Quizá por esto, lo primero que pintó después de estar convaleciente por cinco semanas tras sufrir una crisis nerviosa —o probablemente un ataque epiléptico— fue un autorretrato donde se muestra paleta en mano, con la mirada decidida y el universo girando a su alrededor.

De alguna manera, es lo que hacemos con él. Hoy en día, vemos en Van Gogh lo que queremos ver en él: el arquetipo del artista atormentado y sensible, que pinta cuadros de girasoles radiantes y se corta la oreja para ofrecérsela a una prostituta (una leyenda apócrifa). Y eso le hace más justicia a su existencia que pensar en él como un hombre enfermo y agobiado, que nunca encontró su lugar en el mundo...

Excepto cuando pintaba.

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